EDITORIALA
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Aiete muestra capacidades, miserias, y constata una hazaña

El décimo aniversario de la Declaración de Aiete y de la respuesta positiva de ETA a sus demandas está sirviendo para revivir la atmósfera y la agenda de aquellas jornadas que marcaron el fin de una época en Euskal Herria. Los encuentros en Donostia y en Baiona, que hoy tendrán continuidad en Barcelona, han traído a figuras de primer orden en eso que algunos, de manera supuestamente despectiva, denominan «la industria de la paz». Extraña estrategia, a no ser que pretendan reivindicarse como «señores de la guerra».

Estos días se han aclarado entresijos de aquella arquitectura negociadora. Se ha visto el nivel de las interlocuciones y puesto cara a algunos de sus discretos protagonistas. Lo logrado es una hazaña y hay que ponerlo en valor, más teniendo en cuenta las condiciones existentes y el desfase entre los compromisos de unos y otros.

Hechos inauditos y efectos virtuosos

Nunca en la historia un Estado tuvo una posición tan extrema en contra de la negociación y de la paz como para renunciar a formar parte del desarme de su mayor enemigo. Nunca antes, en este terreno y a estos niveles, un Estado hizo de la necedad bandera como lo ha hecho el Estado español en el proceso político vasco.

De igual modo, habiendo fallado la mesa de negociación porque el Estado renuncia siquiera a sentarse, lo normal es que una organización armada retome las armas, al menos hasta que se abra otra oportunidad para el diálogo. Sin embargo, después de que el PP decidiera no acudir a Noruega en 2011, ETA mantuvo su palabra y su apuesta por la paz. Trabajó en la clandestinidad para implementar el fin ordenado de su organización. Lo lograron pese a los incontables obstáculos, y los expertos que les acompañaron han considerado que diez años más tarde es hora de reconocer el merito de todo ello.

Estos días han destacado que ambas cosas son insólitas: el negacionismo necio de unos y la perseverancia disciplinada de los otros. La ceguera para ver las oportunidades frente al talento para sortear los obstáculos y buscar nuevos caminos. Fruto de ello, se abrió la oportunidad de que partes cruciales del proceso, como el desarme, quedasen en manos de la sociedad civil.

La conmemoración ha resaltado el contraste entre lo que Aiete supuso en el sur y en el norte del país. Algunos dicen que es porque en el norte no se sufrió la violencia por igual, pero es porque no tienen las desapariciones de personas a manos de mercenarios y policías por violencia de verdad. Otros dicen que es porque en el norte los abertzales son minoría y no son vistos como un riesgo por el resto de fuerzas, pero eso es porque no miran los datos de la evolución electoral.

¿Cuál es la explicación más pertinente de por qué en un lado del país el proceso ha sido fecundo y en el otro mucho más pobre? No habrá una sola razón, seguro. En Ipar Euskal Herria, destacan la cooperación y el consenso, la confianza y los liderazgos compartidos. Lo opuesto a retrasar los cambios más lógicos, enfadarse, obsesionarse y empobrecer todo, hasta el debate.

Aun hay tiempo para la justicia transicional

Otro de los temas recurrentes estos días ha sido la justicia transicional, en especial porque se ve con preocupación la situación de los presos y presas. Piensan que hay que darle una solución política cuanto antes. Paradójicamente, la actualidad empujaba ayer este foco a un lado bien distinto al de los presos. O quizás no.

Puede que Rodolfo Martín Villa pensase que nunca tendría que rendir cuentas ante un tribunal por los crímenes de los que fue responsable siendo ministro. La impunidad que se había garantizado en España se ha quebrado en Argentina, donde la jueza María Servini lo ha procesado por la matanza del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz y por la muerte de Germán Rodríguez en los sanfermines del 78, entre otros delitos.

En este sentido, la cadena de mando que ha posibilitado el sistema de torturas con el que las FSE han infundido el terror en la sociedad vasca durante estas décadas debería preocuparse. De PSOE a PP, desde ministros a policías, pasando por jueces, forenses y periodistas, es una cadena larga. El rastro de los premios, la demencia, la vanidad… terminarán por reventar ese silencio y por poner en riesgo esa impunidad. Seguramente será tarde para la justicia, pero eso no evitará el susto y el oprobio.

Diez años es tiempo suficiente para hacer un mínimo balance. Para todo el mundo, hasta para el más necio.