Iñaki SOTO
DONOSTIA
Entrevista
ARNALDO OTEGI
Coordinador general de EH Bildu

«Frente a lo que viene, hay un nivel de frivolidad que el país no se puede permitir»

Otegi salió de la cárcel hace cinco años y, por lo tanto, solo ha estado en la mitad de la historia de EH Bildu, que celebra ahora diez años. Con la pandemia, la crisis y los reaccionarios acosando, liderará un equipo que ha salido del congreso con el apoyo del 88% y con el que quieren demostrar que la alternativa de los independentistas de izquierda es real, viable y mejor.

En contraste con la «nueva política», su ciclo militante es extenso. Y sigue. ¿Cómo lo vive?

No comparto la idea de que la política se convierta en un producto de consumo, donde, a golpe de elecciones, se va cambiando de rumbo. Un proyecto que pretenda construir un Estado que proteja a la gente tiene que ser de largo recorrido.

Lo efímero, lo instantáneo, forma parte de la lógica del capitalismo. El problema es que se ha trasladado esa lógica a la vida. Nos pasamos la vida corriendo y consumiendo, sin tiempo para las cosas, los valores y los afectos que nos hacen ser o no felices. Lo dice Pepe Mujica, yo lo comparto, y al hacerlo no puedo dejar de recordar a “Berokho” [Mixel Berhokoirigoin].

Personalmente, me encuentro bien. Hemos hecho cuatro años en los que EH Bildu se ha consolidado como alternativa creíble, y ahora deberíamos hacer real esa alternativa. La coyuntura es difícil, marcada por la pandemia y la crisis. Tenemos que aportar seguridad, credibilidad en las propuestas, pasión y optimismo vital. Para eso se han organizado nuestros equipos.

¿Se «sortuiza» EH Bildu?

Quienes dicen eso no nos conocen. A mí me toca hacer balance desde que salí de la cárcel. Desde entonces no hemos parado de crecer, y siempre ha estado presente esa crítica. Yo soy el coordinador general de una fuerza amplia y plural. A veces me equivocaré, pero siempre trato de hacer discursos que sumen y mantengan nuestros acuerdos.

A estas alturas, no se mira la procedencia de nadie, sino la excelencia de las personas o su idoneidad para ocupar un cargo. Quienes están en lógicas partidarias no lo entienden, pero nuestra dinámica es diferente. Como anécdota, al salir de la cárcel, yo no sabía qué parlamentarios eran de EA, de Aralar, de Alternatiba o de Sortu. O de nada, porque, cada vez más gente se siente, eso, de EH Bildu.

Y no hemos tocado techo. Hay dos grandes espacios en el país, uno abertzale y otro de izquierdas, que ven que atendemos mejor sus visiones y demandas.

El orden actual está blindado y el orden alternativo nace hipotecado. ¿Cómo se sale de ahí?

Primero, hace falta paciencia para entender que las cosas están difíciles, pero que eso no nos puede llevar al derrotismo ni a la resignación. Esta es la frase de época para mí en Europa occidental: «es lo que hay». Pero claro que hay alternativa. Se puede construir el mundo en función del dinero o en función de la gente. Se pueden construir sociedades, instituciones y empresas para que unos pocos ganen mucho dinero, o pensando que la gente tiene derecho a vivir en un Estado decente. Ahora bien, no se van a dejar; nadie renuncia a sus privilegios.

A cada crisis, crece la desigualdad. Por eso la izquierda no puede perder parte del relato que la hizo nacer, que es el reparto equitativo de la riqueza. Creo que esta reflexión es fundamental. Las «clases medias» ven que sus hijos e hijas no solo no ascienden en la escalera social, sino que descienden. Temen que lo que ellos entienden como el «orden natural de las cosas» cambie. ¿Dónde ven salidas? En el autoritarismo de derechas. Para acertar, la izquierda tiene que entender qué piensa esa gente, qué le ocurre y qué miedos tiene. Lo mismo con la juventud. Y les tiene que dar un orden, alternativo, pero un orden. Seguridad, confianza, optimismo. Si no, el autoritarismo seguirá creciendo.

¿La percepción de que Euskal Herria está vacunada contra la ultraderecha le parece veraz?

Me gustaría creer que es así. Y diría que lo es en clave electoral. Pero observo que su discurso penetra en opiniones y valores. Cuando se pone en duda el feminismo, al negar derechos sociales o cuando se dice «todos los políticos son iguales», se está comprando ese discurso.

Ojo, aquí la gente dio la vida para que hubiera partidos y sindicatos, no para que hubiera terrazas. Ya había terrazas y se podían beber cervezas con Franco. La libertad es otra cosa. La libertad y la igualdad, que forman parte de la misma ecuación, es tener garantizada la educación, la sanidad, los cuidados, el medioambiente… eso es la libertad.

¿Puede crecer el independentismo en esta fase? ¿Cómo?

Puede y lo hará. La soberanía consiste en quién decide, qué decide y cómo decide. ¿Alguien piensa de verdad que en Madrid y en París van a decidir mejor por nosotras? Si decidimos aquí lo que nos afecta, lo hacemos mejor. No somos menores de edad, estamos capacitados para construir una sociedad diferente. Porque aquí sí se puede, porque hay otra relación de fuerzas.

