Javier Sádaba
Filósofo
KOLABORAZIOAK

Autodeterminación

En este momento los catalanes están dando una lección de cómo avanzar en la conquista de la autodeterminación y, en su caso, de la independencia. Seguro que cometen errores, pero actúan

Es tiempo de hablar de la autodeterminación. Y, en su caso, de independencia. Es lo que está pasando, por referirnos a lugares cercanos, en Catalunya y en Escocia. También la tienen día y noche en la boca sus enemigos. Y con argumentos insostenibles. Se agarran a la Constitución española como si fuera una diosa. La autodeterminación, más allá del derecho positivo que, sin duda, está a su favor, se apoya en dos pilares fundamentales. Uno de tales pilares no es otro sino cada uno de los individuos. Y es que, libremente, decidimos lo que deseamos ser. Y el segundo, la consideración de una comunidad que, en su conjunto, quiere configurar de una manera o de otra su destino político. De ahí que la autodeterminación fluya de la capacidad de ser libres y de una idea de democracia que no se reduzca a mera palabrería, que, desgraciadamente, es lo que suele suceder.

A la autodeterminación, por supuesto, hay que dotarla de contenido. Por ejemplo, ha de ser pactada o negociada. No se trata de atacar a unos vecinos sino de convivir en respeto mutuo. Por otro lado, tampoco se trata de recurrir a la noción de nación como si fuera el remedio de todos los males. La idea de nación es, como mínimo, oscura. Me remito, como argumento de autoridad, a sociólogos tan reconocidos como Durhkeim o Weber. Lo decisivo es la formación de un estado. Y si el concepto de estado no nos gusta o deseáramos que desaparecieran todos los existentes, hablemos de Comunidad. Lo que sucede es que mientras pervivan estados, desde el español o el francés hasta el chino, podemos usar y reivindicar un estado más dentro del planeta. Otra cosa es que si un conjunto de personas se empeñan en separarse de las ataduras de otros estados normalmente lo hagan porque, por ejemplo, sus costumbres o su lengua han que ser defendidas y mantenidas. O, sencillamente, porque les da la gana, Y es que la base de la autodeterminacion, el fundamento último, no es otro sino la soberana voluntad de las personas. Ni más ni menos. Este es el núcleo de la cuestión en el que hay que insistir una y mil veces.

Si esto es así, quien esté dispuesto a poner en marcha la autodeterminación, pensemos en Euskal Herria, debería hacer dos cosas, al menos. En primer lugar, dejar de utilizar la palabra autodeterminación como una expresión mágica, un mantra que sirve para una manifestación enardeciendo las emociones de la gente. Independientemente que estén en su lugar manifestaciones de este tipo. Se necesitaría, más bien, una pedagogía que se centrara en la libertad que a todos nos compete. Y que, al mismo tiempo, se explicara y desgranara cuales son las piezas con las que ha de funcionar intelectual y afectivamente quien esté a su favor. El resto son palabras y nada más que palabras. Todo lo cual implica que se tiene un plan para conseguirla, que se han ideado unos pasos concretos, que ese ideal será mediado a través de lo que se considere conveniente. Y, obviamente, esto requiere preparación, discusión, autocrítica cuando no se haga o se haga mal y disposición para explicar lo que haya que explicar. Así, si se modificara, por ejemplo, un programa electoral, no habría más remedio que dimitir o, repito, explicar hasta la saciedad los hipotéticos cambios. Y algo que jamás debería hacerse: afirmar que no es el momento oportuno o sostener que si uno no está en el poder otros vendrán que lo harán peor. Este tipo de seudoargumentaciones son las que, históricamente, han arruinado a la izquierda.

En este momento los catalanes están dando una lección de cómo avanzar en la conquista de la autodeterminacion y, en su caso, de la independencia. Seguro que cometen errores pero actúan. Seguro que allí se da una unidad que en modo alguno se da en Euskal Herria. Pero cada uno que cumpla con su función y con sus compromisos. Aunque la izquierda aberzale la constituyeran solo cuatro, debería tener un plan, un proyecto, una hoja de ruta, un contacto constante con otras fuerzas y un recorrido por todo el mundo para dar a conocer sus objetivos. Y el asunto es que no son cuatro, sino muchos y ocupan instituciones importantes.

Se podría objetar que no les dejan hacer nada. Si eso fuera así, lo lógico consistiría en no utilizar las vías políticas sino las exclusivamente sociales. En caso contrario, se gestiona precisamente aquello que impide la autodeterminación.

Puedo estar equivocado y el trabajo en marcha es el que conduce en la dirección deseada. Puede ser. Lo que sé es que cuando lo pregunto no me suelen dar razón de ello. Por eso, y para acabar, lo que encuentro paradójico es que mientras en buena parte de Europa se ha encendido la discusión sobre el tema, en donde parece que manda el silencio es allí donde ha- bría más razones para hablar. No para gritar, o como puro eslogan, sino para formar e informar a los ciudadanos e intentar, dentro de las siempre limitadas posibilidades, dar pasos hacia aquello que al menos una buena parte del pueblo desea.