Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Titane»

Carne, metal y otras pulsaciones emocionales

Enrabietada y telúrica, “Titane” tiene la virtud de ubicarse en ese terreno que divide a quienes la aman y odian. No hay término medio para una obra que nace del exceso y vampiriza en cada una de sus intenciones a un espectador siempre descolado ante lo que acontece en la pantalla y que debe asumir que es mucho más que un simple sujeto pasivo o un voyeur circunstancial ante la ventana indiscreta muy bizarra que ha abierto de par en par la cineasta Julia Ducournau.

Cinco años después de “Crudo” (2016), Ducournau amplifica su incómodo discurso con una obra igual de compleja y extrema que incide en los terrores corporales, una vía que en su apariencia temática podría continuar la estela de propuestas tan referenciales como “Crash, de David Cronenberg y “Tetsuo”, de Shinya Tsukamoto, pero que en su conjunto se ubica en un terreno mucho más complejo, pesadillesco y surreal porque la protagonista de la historia –y por muy disparatado que pueda sonar– es una joven que tiene una placa de titanio y se que quedó embarazada de un vehículo.

En su ruta, salpicada de cadáveres, topa con un hombre que perdió a su hijo. Transgresora y obsesionada con no levantar el pie del acelerador, la película muestra un buen puñado de escenas que pueden provocar incomodidad e incluso asco debido a lo explícito y extremo de unas imágenes que nos descubren pezones de los que emana aceite de motor o úteros tapizados de metal.

Ducournou se siente cómoda manejando su festival de excesos y a sabiendas de que lo que expone ante el público generará controversia. Thriller, terror, drama... todo orbita en torno a un cuento fantástico que logra su propósito de colocarse en este espacio en el que lo real y lo onírico se fusionan como la carne al metal. En esta grotesca ecuación destacan las poderosas interpretaciones de Agathe Rousselle y Vincent Lindon.