Antonio Alvarez-Solís
Periodista
AZKEN PUNTUA

La guerra de los cien años

Resulta muy gratificante protagonizar un papel político. Cualquier clase de papel. Sobre todo cuando el poder que se representa está al margen de las instituciones y es autoconferido. A sus componentes debe darles la sensación de estar por encima de cualquier tipo de elección popular; es decir, por actuar en nombre de una ley propia y potente. Yo entiendo que exista Covite o Colectivo de Víctimas del Terrorismo. Me parece que la historia cambiaría en muchos aspectos si pudiéramos pedir espontáneamente cuentas a los gobernantes. Pertenezco a una generación que no pudimos pedir cuenta alguna por las atrocidades del franquismo, que se prolongaron cuatro lustros. Y aquello fue fruto de un terrorismo colosal. Seis generales pasaron a cuchillo a miles de republicanos, ciertos o sospechados, en una país que vivía desarmado en la calle, ahormado por una Constitución. Fue un genocidio colosal provocado por criminales que aún están emplazados en los monumentos a su gloria. Y de ellos hay que hablar bajo, sin protección alguna, sin que sus descendientes puedan ir a la sede del Gobierno para intervenir como poder en la marcha de lo público.

Ahora le ha tocado a Lakua verse acosada por la queja de Covite, que estima que los movimiento por la paz del PNV deslegitiman a la policía en su labor antiterrorista. Yo creí que el PNV no estaba haciendo gran cosa, pero se ve que está haciendo demasiado. Además ya no existe terrorismo por mucho que pregonen los expertos en la guerra de los cien años.

Es hora de que la política sea política y de que los sacrificados en la historia ya rebasada sean objeto de la oración del creyente o de la penitencia laica de unos y de otros. Porque la vida no es un plano fijo.