Raúl Zibechi
Periodista
GAURKOA

Crisis de empleo, migraciones y poscapitalismo

Países como Australia, Canadá o Alemania están ofreciendo a los posibles inmigrantes mejores condiciones y aumentando a ritmos acelerados su permisos de residencia», puede leerse en la prensa económica de estos días (https://bit.ly/3pzYtUf). La masiva renuncia de millones de trabajadores, que se niegan a seguir trabajando por salarios miserables por tareas ingratas, está en la base de esta situación.

De la guerra contra los inmigrantes, estamos pasando con una rapidez increíble a la «guerra mundial por los inmigrantes», como titula “El Economista” en su edición del 27 de diciembre.

Alemania se prepara para redactar una nueva «ley de ciudadanía múltiple» para facilitar la obtención legal dele estatus de ciudadano; el Reino Unido estudia visados extraordinarios para categorías en las que exista escasez de trabajadores; los nórdicos y los países del sur de Europa también se aprestan a tomar medidas para atraer trabajadores.

El Estado español es uno de los países más afectados: las empresas que tienen dificultades para encontrar trabajadores se han duplicado, pasando del 13% al 27%, en particular en hostelería, comunicaciones y transporte.

No es la primera vez que esto sucede en la historia. La peste negra, entre 1347 y 1353, provocó la muerte de más de dos tercios de la población europea. Sus consecuencias fueron demoledoras para el orden feudal, como había intuido Marx en una época en la cual no abundaban los estudios sobre esa epidemia.

El trabajo del historiador noruego Ole Benedictow, “La Peste Negra” (publicado por Akal), destaca que «aceleró la evolución y transformación de la sociedad y civilización europeas hacia su forma histórica moderna» (p. 521). De forma muy particular, la aguda escasez de mano de obra impulsó «la modernización económica, tecnológica, social y administrativa», que se expresó en el florecimiento de centros capitalistas en el norte de Italia y en Flandes. También contribuyó al «hundimiento de las estructuras y mentalidades económicas feudales», que fueron reemplazadas en algunas décadas por actitudes innovadoras, por la secularización del arte y la economía y, sobre todo, la «fascinación por las oportunidades económicas y sociales», quizá como forma de huir de la obsesión por la muerte que había dominado las sociedades devastadas por la peste negra.

No creo que en este momento estemos ante una situación siquiera similar. La superación del capitalismo requiere de un periodo mucho más largo de presiones de abajo, para ponerlo contra la pared. En rigor, la peste negra creó las condiciones para superar el feudalismo, pero ya estaban en formación sectores sociales urbanos (los habitantes de los burgos, burgueses y comerciantes) que serían los sujetos de la transformación.

En palabras del líder kurdo Abdullah Öcalan, las relaciones sociales capitalistas que existían desde los albores de la civilización pudieron desplegarse porque los controles sociales se debilitaron; a la vez, los descubrimientos marítimos ampliaron la escala del sistema hasta convertirlo en un sistema-mundo, según los trabajos de Fernand Braudel.

Por el contrario, en el período actual predomina una enorme confusión. ¿Cuáles son las fuerzas sociales capaces de superar el capitalismo? ¿Los trabajadores asalariados? Por el camino del salario, como señala la feminista Silvia Federici, no hacemos más que atornillarnos al capitalismo, tema que no está siendo debatido por las fuerzas que se reclaman antisistémicas.

Los hechos muestran que son los pueblos originarios y negros, los campesinos y las mujeres de los sectores populares, los que están en condiciones de ir más allá del capitalismo, ya que su vida ha sido menos permeada por los valores, los deseos y las relaciones sociales centradas en el capital.

Esto no quiere decir que el capitalismo no esté atravesando dificultades. Pero mientras no exista un movimiento anticapitalista real y concreto, su dominio podrá recomponerse. En la cuestión de la escasez de trabajadores, por ejemplo, durante un tiempo se mejorarán los salarios de los «talentos» (como les gusta llamar a los trabajadores calificados), aunque sean africanos, latinoamericanos o asiáticos.

Una vez superado este momento de necesidad y escasez de manos y mentes, el capital volverá a ordenar a los Estados el cierre de fronteras, y seguirá cebándose en los inmigrantes pobres que seguirán siendo expulsados. Los gestores del capitalismo tienen larga experiencia en el arte de mover los hilos de sociedades que han convertido en laboratorios sociales, para regular o desregular, ampliar o reducir prestaciones y salarios, según la conveniencia del momento.

La organización de los migrantes es una cuestión clave. Finalmente, son quienes no tienen «nada tiene para perder más que sus cadenas», como decía Marx de la clase obrera. Algo de esto viene sucediendo en algunos países, pero de forma muy particular en Centroamérica, donde caravanas de miles de migrantes se internan en México disputando con gobiernos y fuerzas policiales su derecho a transitar por un destino mejor.

Es probable que en la desarticulación del capitalismo y en el nacimiento de un mundo nuevo el papel de las y los migrantes llegue a ser decisivo, como lo fueron las «invasiones bárbaras» en la caída del Imperio Romano. En todo caso, la histeria de las derechas contra los inmigrantes es un revelador del enorme papel desestabilizador que están jugando en todo el mundo. Aunque no podamos afirmar que sean los sujetos que construirán el futuro, es evidente que representan desafíos a las estructuras dominantes. No deberíamos perder de vista, empero, que vivimos en un mundo tan complejo como caótico. Que los próximos decenios serán más oscuros aún, por la convergencia de crisis climáticas y guerras entre naciones, convulsiones sociales e intentos de las ultraderechas de revertir los cambios en curso. Nada será igual; pero nadie nos asegura que el futuro será mejor, salvo que nos pongamos en movimiento.