Iker Casanova Alonso
Militante de Sortu
GAURKOA

Así habló Mariano Rajoy

En uno de los pasajes de su célebre «Así habló Zaratustra», Nietzsche narra el encuentro del personaje que da título a la obra con un ermitaño. Al concluir la conversación y en vista del contenido del diálogo, Zaratustra exclama sorprendido «¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!». Algo parecido viene a la mente cuando se escuchan los discursos de Mariano Rajoy sobre la situación vasca. Como al santo varón de Nietzsche, a Rajoy también parece faltarle el conocimiento de algún dato esencial, lo que deja sus análisis completamente fuera de lugar.

La última entrevista televisada esta misma semana resulta paradigmática en ese sentido. Rajoy afirma que «mi posición de lucha contra el terrorismo es la de toda la vida. (...) La legislación penitenciaria tampoco la voy a cambiar». La única propuesta nueva que sale de su boca es la referente a la prohibición de que los ex presos puedan ser candidatos en las elecciones. Mientras, en Colombia, el presiden-te Santos afirma que se imagina «a represen-tantes de las FARC sentados en el Congreso».

El Gobierno español también quiere privar a quienes salgan de prisión de los subsidios de excarcelación. En Irlanda se habilitan programas especiales, dotados con fondos de la comunidad internacional, para facilitar a los expresos la inserción laboral. Se mire a donde se mire, los procesos de resolución de conflic-tos se afrontan de una manera completamente distinta a como lo está haciendo el Gobierno español. Al oír a Rajoy da la impresión de que ignora algo fundamental. Sus repetidos llamamientos al inmovilismo y su discurso belicista llevan a preguntarnos si realmente este hombre sabe que ETA abandonó su activi-dad armada de forma definitiva hace dos años.

La sociedad vasca sí sabe que ETA ha dejado la lucha armada. También sabe que esta decisión ha abierto una nueva era política que exige que los agentes se adapten al nuevo tiempo. Ante ello, cada partido trata de adecuar su práctica y su discurso. El PSE amaga con querer hacer algo diferente pero, desgraciadamente, es un partido bloqueado por su falta de renovación y por haberse convertido en un mero instrumento al servicio de la candidatura de Patxi Lopez a la presidencia del PSOE. Tibios gestos, como la buena recepción al comunicado del EPPK o la petición de una nueva política penitenciaria, generan alguna esperanza, pero de momento no tienen continuidad ante el perfil plano que impone la estrategia de López.

El PNV se encuentra en una situación compleja. Creo que realmente le gustaría que el proceso de resolución se gestionara de una manera más decidida y abierta. También es consciente del hartazgo y la irritación que en la mayoría social vasca provoca la política del Gobierno español, y trata de evitar que la izquierda soberanista sea el único referente de esa sensación mayoritaria. Por otro lado, no termina de superar el pánico que le provoca que en una situación plenamente normalizada esa izquierda soberanista le pueda superar electoralmente. Fruto de estos factores contradictorios su posición es oscilante. Así, si hace unas semanas parecía que, sellado su tripartito de gestión con los partidos españoles, no se opondría ni siquiera a una hipotética ilegalización de Sortu, su posición ante los últimos acontecimientos es una señal clara en dirección contraria. La decisión de acudir a la manifestación del 11-E, aunque fue tomada en medio de una profunda división en su dirección, envía una advertencia nítida a Madrid: incluso el PNV tiene líneas rojas. La trascendencia de este gesto ha sido enorme.

Quien se encuentra en la situación más complicada es el PP vascongado. La negativa del Gobierno central a aceptar la nueva realidad vasca les está pasando una factura especialmente elevada. Mientras el Gobierno parece tratar de contentar a pequeños pero poderosos grupos de la extrema derecha española, su actuación crea desconcierto y rechazo en la sociedad vasca. La sima entre España y Euskal Herria continúa agrandán-dose. Y el PP se desploma por esa sima.

