EDITORIALA
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La pobreza no es un desastre natural

Prácticamente no hay un día en que no se difundan datos que dan cuenta del estado de la economía, números absolutos y porcentuales vinculados a parámetros macroeconómicos que muestran una fotografía determinada en cada momento. La inflación, el desempleo, el Producto Interior Bruto han ocupado tantos titulares en los últimos años que cualquier ciudadano los maneja ya con soltura de experto. Sin embargo, no es tan habitual que nos informen de la pobreza, de la cantidad de gente que se ha visto abocada a la miseria, cuando probablemente no haya un indicador más fiable que este para conocer cómo está el tejido social y familiar de nuestro país. Y lo cierto es que está mal.

Muy mal, si consideramos que en menos de un lustro el número de personas en riesgo de extrema pobreza prácticamente se ha duplicado, y que se trata de una lacra que amenaza no solo a excluidos y parados de larga duración, cada vez más numerosos, sino incluso a trabajadores y trabajadoras cuyo sueldo es tan exiguo que apenas les sirve para sortear el riesgo de la indigencia. Cada vez hay más pobres, y cada vez hay más gente que camina sobre el alambre sin saber cuándo va a caer. Y esta es una realidad que no puede achacarse a la «crisis», palabra comodín que de un tiempo a esta parte parece servir para explicarlo todo, sino a la gestión que de ella han hecho partidos e instituciones, y las políticas que se han aplicado al dictado del capital.

La pobreza no es un desastre natural, imprevisible o irrefrenable, sino el resultado de decisiones políticas cuyas consecuencias nunca afectan a quienes las toman. Entre ellas se cuentan las personas que en marzo se reunirán en Bilbo para asistir a una cumbre que tendrá réplica en la calle. Según explicaron ayer los organismos que integran la Plataforma Gune, van a exigir un giro radical en las políticas causantes de tanta penuria, un cambio de sistema que está plenamente justificado pues hay recursos suficientes para que a nadie se le hurte la posibilidad de llevar una vida digna. No es un problema que se ataje con sacos terreros, hace falta mucho más para combatir la marejada capitalista.