EDITORIALA
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Gipuzkoa, entre la obsesión y el delirio

En el lenguaje diario, la obsesión describe una perturbación producida por una idea fija que con tenaz persistencia asalta la mente. Una creencia basada en información falsa, extravagante o tergiversada que tiene multiples facetas de expresión. Sin duda, lo que algunos responsables de Lakua manifiestan cada vez que hablan de Gipuzkoa, amplificado por la colaboración de ciertos medios de comunicación que hacen de caja de resonancia, presenta todos los síntomas de la obsesión como patología. Según sus palabras de manual, Gipuzkoa bloquea y se bloquea de manera consciente y deliberada, vive un desesperante estancamiento de las políticas públicas y, en particular, de las políticas anticrisis. El mantra dicta que Gipuzkoa se hunde sin remedio, en caída libre y amenazando el desarrollo económico. Da igual que se trate de fiscalidad, de gestión de residuos o de infraestructuras, de un convenio laboral para residencias de ancianos o la concesión de las más altas distinciones. Todo vale, aun cuando sea contra la razón y contra toda evidencia.

El portavoz del Gobierno de Gasteiz, Josu Erkoreka, dio ayer un nuevo ejemplo de manía obsesiva hacia Gipuzkoa y sus representantes. Utilizando su tribuna como ariete, arremetió contra las instituciones guipuzcoanas por bloquear la activación del pacto fiscal PNV-PSE. Y lo hizo el mismo día en el que el diputado general de Araba, Javier de Andrés, denunciaba el incumplimiento de ese pacto. Para Erkoreka, sin embargo, lo de Araba se trata de un percance y no teme la ruptura del pacto. Un acuerdo, por otra parte, que tiene mucho de necesidades propias, especialmente las de un gobierno en minoría, y que se quiere ahora tramitar con demasiada prisa. Gipuzkoa, que en el ámbito fiscal tiene los deberes muy avanzados y ha impulsado una nueva fiscalidad con honestidad y coraje, otra vez en el disparadero de Lakua.

Este nuevo ejemplo, el enésimo de un perverso ejercicio político que va camino de convertirse en deporte nacional, demuestra una doble y triste realidad. A saber, que el conocimiento de la verdad no impide el tráfico de las mentiras y que el delirio, con su manía y sus trastornos, es peligrosamente parte del paisaje político del país.