Mikel INSAUSTI DONOSTIA

Yoji Yamada se consagra como heredero legitimo de Ozu con el film «Una familia de Tokio»

La dignificación del remake pasa por homenajes tan respetuosos como el que Yôji Yamada dedica a Yasujiro Ozu. No hay que olvidar que el clásico de 1951 «Cuentos de Tokio» se inspiraba en la película de 1937 «Dejad paso al mañana».

Existe mucha confusión en torno al concepto del remake. No es lo mismo rehacer una vieja película por razones comerciales que rendir un sentido homenaje a un clásico. Sobran las discusiones al respecto, porque está claro que «Una familia de Tokio» pertenece al segundo grupo.

Cuando Yasujiro Ozu realizó en 1951 «Cuentos de Tokio», Yôji Yamada ya trabajaba de asistente de dirección. A sus 82 años es un superviviente de aquella época, y nadie mejor que él para conocer las entrañas de la película original, máxime conociendo su estilo respetuoso y de un clasicismo ejemplar.

Years Are So Long

Se puede decir además que «Cuentos de Tokio» ya fue otro remake en origen, pues se inspiraba en la película de 1937 «Dejad paso al mañana», obra del gran Leo McCarey. No acaba ahí la cosa, porque éste se basó en una obra teatral que a su vez dramatizaba la novela de Josephine Lawrence «Years Are So Long», publicada tres años antes.

Pero Yamada no se ha fijado en los antecedentes, sino única y exclusivamente en la realización de Ozu, considerada por los puristas como intocable. Menos mal que «Una familia de Tokio» ha ganado la Espiga de Oro en la Seminci, acabando con este tipo de trasnochados prejuicios.

Por irreverente que parezca, lo cierto es que Yamada ha hecho la película como la haría hoy en día Ozu. Es exactamente el mismo drama familiar, pero actualizado al Japón contemporáneo. Por mucho que hayan cambiado las cosas, las relaciones entre padres e hijos siguen siendo igual de conflictivas y esta historia sigue plenamente vigente. Cambia, por supuesto, el contexto histórico. «Cuentos de Tokio» era un retrato familiar de posguerra, mientras que en «Una familia de Tokio» el grupo aparece marcado por el desastre de Fukushima. La figura del hijo sacrificado en nombre de la patria desaparece, mientras que las responsabilidades profesionales de cada uno de los descendientes han aumentado. La mayor occidentalización se observa en que la cámara ya no está a la altura del tatami.