Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Tiburón blanco»

Depredador que ataca a un grupo joven y multirracial

El que la película sea de procedencia australiana no sirve para aportar nada nuevo al subgenéro terrorífico de amenza animal protagonizado por escualos asesinos, más allá de la belleza paisajística con denominación de origen, que es con diferencia lo mejor del espectáculo. La Gran Barrera de Coral es la estrella de un entretenimiento por lo demás previsible, que permite, eso sí, jugar a adivinar el orden en que van a ir siendo devorados los cinco personajes centrales, con premio seguro porque es fácil intuir que la selección natural del grupo apunta, según las últimas tendencias, a la heroína final. También resulta obligado que el quinteto en cuestión esté formado por gente joven y atlética, obedeciendo, para más señas, a una composición multirracial.

Una pareja de turistas japoneses (Kimie Tsukakoshi y Tim Kano) contratan el servicio de un viaje en hidroavión a los atolones australianos, con un piloto (Aaron Jacubenko), su novia y socia de la agencia turística (Katrina Bowden), además de un empleado mahorí (Te Kohe Tuhaka). Al aterrizar en una isla se encuentran con una embarcación que ha volcado y ha sido atacada por tiburones, y a bordo de la cual navegaba una pareja (Taijana Markovic y Jason Wilder), y como creen que ella puede haber sobrevivido intentarán rescatarla. Esa es la primera de una serie de malas decisiones, todas ellas destinadas a crear una tensión en la audiencia, aumentada por la circunstancia del ataque a su vehículo de transporte aéreo, con lo que quedan a la deriva y a merced de las corrientes sobre un frágil bote salvavidas hinchable.

Tal como viene sucediendo desde que el maestro Spielberg crease “Tiburón” (1975), la falta de planos del depredador marino se sustituye con otros recursos narrativos y visuales, que en “Tiburón blanco” (2021) son el empleo de drones para tensos planos cenitales, junto con un combinado de animatronics y CGI más o menos apañado.