Ramón SOLA
MESA REDONDA EN ZIZURKIL

Joxe Arregi, el rastro más evidente de la tortura sigue a la vista 33 años después

El cadáver amoratado de Arregi aún sobrecoge 33 años después. Todo es evidente en este caso, reflejo de años en que se torturaba sin disimularlo siquiera: son notorias las marcas -de ello habló el forense Paco Etxeberria-, la impunidad -la repasó el historiador Iñaki Egaña- y el dolor de las víctimas -visible en Maribi Arregi-.

Joxe Arregi, fallecido en Carabanchel un día como hoy de 1981, no es el único vasco muerto por torturas, pero sí el caso más representativo para toda una generación, igual que el de Unai Romano puede serlo para la actual. A esa generación pertenecen su hermana Maribi, el forense Paco Etxeberria y el historiador Iñaki Egaña. Y también gran parte de las cerca de 150 personas que abarrotaron el martes la casa de cultura de Zizurkil para rememorar lo ocurrido... si es que cabe hablar de ello así, en pasado.

Y es que todo sigue vivo, latente en la medida en que nadie cerró esa herida concreta y la de la tortura en general, que ha llegado hasta la actualidad. Egaña habló de la impunidad, centrada en los tribunales y despachos políticos; Etxeberria, de los sótanos policiales; y Arregi, de la impotencia y el dolor provocados por la injusticia.

Antes que nada explicó cómo era su hermano. Describió con sencillez a Joxe Arregi como alguien siempre dispuesto a ayudar y «al que le gustaba tomar el pelo a todo el mundo». Maribi evocó, emocionada, cómo conocieron su detención en Madrid y su posterior muerte tras nueve interminables días y noches. Y cómo aquello marcó sobremanera a todo la familia, particularmente a su ama: «Si la muerte de un hijo es un hecho duro, más aún si se produce en estas circunstancias».

El juicio contra una mínima parte de los responsables no hizo más que alimentar la sensación de injusticia y rabia de los Arregi. Los datos de la impunidad son tan clamorosos como las marcas en el cuerpo. Hasta 73 policías estuvieron con aquel joven robusto de 30 años en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, pero solo cinco fueron detenidos y apenas dos condenados. La pena, «cuatro meses, cuatro meses por una muerte», rememoró Egaña. Ocurrió, además, en segunda instancia. El Tribunal Supremo tuvo que poner paños calientes después de una primera sentencia absolutoria. Al contrario que en otros casos de aquella época, como el del médico de Oiartzun Esteban Muruetagoiena, el de Arregi convulsionó a la opinión pública gracias a las fotos hechas al cadáver por dos vascos a su llegada a Euskal Herria, tras abrir el féretro.

Sin esas imágenes, está claro que la impunidad hubiera sido total. Así, uno de los policías condenados no tuvo reparo en alegar que «es público y notorio que los terroristas se autolesionan y luego denuncian malos tratos». Para los forenses oficiales, Arregi había muerto de una bronconeumonía. La verdad tuvo tiempo de trasladarla él a sus compañeros, en esa frase que pasó a la historia terrible de este país: «Oso latza izan da».

Calabozos y protocolos

La dureza de los calabozos permanece también muy viva en la memoria del forense Etxeberria. Recordó en esta mesa redonda de Zizurkil los casos con fatal desenlace de Arregi, Muruetagoiena, Joxean Lasa y Joxi Zabala... Y también el de los hermanos Olarra, que sí acabó en condena gracias a la implicación y la pericia de un juez que obligó a posicionarse al forense. O el de Juana Goikoetxea, cuyas heridas tardarían 417 días en sanar y que, sin embargo, fueron obviadas «cuando se veían de lejos, de lejos».

Etxeberria lleva muchos años denunciando esta lacra, no sin costes; lo hizo en la entrevista publicada por GARA el domingo y el martes explicó que ya había recibido numerosos mensajes que le acusan de mentir. Pero en Zizurkil volvió a hablar y a relatar con muchos detalles situaciones como las de los tétricos calabozos de la comandancia del Antiguo en Donostia.

No son batallitas lejanas. Citó cómo el Ararteko encargó muchos años después otro informe sobre las dependencias policiales «y el resultado fue horroroso: había sitios que no se habían desinfectado nunca, aunque el detenido tuviera hepatitis o hubiera vomitado».

Añadió Etxeberria que hoy día sigue sin haber garantías de que no se torture, y lo ve curioso cuando, por ejemplo, existe un protocolo de denuncia de la violencia machista elaborado por Emakunde y aceptado por todos los agentes como válido.

Luego, Egaña explicó con profusión de datos que tampoco aquellos torturadores de Arregi, aquellos abogados que los defendieron o aquellos jueces que los absolvieron son historia: al contrario, todos han seguido haciendo carrera, aunque fuera de tropelía en tropelía. Hasta hoy.