Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Más allá de las palabras»

Conflicto interior de identidad nacional

Repasando unas declaraciones que Urszula Antoniak hizo en Donostia hace tres años, cuando presentó su cuarto largometraje en el SSIFF con una muy fría acogida por parte de crítica y público, venía a decir que nadie suele tratar el problema de la inmigración cuando afecta a ciudadanos de primera clase que no llegaron en patera y a los que bajo ningún concepto se les consideraría ilegales. Tal vez no se haya hecho de una forma tan introspectiva como la abordada por la cineasta polaca afincada en Holanda, pero lo cierto es que se pueden citar muchos y variados ejemplos de que el cine también se ha acercado a esa realidad más privilegiada, aunque con menos pretensiones y con más sentido del humor, algo por lo que apostaba la comedia “Quiero ser italiano” (2010), donde el actor de origen argelino Kad Merad encarnaba a un inmigrante musulmán que se avergonzaba de su origen magrebí, y que para triunfar en el mundo de los negocios en Niza fingía proceder de Italia, en cuanto referente en el mundo de la moda y del glamour.

Pero el cartel en blanco y negro de “Más allá de las palabras” (2017) recuerda al de la ópera prima de David Lynch “Eraserhead” (1977), con la cabeza del actor Jakub Gierszal en primer plano. Su trabajo interpretativo es pura introspección, una disgresión mental sobre un conflicto de identidad nacional del todo subjetivo. En principio se siente con pleno derecho a ejercer de ciudadano berlinés, sin importarle el pasado que le liga a su país natal, pero el trabajo en un bufete de abogados que lleva casos de refugiados y la visita de su padre llegado desde Polonia, le recuerdan sus raíces culturales y entra en crisis.

El dilema interior del protagonista nunca alcanza a la audiencia, bien por su hermetismo deliberado, bien debido a que la ambientación urbana impone su gelidez e incomunicación, sin que pueda surgir la identificación con su drama personal.