El PP se encuentra en caída libre desde hace años. Ha pasado gradualmente de los 326.000 votos y 19 escaños en 2001 con Mayor Oreja a los 130.000 votos y 10 parlamentarios de Basagoiti en 2012. Y según las encuestas sigue bajando... A esta debilidad extrema se suma ahora un inicio de año demoledor para su valoración social, en el que el inmovilismo penitenciario, el desprecio al comunicado de EPPK y su ratificación por los expresos y la detención de los mediadores del colectivo le han alejado aún más de la voluntad ciudadana. La prohibición de la manifestación y la histórica respuesta, cuantitativa y cualitativamente, dada por el pueblo vasco llevan al punto máximo el aislamiento social del PP en Euskal Herria.

El partido ha tratado de reaccionar accionando toda su maquinaria propagandística. Conscientes de su pérdida de peso político, ya habían organizado una cumbre político-empresarial para marzo en Bilbo, a la que acudirá la elite de la corrupta derecha neoliberal española. Tras el varapalo de la manifestación del 11-E, han anunciado una próxima visita de Mariano Rajoy a Euskal Herria. Y ahora, ante la escisión de Vox y la ruptura con una parte de las víctimas, acaban de convocar un congreso extraordinario en marzo para «ratificar» la elección dedocrática de Arantza Quiroga. Mal anda el PP vasco si piensa que su aislamiento político lo pueden resolver con una campaña de imagen. Su problema no es que se les vea poco, sino que la mayoría de la gente no aguanta lo que hacen y lo que dicen. Más visibilidad sólo traerá más rechazo si no hay un cambio radical de actitud.

También hay quienes dentro del PP creen que la forma de parar el declive es retomar la actitud y el discurso de hace una década, cuando es precisamente seguir con ese mismo discurso, en unas circunstancias han cambiado, lo que les está llevando al abismo. Si el PP quiere jugar un papel relevante en la vida política, si quiere jugar algún papel, debe dejar de mirar a su derecha, porque a su derecha no hay nada. Vox se disputará con UPyD y el PP un puñado de votos de extrema derecha. Si el PP entra a un debate con ellos se repartirán el electorado radical con una bajada global de su representación institucional. El único futuro para el PP vasco es virar hacia el centro e incorporarse a la construcción de un escenario de paz. Pero probablemente no lo harán. No querrán. O no podrán. O no les dejarán. Parece que Madrid ya ha dado por perdido el escenario electoral vasco y a pesar de las cuitas de Oyarzabal, Semper, Quiroga y compañía, les da igual tener 100.000 votos o 200.000. Su opción no es el debate democrático sino la imposición. Renuncian a convencer.

Es obvio que en un escenario de paz, todos salimos beneficados, pero crece la percepción de que en una situación normalizada, la izquierda soberanista tiene una propuesta ganadora. La demanda de independencia de un Estado cada vez más decadente y la oferta de un profundo cambio social en un momento en que la gente necesita nuevos modelos, justos y creíbles, son opciones llamadas a aglutinar cada vez más voluntades. Sólo así se pueden explicar las constantes afirmaciones del tipo «ETA está ganando la batalla» (Mayor Oreja, 22-2-12) o «ETA está más cerca que nunca de lograr lo que no logró al matar» (Consuelo Ordoñez 23-1-14).

El final de la lucha armada ha generado en el PP vasco una situación entre el desconcierto y el temor. Se ha agotado el discurso sobre el que han construido toda su identidad y no tienen recambio. Perciben el creciente aislamiento y se sienten abocados a una inminente marginalidad política. Los infinitesimales movimientos de algunos dirigentes del PP vasco, dirigidos a tratar de evitar ese destino, han abierto la caja de los truenos. Se suceden los encontronazos y hasta los insultos por parte de algunas víctimas. Los, tímidamente, posibilistas y los duros chocan sin remisión.

Llevamos tiempo diciéndolo y los hechos nos están dando la razón: o se mueven hacia posturas de diálogo y democracia o su inmovilismo les pasará factura. Las profundas grietas que se han abierto estas semanas en el bando unionista son el coste político de esa actitud. El PP debe ahora darse por enterado de los cambios producidos tras el final de la lucha armada y actuar en consecuencia. No pueden seguir actuando como el ermitaño de Nietzsche. Si el PP asume la realidad y se activa un proceso real de resolución definitivo y completo se abrirá un escenario democrático. Si no, la perseverancia en la lucha y el hartazgo hacia la cerrazón española redundarán en un fortalecimiento del proyecto soberanista y en un mayor grado de desafección hacia España. Y quien piense que la desafección es una mera palabra que mire a Catalunya.