EDITORIALA
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A tomar aire, y que la mascarilla no tape otro tipo de miserias

Por fin, se podrá andar sin mascarilla al aire libre. De hecho, desde el jueves ya es así en Ipar Euskal Herria, donde hoy termina también el toque de queda, y la semana que viene esa liberación será efectiva en el resto del país. Esto supone un alivio general que no debe hacer olvidar las cosas básicas que se han aprendido durante la pandemia: que la transmisión del covid-19 es sobre todo por aerosoles, que estos se concentran en los interiores sin ventilar y que las aglomeraciones elevan el riesgo.

La falsa sensación de seguridad y la inconsciencia ya han pasado malas pasadas este año, pero lo cierto es que el proceso de vacunación ha despegado en todos los territorios, ha bajado la incidencia y su tasa es mínima entre las franjas de edad más vulnerables. Todo ello ha posibilitado el relajo de las medidas. La tipología de pacientes sigue mutando, pero la presión hospitalaria remite, y este ha sido el principal riesgo durante las sucesivas olas. El sistema público de salud corría riesgo de colapsar. No se debe olvidar que hace tan solo dos meses Osakidetza tenía suspendidas intervenciones no urgentes. El retraso en diferentes pruebas es aún patente.

La mascarilla no desaparece, ni mucho menos, sino que pasa al bolsillo o al bolso. De la misma manera que se siente el alivio de quitarla, se ha de recordar que con ese hábito de vestir un sencillo artilugio textil se puede salvar a mucha gente de contagios que resultaban fatales, como se ha comprobado con la gripe, por ejemplo. Hay que maravillarse por el avance científico que ha supuesto que se logren las vacunas en tiempo record, pero hay que extrañarse de que no se utilizasen mascarillas en periodos y condiciones concretas como fórmula para evitar el contagio de otros virus.

Sea o no obligatoria, en adelante habrá contextos en los que será normal. Además de la obligatoriedad en interiores, será el sentido común de la gente el que guíe su uso. En un principio, también la cautela y los miedos, algunos lógicos y otros inoculados, todos muy humanos.

No están las cosas para conceder victorias

Según diferentes encuestas, el miedo ha sido precisamente el motor de la asunción de la mascarilla. Jocelyn Raude, investigador en la Escuela de Estudios Superiores de Salud Pública (Ehesp), con sede en Bretaña, subrayaba la dimensión de este cambio de comportamiento. El de la mascarilla «es el cambio más masivo y rápido que yo he observado en los últimos cincuenta años respecto a medidas de prevención pública», decía, y lo comparaba con el cinturón de seguridad en los automóviles, cuya implantación tardó casi treinta años.

Llegados a este punto, convendría evaluar este esfuerzo comunitario y colectivo desde una perspectiva positiva. A pesar de las incongruencias en la toma de medidas por parte de las administraciones, la sociedad vasca ha asumido este simple e incómodo complemento en su vida cotidiana y ha actuado con conciencia de la situación crítica. En muchos contextos ha resultado un elemento de prevención eficaz. Centros educativos, de salud, empresas, servicios… el mimo y el compromiso general han sido impresionantes. La gran mayoría lo ha hecho con disciplina y coherencia, sin docilidad.

Con gran esfuerzo, durante la pandemia la vida social de muchas personas y organizaciones ha pivotado en torno a los cuidados. Por contraste, el sistema socioeconómico vigente amortiza vidas y muertes sin piedad ni explicación lógica. Esta dinámica es a su vez fertilizante para las teorías de la conspiración. Bastante criminal y tremebundo es este modelo como para adornar su perversión. La falta de transparencia, las medias verdades, las mentiras totales, los intereses y la desfachatez de algunos políticos y empresas son fatales cuando se trata de cohesionar a la sociedad en torno al pensamiento crítico, la deliberación y la cultura democrática.

No se debe perder de vista que los responsables tendrán que rendir cuentas por algunas de sus decisiones, nefastas y a conciencia. No hay que olvidar ni las miles de personas fallecidas ni a quienes aún sufren por este virus. Hay que ser conscientes de que esta crisis tal vez solo sea una precuela. Conviene no minusvalorar los riesgos de otros cataclismos como consecuencia de la degeneración del sistema capitalista y la emergencia climática. Hay que estar atentos a la tentación autoritaria, retrógrada y violenta de una parte importante del establishment. Se deben defender las políticas públicas dedicadas a lo vital: sanidad, educación y ciencia. Para todo ello hay que tomar aire e impulso emancipador.