PERFIL | CLAUDIO ABBADO

«No me llamo maestro, me llamo Claudio»

Nacimiento: Milán, 26 de junio de 1933. Profesión: Director de orquesta. Dirigió la Orquesta Filarmónica de Berlín. Aportaciones: Se distinguió por su versatilidad y por la amplitud de su repertorio, que abarcaba obras clásicas de repertorio y de compositores del siglo XX, como Arnold Schönberg, Alban Berg y otros más contemporáneos como Karlheinz Stockhausen o Luigi Nono. Muerte: Ayer en Bolonia a los 80 años.

Existe en Italia una selecta asociación llamada Abbadiani Itineranti (Abbadianos itinerantes). Lo forman unos pocos centenares de melómanos, de todo el planeta y con envidiable situación económica, que durante 20 años se han dedicado a perseguir a Claudio Abbado allá donde le llevaran sus actuaciones.

Un club de fans, en definitiva, con la excepcionalidad que esto supone en un mundo, el de la música clásica, donde el fenómeno fan tiene poquísima fuerza y esta se reserva a un puñado de cantantes de ópera. Pero Abbado no fue un músico cualquiera: fue un director de orquesta excepcional y único.

Resulta muy difícil explicar en qué consistía su genialidad, sobre todo cuando uno no cree en la palabra «genio» pero ha sido testigo de la magia del italiano en contadas ocasiones -siempre fuera de Euskal Herria, donde no llegó a actuar-. Podríamos decir que cuando Abbado se subía al podio la música se hacía presente. Tenía el don de lograr que ante él las orquestas dieran lo mejor de sí mismas, y lo hacía empleando una estrategia poco común entre los directores de orquesta: la amabilidad. No era tiránico ni impositivo, no ordenaba a los músicos sino que los invitaba a hacer música con él, y obtenía así resultados absolutamente prodigiosos.

El título de esta columna es lo que les decía a los músicos cuando sucedió al terrible Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín. Luego está el Abbado político, firmemente comprometido con el comunismo, con los movimientos obreros, luchador incansable contra la marginación. Tenía una visión terapéutica de la música, creía que a través de ella la gente podía hacerse mejor, más consciente, más sabia. Junto a Luigi Nono, Mauricio Kagel o Maurizio Pollini tomó parte en algunos de los hitos políticos de izquierda de la música reciente, alabó por todo el mundo las bondades del Sistema de orquestas infantiles venezolano y fundó o apoyó infinidad de iniciativas musicales con fines sociales.

Su último acto, poco antes de morir, fue donar su sueldo como senador vitalicio de Italia a la escuela de música de la pequeña Fiesole. Aunque fuera perseguido por los ricos de medio mundo, Abbado siempre estuvo del lado de los pobres.