Dabid LAZKANOITURBURU

Sombras de un golpe boomerang

Mucho se especuló entonces sobre las sombras que rodearon al frustrado golpe de Estado de julio de 2016 contra Erdogan. No pocos vieron en las dudas y la indeterminación de los golpistas una prueba de que o todo fue un montaje del Gobierno o fue advertido a tiempo e incluso de que dejó actuar para imponer su agenda.

Esta última hipótesis fue reforzada por las informaciones, nunca contrastadas, de que fue su homólogo ruso, Putin, quien le puso al tanto de los planes golpistas y apuntó a la mano negra de Occidente, lo que, unido al como poco escaso entusiasmo de EEUU y de las cancillerías europeas para denunciar la asonada, provocó la ira del líder neotomano y presidente de un país miembro de la OTAN, lo que le enajenó de sus aliados y abrió la puerta a una entente Rusia-Turquía que se está repartiendo, y compartiendo, sus áreas de influencia en escenarios tan alejados como Siria, Libia y, ahora, Nagorno Karabaj.

Ocurre que todo golpe de Estado, por definición, es sombrío y que aunque nadie –y menos una cofradía como la de Gulen– lanza una asonada sin prever que tenga éxito, el fracaso siempre es una opción. Y más ante un Gobierno como el del AKP que, en los anteriores tres lustros, había purgado convenientemente a la cúpula kemalista del Ejército.

Sea como fuere, lo que está claro es que el golpe, y su neutralización, le ha servido a Erdogan para reforzar su posición autoritaria tanto al interior del país como en la arena internacional. Como si, tras absorberlo, hubiera dado la razón a los que lo idearon-justificaron. Del golpe al autogolpe. Autocrático.