Carlos GIL
Analista cultrural

Euforia

Los públicos, en las funciones a las que acudo, se muestran de manera habitual con una euforia que me cuesta asimilar. Intento huir, en la medida de mis posibilidades, de los estrenos ya que son esos momentos en donde se provoca una corriente de alabanzas, ovaciones, bravos y demás manifestaciones que juntan la emoción de lo presenciado con la necesidad de dejar constancia de su adhesión, de su conformidad y si, por si acaso hubiera gente no convencida o crítica camuflada, que se impregne de esa euforia elevada al cubo que está algo impostada.

Pero voy a sesiones que considero no tienen un público cautivo, sino que, en teoría, son esas personas que compran sus entradas, planifican su asistencia, cumplen con su función social, cultural y ciudadana y después se forman una opción silenciosa o compartida con un grupo de familiares y amigos cercanos. O existe un dopaje grande de invitaciones en las salas de manera constante o se ha instaurado la moda de la efusividad casi automática. De manera consciente o inconsciente, se crea una sensación de éxito, de convicción que, en muchas ocasiones, choca, a mi entender, con lo que acaba de suceder.

Probablemente se aplaude dando las gracias por el hecho mismo de hacerse la función, en otras porque ha gustado, pero hasta hace unos pocos meses eso se realizaba con aplausos sólidos y continuados, no con estas expresiones actuales, excesivas y sobreactuadas.