Creo que el independentismo le tiene que decir a la gente cuál es nuestro modelo cultural, educativo, de seguridad, su modelo sanitario, energético… Porque tenemos alternativas en todas esas materias. Nuestra oferta es que hay que cambiar esto de raíz. Si de verdad queremos vivir en una democracia plena y de calidad, más nos vale construir soberanía en este país.

Frente a lo que nos viene en términos económicos y sociales, frente a lo que puede venir en términos políticos, hace falta sumar fuerzas, programas de mínimos y frentes amplios. ¿Qué parte de esto no se entiende? Ahora no estamos para discutir los programas de máximos, porque de entrada los mínimos están siendo atacados. Ya vendrán los máximos.

Ante estos escenarios, hay niveles de frivolidad que el país no se puede permitir. No se puede hacer como si no conociésemos a la derecha española y no supiésemos lo que traen consigo. Eso no significa que tengamos que dar un aval permanente, eterno y sin condiciones a este u otros gobiernos. Pero seamos un poco rigurosos a la hora de hacer análisis. Hace falta unidad lo más amplia posible sobre programas transformadores que reivindican nuestros derechos nacionales y sociales.

Sobre el tema presos, ¿la discreción ahora sí funciona?

Es evidente que ha habido algunos cambios. Eso no quiere decir que haya un acuerdo, pero es cierto que hemos conseguido que situaciones muy lacerantes se estén empezando a aliviar. Aun así, es muy insuficiente. Si lo que pedimos es que se aplique la legalidad, ¿cuál es el problema? En el espacio de familiares de presos y presas este cambio se está viviendo con alivio, y eso es una satisfacción. Repito, es insuficiente.

¿De dónde viene la beligerancia del PNV hacia ustedes?

Yo creo que las premisas sobre las que han construido su hegemonía se están cayendo. La primera es la del gran gestor. Llevan un par de años horrorosos. Se cae el vertedero de Zaldibar, desaparecen dos trabajadores, y aún falta por recuperar el cuerpo de uno de ellos. Se les hunde el metro y el TAV es un desastre. Gestionar la pandemia es muy difícil, sin duda, pero que hayan sido los últimos en vacunaciones es incomprensible y que se cuelen los suyos, inaceptable.

También han dicho que la izquierda independentista es incapaz de pactar, pero tenemos acuerdos en Nafarroa, en Madrid, con Podemos… hasta con el PNV hacemos acuerdos. También se cae la idea de que estamos en el todo o nada. Y siempre está el comodín de ETA, como el PP, aunque creo que esto cada vez funciona menos.

Han decidido vernos como enemigos y no como adversarios, porque creen que la que les puede disputar la hegemonía es EH Bildu. Y es cierto. Piensan que la inercia les permitirá seguir quemando coyunturas y legislaturas, pero yo no veo a nadie al mando en este Gobierno. Eso sí, me impresiona cómo esa beligerancia ha pasado de la crítica política al insulto personal.

Creo que no están percibiendo el enorme cambio que se va a dar en esta década, y que la pandemia ha acelerado. Su plan es volver a lo de siempre y, honestamente, considero que EH Bildu está mejor situada para hacer frente a estos retos, que tiene más conciencia de ellos y mejores planes para afrontarlos.

¿Hay alternativa a gobiernos con el PNV en este momento?

Creo sinceramente que se ha abierto la posibilidad de lograr alianzas políticas con unos y con otros. No contra nadie, sino a favor de objetivos concretos. Hagamos un ejercicio. Si nosotros viviésemos en un Estado vasco, el Gobierno actual sería de izquierdas, entre EH Bildu, PSE-PSN y Elkarrekin Podemos, y todo el mundo lo vería tan natural o más que lo de ahora.

Históricamente, hemos tenido una querencia a buscar acuerdos con el PNV. Pero es que nos desprecia, nos escupe a la cara, nos retira la mano. Estamos en pandemia y en vez de debatir y lograr grandes pactos, aplica el rodillo.

¿Por qué nuestro empeño con ellos? Siempre hemos creído que un proceso de emancipación nacional exigiría alianzas entre soberanistas, algo lógico. Pero el PNV no está ahí. Ni está ni se le espera, de momento. Y en el PSOE están cómodos siendo el bastoncito del PNV.

En el caso del PSOE, ¿puede pesar lo vivido en el conflicto?

Para mí, es una excusa. Todos tenemos pasado, que es lo que ellos no acaban de entender. Nos podemos pasar otra década hablando del pasado, pero entonces, ¿cuándo hablamos del presente y del futuro? No hay excusa posible para no hacer política en favor de la gente.

Si no, hablemos del modelo de convivencia. ¿Qué ha hecho cada uno por la convivencia en este país? De esta parte, hemos retirado una de las violencias existentes. Cuidado, no queremos medallas, pero este es nuestro activo. Y la pregunta es, ¿cuándo quitáis la vuestra? Si no, vaya modelo de convivencia: desaparece una de las violencias, yo mantengo la mía, mando a la cárcel a los que han apartado esa violencia, además tienen que hacer autocrítica y decir lo que yo quiero que digan; mientras, yo no hago autocrítica, y además si tu proyecto político es independentista te amenazan con pegarte y meterte en la cárcel de nuevo si pones urnas. No parece un modelo de convivencia muy sólido, ¿no?

Seamos serios, que estamos pendientes de ver si la judicatura española se salta al TEDH y el estado de derecho para volvernos a juzgar, precisamente por aportar a esa convivencia. De nuevo, frivolidades, las justas.