Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

Hasta que la muerte les junte

Nos despedimos de la 54ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges con esa gran noticia que tanto tiempo llevábamos esperando: 100% de aforo permitido en las salas de cine. Un anuncio que llegó justo a tiempo para la recta final del certamen catalán. Una bendición recuperada que pudimos disfrutar durante «solo» tres días, pero puedo dar fe que estas tres jornadas bastaron para desmentir esa mentira que entre todos fuimos incubando durante la pandemia del coronavirus: «Seguro que voy a echar de menos ese espacio vital que me proporcionan las butacas libres». Y sí, en parte así fue, pero en realidad no hubo ni tiempo ni mucho menos espacio para lamentarse, pues nada puede superar la alegría de volver a disfrutar del cine «en familia».

Porque, como bien sabemos, hay películas que se revalorizan en compañía de esos seres y esos ítems junto a los que no hay fiesta que pueda decaer: ese grupo de colegas que siempre responde a la llamada; ese pack de tus cervezas preferidas. Son solo dos ejemplos de elementos con los que perfectamente se puede combinar el visionado de “El viaje”, nueva acto vandálico de Tommy Wirkola que acaba de desembarcar en el catálogo de Netflix… después de ser ovacionada, como cabía esperar, en las abarrotadas e híper-estimuladas salas de Sitges.

El autor de la cinta de culto “Zombis nazis” (cuyo título para nuestro mercado ya dejaba clarísimo el encanto de la propuesta) parece decidido a instalar su filmografía entre su Noruega natal y el Hollywood de estrellas como Gemma Arterton y Jeremy Renner (protagonistas de “Hansel y Gretel: Cazadores de brujas”) o Willem Dafoe y Glenn Close (presentes en el cartel de “Siete hermanas”). Pues bien, con siete largometrajes en su haber, ya puede establecerse un patrón irrefutable: el hombre rinde a su máximo potencial cuando juega en casa.

Por suerte, y aunque el título de esta su nueva película pudiera sugerir lo contrario, en ningún momento vamos a movernos de esa Noruega donde, ya se ve, Wirkola siente que puede desatar a su propia bestia interior. La premisa de “El viaje” es la de una escapada rural: un fin de semana en una idílica cabaña en el bosque; un entorno ideal para que Lars y Lisa, cineasta y actriz ambos de segunda, puedan reavivar la llama del amor que una vez, hará ya mucho, les juntó, pero que ahora permanece como triste testigo de aquello que antes fue, y ahora no. Y como todo tenemos que tomárnoslo como el chiste que es, podemos hablar de una pareja que va en un coche, y cuyos integrantes deciden dejar aparcado el odio que sienten hacia el otro (o la otra)… solo porque están planeando cómo liquidar a esa odiosa «media naranja».

Y como no podía ser de ninguna otra manera, en el maravilloso mundo de Tommy Wirkola, el matrimonio es retratado como una delirante mezcla entre el culebrón televisivo y lacomedia negra. Todo esto, evidentemente, se adereza con un gusto malsano por la violencia. Por los puñetazos, patadas y disparos que apuntan a las partes más innobles del cuerpo. “El viaje” es, para entendernos, como si los hermanos Coen de la primera época hubieran decidido ejecutar sus retorcidos planes a través de escenas de acción más típicas de dibujos animados para cuerpos adultos… y mentes infantiles.

Así se comporta la película, como una válvula para el crío gamberro que llevamos dentro; como un show deliciosamente frívolo, en el que consecuentemente todo vale. No hay barreras morales, mucho menos reparos a la hora de abrazar las bondades del caca-culo-pedo-pis. Y es en esta desacomplejada alegría que este «viaje» consigue hacernos cómplices de sus tropelías. Tommy Wirkola en su salsa: haciendo de las tensiones conyugales y de los miedos de la «home invasion» las excusas perfectas para que un pobre desgraciado pierda, de la manera más dolorosa posible, su extremidad favorita. El principio cómico universal que rige la mayoría de gags es el de «es gracioso si no me pasa a mí». Así se disfruta con el sufrimiento ajeno, porque su única consecuencia palpable es la de reunirnos una vez más frente a una pantalla (la de una sala de cine, la del salón de nuestra casa) y reírnos a carcajada limpia junto a esa persona a la que tanto amamos… u odiamos, qué más da.