EDITORIALA
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El bloqueo de la UE, reflejo de una crisis más profunda

Los presupuestos de la Unión Europea para los próximos siete años, y con ellos el programa de 750.000 millones de euros para reactivar la economía de la Unión, se encuentran paralizados. Tras duras negociaciones, los Veintisiete acordaron un mecanismo con una serie de condiciones, entre las que se incluyó también el respeto al Estado de derecho, como paso previo al reparto de los fondos. Ese mecanismo otorga a la Comisión y al Consejo la capacidad de bloquear –por mayoría cualificada– los fondos de los países que incumplan. En este contexto, Hungría y Polonia han decidido vetar el acuerdo porque consideran que de aprobarse en esos términos se encontrarán en una situación de indefensión y podrían perder sus fondos por una decisión que entienden que puede estar motivada políticamente.

Este conflicto refleja como ningún otro el verdadero espíritu de la Unión Europea. Se amplió hacia el este sin plantear excesivos requisitos a los nuevos socios. Lo importante era que se hiciera rápido, con el único objeto de ampliar la zona de influencia de la UE y amarrar nuevos mercados para sus multinacionales. Y ese fue el plan hasta que se hizo patente el carácter autoritario y el escaso apego por los derechos humanos de determinados Estados. Y fue entonces cuando la UE intentó reconducir la situación como hace con todos los problemas: con dinero. Así ocurrió con Turquía durante la crisis de los refugiados y así se ha planteado ahora con Polonia y Hungría que, de momento, resisten en su veto, tal vez buscando lograr un acuerdo todavía mejor.

La Unión Europea presume de ser un modelo de democracia y defensa de los derechos humanos, pero detrás de esa pátina aparecen siempre los intereses económicos como único aglutinante de un club en el que los derechos son también mercancía de cambio. No existe un proyecto político común y ayer el presidente polaco, Mateusz Morawiecki, habló incluso de desintegración. Malos augurios.