Pablo GONZÁLEZ

UNA ARMENIA HERIDA Y DIVIDIDA ELIGE EL MAL MENOR EN LOS COMICIOS DE HOY

El país del Cáucaso sur celebra hoy elecciones parlamentarias. De ellas saldrá un nuevo gobierno que lidiará con toda una serie de graves problemas internos y externos. La desilusión y el hartazgo con la clase política pueden ser claves.

Hoy Armenia celebra elecciones parlamentarias. Dos millones y medio de personas están llamadas a las urnas para elegir a los 132 diputados que luego votarán para formar el gobierno del país. A pesar de que se presentan un total de 26 listas electorales, la lucha real por el poder la protagonizan dos coaliciones, el Contrato Civil del primer ministro en funciones Nikol Pashinyan y la Alianza Armenia de Robert Kocharyan, quien fue en el pasado presidente y primer ministro del país. Estos comicios y estas dos principales fuerzas políticas han polarizado el país como nunca hasta la fecha.

Estas elecciones son anticipadas debido a la derrota de las fuerzas armenias en la guerra del Karabaj entre setiembre y noviembre del año pasado. La crisis en la que se ha sumido el país llevó a la dimisión del primer ministro Pashinyan y a esta convocatoria electoral. El propio Pashinyan llegó al poder en 2018 tras una serie de protestas que se denominaron la «Revolución de Terciopelo» y emprendió una política internacional buscando mayor autonomía de Moscú, al tiempo que dentro del país lanzó un programa de mejoras sociales, especialmente en zonas rurales, y lucha anticorrupción.

Su gestión siempre tuvo un fuerte apoyo social y resistencia de las élites del régimen anterior, pero la derrota militar ha volteado la situación. Parte de la población le echa en cara su nefasta gestión en tiempos de guerra. Sin embargo, como señala el politólogo armenio Richard Giragosian, lo que la gente elige en realidad es «el menor de dos males». Por un lado están representantes del antiguo y corrupto régimen como el ex presidente Kocharyan, además en otras dos candidaturas hay otros dos ex presidentes del país, Levon Ter-Petrosyan y Serj Sargsyan, aunque sus opciones de entrar en el Parlamento son menores.

Como punto fuerte, todos ellos aportan la victoria militar sobre Azerbaiyán en los años noventa del siglo pasado. Aunque Pashinyan perdió la guerra, le devolvió la ilusión a la ciudadanía con su gestión más abierta y mucho menos autoritaria.

Rusia y Occidente

Estos puntos fuertes y débiles de los dos bandos teóricos han copado la campaña electoral. Los insultos, las acusaciones contra los rivales y las promesas de cárcel para ellos han sido continuos. Ello ha separado aún más a los armenios de su clase política. La desilusión y el hartazgo se acentúa a pesar de lo crucial de la elección que afronta el país. Además, según expertos como Giragosian, será todo un éxito si la participación electoral llega siquiera al 50%. Una señal más de la desconexión que viven los armenios de sus dirigentes.

Lo ausente de la campaña ha sido la agenda internacional más allá de vagas promesas de solucionar la problemática del Karabaj y los problemas fronterizos con Azerbaiyán y Turquía. Rusia sigue siendo el referente tanto para Pashinyan como para Kocharyan.

Aunque los matices son diferentes, Pashinyan, bajo cuyo mandato la presencia militar rusa ha crecido en Armenia, busca un acercamiento más económico, dejando clara su autonomía política.

Kocharyan, por su lado, busca un acercamiento mucho mayor a todos los niveles, desde un posible reconocimiento de Crimea como parte de Rusia, o la prohibición de las organizaciones no gubernamentales occidentales, hasta un rearme que garantice la seguridad de las fronteras armenias y permita recuperar territorios del Karabaj. Los pocos partidos abiertamente pro-occidentales son marginales a día de hoy en Armenia y no entrarán en el Parlamento.

Aparte del resultado en sí, y de la elección que hagan los armenios, si votan por figuras de un pasado del que escaparon o lo hacen por figuras de un presente que tampoco gusta, la incógnita es si la parte perdedora aceptará el resultado. De lo contrario la violencia se podría adueñar del país.