EDITORIALA

¿Una generación pérdida en Euskal Herria?

La última Encuesta de Población Activa conocida el jueves ha confirmado lo que se venía intuyendo. Por debajo de los autocomplacientes discursos oficiales de que baja el número de parados, lo que desciende bastante más es el número de empleos y personas empleadas, la población activa. Dicho más claro, también en Euskal Herria son miles y miles los que directamente tiran la toalla, hacen las maletas, se van.

Se marchan, sobre todo, inmigrantes y jóvenes. Los dos casos pueden resultar dolorosos, pero el primer grupo tiene connotaciones propias que requerirían un análisis particular, que empiece por la evidencia de que el exilio por motivos laborales que emprendieron un día rara vez fue fruto de una elección libre, sino una decisión derivada de la necesidad. Este editorial pretende centrarse en la problemática de la juventud, creciente y que va en camino de enquistarse. Esta misma EPA constata que la mayor parte de los puestos de trabajo destruidos correspondían al segmento que va de 25 a 34 años. Y el Consejo de la Juventud de Euskadi (EGK) acaba de alertar en un informe muy interesante de las consecuencias nefastas que tiene este exilio en muchos casos y que a menudo resultan invisibles.

Por un lado, la realidad con que se encuentran en general dista mucho de la empalagosa de ``Españoles en el mundo'' y ni siquiera resulta tan divertida como la de ``Txapela buruan'': la inestabilidad y precariedad laboral se unen a los problemas lingüísticos o la pérdida de raíces. Por otro, se produce una pérdida prácticamente inadvertida de derechos en Euskal Herria, desde la antigüedad en el padrón a las prestaciones por desempleo pasando por la seguridad (resulta difícil aquí no citar el caso de Hodei Egiluz, del que se sigue sin noticia alguna tras desaparecer en Amberes, donde estaba trabajando, hace casi 100 días).

Que nadie se engañe: esta realidad no es consecuencia de una política sino de la falta de políticas. No son pocos los jóvenes a los que salir al extranjero solo les ha servido para perder sus escasos ahorros, indica EGK. Tampoco son pocos los que, por el contrario, van tirando hasta estabilizar su situación y optan por afincarse ya lejos de casa. Y son muchos, en suma, cada vez más, los que se marchan: el número se duplicó de 2010 a 2011 (de 6.000 a 11.000 jóvenes emigrantes solo en la CAV), y la cifra seguramente ha seguido creciendo exponencialmente desde entonces. ``Oi ama Euskal Herria!'' ha dejado de ser una bucólica canción que remitía a un pasado determinado y una zona concreta de la periferia de este país para convertirse en una realidad diaria y nacional. Una realidad dolorosa y que merece prioridad.

De mal a peor

La realidad de la emigración juvenil derivada de la crisis ha aparecido con enorme fuerza y derribando todos los tópicos, desde los de viejo cuño como ``Juventud, divino tesoro'' a los que hace bien pocos años incidían en nunca los jóvenes habían vivido tan bien, e incluso los más actuales que recalcan que esta es la juventud mejor preparada de la historia. La cruda realidad, hoy y aquí, es que el nivel educativo decae por los recortes; que estudiar resulta cada vez más caro; que las salidas laborales nunca fueron tan pocas ni en tan malas condiciones; que el acceso a la vivienda, y por tanto a la independencia personal, acaba siendo una quimera o en un horizonte lejano; y que tradiciones recientes como el «año sabático» hoy resultan una auténtica temeridad. En este mercado ni más formación ni más experiencias garantizan ya nada.

Todo un caldo de cultivo envenenado para que la situación se pudra aún más. Ahí está el ejemplo de la patronal guipuzcoana Adegi que, tal y como denuncia hoy mismo Ainhoa Etxaide, parece haber escuchado ese sordo «sálvese quien pueda» de fondo y ha acudido sin escrúpulo alguno a proponer una vía de negociación directa empresa-trabajador, al margen de convenios y sindicatos. Más leña a la caldera de la precariedad. O ahí está el ataque a las becas Erasmus por parte del Gobierno español, que según se apunta acabará traduciéndose en un recorte y ni siquiera cubrirán un curso entero (formidable paradoja que se obstaculice la formación en el extranjero al tiempo de se fomenta, con total descaro, el exilio laboral posterior).

Actitudes personales y políticas públicas

Pero no solo las condiciones objetivas han empeorado para las y los jóvenes actuales, también lo han hecho las subjetivas. Elementos como las nuevas tecnologías y las redes sociales, por ejemplo, se están convirtiendo en todo lo contrario a lo previsible: factores de individualización, de incomunicación y de trivialización de la realidad. La pujanza de la movilización juvenil ha sido constante a lo largo de la historia, pero paradójicamente no lo es en el momento en que se está desencadenando la mayor pérdida de derechos. No cabe olvidar que la represión ha buscado romper ese relevo generacional, como está dejando claro el juicio contra 40 jóvenes independentistas en Madrid. Pero, a su vez, muchas voluntades de lucha y transformación social acaban dispersándose o dirigiéndose a objetivos distintos al que en buena lógica debiera ser central: exigir condiciones para construirse su propia vida digna, para emanciparse, ecuación que pasa por tres claves ineludibles (educación, trabajo y vivienda).

Resulta evidente que el futuro de la juventud no será una prioridad en las políticas públicas hasta que ella así lo exija. Acuciados por otras necesidades y por sus propios cortoplacismos, parece haber gobernantes dispuestos a convertir la actual en una generación perdida. Rescatarla empieza por ella misma, y también porque la sociedad vasca en su conjunto entienda que no puede permitirlo, ni siquiera en términos de pura sostenibilidad o pirámide de edad. A partir de ahí, las medidas necesarias son tan claras que ni hace falta enumerarlas.