Josu MONTERO
Escritor y crítico literario

Migajas

Uno. La fruta nos regala en verano una alegría inmediata, silvestre, infantil. ¡Y esa pequeña gran felicidad de comerla directamente del árbol! «Aquí también nos toca a los pobres nuestra parte de riqueza / y es el olor de los limones», escribió Montale. Dos. En verano regresamos al paganismo: creemos en el sol. Empapados de luz nos sentimos inmunes al dolor, un paraíso se adentra poro a poro por el cuerpo. Revivimos el sol que nutrió nuestra infancia. Las sombras de los árboles son la otra cara de esta gozosa moneda; las verdes sombras acogedoras y vibrantes que toman de la mano la luz del cielo y la traen hasta la tierra. ¿Y qué goce puede igualar al de compartir conversación y vino? Tres. Para chinchar al big data y a sus secuaces algoritmos, reivindicar los cachivaches, las cosas viejas...

Y al humilde gorrión: «Como a ti, me bastan y me sobran / las migajas del mundo», escribió Jiménez Lozano. Y reivindicar la duda y el nosé, sin que nadie -¡por dios!- eche mano al móvil. Cuatro. ¿Podemos decir que somos libres si hacemos todos lo mismo? Aviones y aviones a pesar de que de sobra conocemos el coste ecológico. Fotos y fotos todo el rato móvil en ristre; empiezo a comprender aquella creencia de tantas etnias primitivas convencidas de que las fotografías roban el alma de las personas; ¡sobre todo la del que fotografía! Cinco. Según el diccionario «conticinio» es la hora de la noche en que reina el silencio. Y seis. Con el delantal aún puesto extender el blanco mantel: la alegría de ir poniendo la mesa.