Fede de los Ríos
JO PUNTUA

El simulacro de la realidad al final resulta tóxico

Aquí, los buenos, dicen que vivimos en Democracia. Ya lo decía el bueno de Nietzsche hace años: cuídate de los buenos que ofician de víctimas

La voz latina «simulacrum» posee varios usos: imitación fingida que se hace de una cosa como si fuera cierta y verdadera. Otro, «maniquí de mimbre en el cual se encerraban a los hombres para quemarlos vivos en honor de los dioses».

¿Y si nada fuera real? ¿Y si todo fuese simulación?

Nos hablan de la existencia de café descafeinado, de cerveza sin alcohol, del parto sin dolor, de leche de soja o arroz, de coches que no contaminan, del trabajo como realización del ser humano, de aguas que adelgazan, de monarquías democráticas, de democracias con partidos y medios de comunicación ilegalizados, de empresarios creadores de puestos de trabajo, de entidades bancarias que te informan lo que ganan con tus ahorros y lo dedican a obras sociales, de que Hacienda somos todos incluso las infantas, de subidas de pensiones y salarios, de ejércitos en misiones de paz, de jueces imparciales...

Nos dicen que existen las eyaculaciones hacia adentro, orgasmo interior lo llamaba el desaparecido Sánchez Dragó. A primera vista se antoja muy molesto el estar relleno de semen, pero en fin... estamos en una democracia, haga cada cual lo que le plazca con sus fluidos corporales.

Nuestro paisaje natural lo conforma algo tan artificial como las mercancías, constituyen nuestra identidad, por ellas nos reconocemos, sin ellas no somos nada, ni siquiera deseo. La civilización de la mercancía acabó con la cultura.

Pero la teatralidad de nuestras vidas no nos hace actores sino voyeurs. El espectáculo lo montan otros, los buenos. Nosotros, aislados espectadores, jugamos a seducir o ser seducidos siguiendo un guión aprendido desde niños. Seducción es sinónimo de engaño. Engañamos y nos engañan, eso sí, con gestos y posturas ensayados, observados reiterativamente hasta la nausea en cientos de programas televisivos al uso. Nos han creado narcisos y, en un acto de misericordia, nos dejan el záping para el espectáculo en fragmentos, que tomamos por vida, con el fin de que aburrimiento y hastío no inunden nuestra simulada existencia. La vida en Power Point. Somos imbécilmente felices a trocitos, a imágenes, porque es imposible aguantar la película de un tirón. Todo es moda, todo pasajero y banal. Para nuestros cuerpos se inventaron el lifting y la silicona. Siempre nuevos y atractivos.

Otegi y tantos otros siguen encarcelados por negarse al espectáculo. Este miércoles los que mataron a Lorca se llevaron a Asier y a otros siete por querer humanizar un antagonismo que dura demasiado. El Estado en manos de pusilánimes y resentidos, pretendiendo satisfacer, a costa de lo que sea, a quienes oficiando de víctimas permanentes permanecen permanentemente enrocados en el odio, el resentimiento y la tristeza que destilan esas dos bajas pasiones. La razón de su existencia. Un narcisismo el suyo que no produce sino infelicidad.

Aquí los buenos dicen que vivimos en Democracia; en el menos malo de los sistemas políticos.

Ya lo decía el bueno de Nietzsche hace años: cuídate de los buenos que ofician de víctimas.