EDITORIALA
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Simone Biles y las plusmarcas de lo humanamente decente

Hay un emoji con su silueta. Puede parecer algo nimio comparado con la grandeza histórica de unos Juegos Olímpicos, pero en la época actual ese detalle refleja como pocos la dimensión de la figura de Simone Biles. Dentro de la propia disciplina deportiva, existe una maniobra que en el código de puntos con el que se evalúan los ejercicios se denomina «The Biles», en referencia al que realizó en el campeonato mundial de 2013. En general, todo el mundo conoce a Biles, aunque practique un deporte de chicas en un mundo dominado por chicos, aunque sea una deportista negra dentro de un espectáculo dirigido por blancos.

La presión que debe soportar esta gimnasta estadounidense se refleja tanto en las crónicas de sus hazañas –«espectacular; divina; inigualable; la mejor de la competición; no, del mundo; no, de la historia…»–, como cuando no cumple con las expectativas que otros tenían sobre ella –«me siento terrible al decir esto, pero si no logra cinco o seis medallas de oro en estos Juegos será una decepción», le confesaba en Río en 2016 el editor de “International Gymnast”, Paul Ziert, a un periodista de “The New Yorker”–. En esas espectativas, esos mandatos, esas exigencias y esos juicios, está parte del debate actual sobre cómo se debe competir, cooperar o vivir.

Su decisión de parar, en medio de la competición, explicar la presión que siente y cómo lo vive, exponer públicamente su vulnerabilidad, poner nombre a esos «demonios» que la bloquean, hablar sobre el riesgo y la perspectiva que da la edad, aceptar que se trata de una cuestión de salud mental y que esta debe ser su prioridad, todo ello demuestra la calidad humana de Biles y un nivel de valores tan poco común como su don para la gimnasia. Ayer volvía a renunciar a otras dos pruebas y es difícil prever si finalmente participará en alguna de las que restan en estos Juegos Olímpicos de Tokio.

En general, las reacciones han sido muy positivas. Lo más común ha sido calificar el paso dado por Biles como «valiente», tal y como lo resumía la gimnasta vasca Almudena Cid. Claro que no han faltado desaprensivos, crueles e incluso cobardes que se han escudado en el cinismo para menospreciar a la gimnasta. Su decisión ha puesto en cuestión la narrativa oficial sobre qué es el éxito y qué hay que estar dispuesto a hacer para lograrlo. Hay que recordar que en el contexto de la competición se han asumido maltratos y tormentos que no se aceptarían en ningún otro ámbito. Esta es una verdad que escuece a muchos y mina a este sistema de valores.

Un contexto nuevo

Lo que ha hecho Biles es excepcional, pero se da en un contexto nuevo. Su negativa a participar en las pruebas no se puede entender como un hecho aislado. Tiene relación con la negativa de Naomi Osaka a participar en las ruedas de prensa después de los partidos del Abierto de París; con la rebelión del equipo femenino noruego de balonmano playa para no utilizar una equipación sexista; con la renuncia del equipo femenino alemán de gimnasia a utilizar un modelo estilo bikini en protesta por la «sexualización« a la que se las somete; con Serena Williams explicando que no ha participado en los Juegos Olímpicos porque los protocolos le obligaban a estar alejada de su hija demasiado tiempo; o con el mensaje enardecedor de Tom Daley reivindicando su orgullo por ser gay y campeón olímpico. En todos los casos aparecen las matrices de género, raza y clase social.

Estos actos, estos gestos y mensajes, componen una visión diferente sobre los valores y lo que es importante en la vida, también en el deporte. Se pueden debatir, se puede alertar de sus derivas y futuros riesgos, pero no se deberían negar. Tienen algo de generacional y contienen un poder liberador que no se debe minusvalorar.

Los Juegos Olímpicos tienen una fuerza especial y siempre han sido un espacio para las reivindicaciones políticas. En ellos se han visto grandes demandas, contra el racismo y el sexismo, o a comunidades mostrando al mundo sus tragedias. Tras esas banderas oficiales siempre transcienden grandes juegos geopolíticos y pequeños conflictos olvidados. Y en medio de todo eso, hay personas ejemplares, vanguardistas e inspiradoras. El objetivo del deporte no puede ser solo romper los límites de lo humanamente posible. Una actividad así debe aspirar a establecer los límites de lo humanamente decente. Esa es la plusmarca que ha establecido Simone Biles, y que todo el mundo debería humildemente aspirar a emular. A eso también se entrena, y no es fácil.