Jaime IGLESIAS MADRID

ARCO recupera el pulso de sus mejores años volviendo a sus señas de identidad

En tiempos de incertidumbre, nada mejor que volver la vista atrás y confrontarse con los propios orígenes para rediseñar el itinerario que nos devuelva a la senda, sino del éxito, al menos de las cosas bien hechas. Tal ha sido la resolución adoptada por la dirección de ARCO en su trigesimotercera edición, que hoy concluye en medio de la satisfacción general.

A cualquier profesional del sector al que se le pregunte sobre el sentido último de ARCO, responderá que éste ha de localizarse sobre dos premisas básicas: la dinamización de las ventas y los acuerdos entre galeristas y coleccionistas y la proyección pública de los artistas, con especial protagonismo para aquellos que, en su condición de emergentes, precisan de una feria de la magnitud de ésta como plataforma de lanzamiento y consolidación.

Muchas veces, ocurre, sin embargo, que los propósitos iniciales acaban diluidos por la propia dimensión de un evento que, atendiendo a otros escenarios, termina por arrinconar sus señas primigenias. Ante las quejas suscitadas en las últimas ediciones por parte de galeristas respecto a la pérdida de identidad de una feria donde lo epatante ganaba espacio frente a lo esencial, los responsables de ARCO han decidido este año agarrar el toro por los cuernos y volver a los orígenes. Con un presupuesto de 4,5 millones de euros, una quinta parte de ese capital ha sido invertido en acciones internacionales dirigidas a intensificar las ventas trayendo hasta Madrid a cerca de quinientos coleccionistas de todo el mundo. Un esfuerzo que ha recibido la bendición de los principales galeristas.

Por otra parte en aras de potenciar el descubrimiento de nuevos talentos y la investigación en torno a su obra, la feria ha dispuesto este año el programa Sólo/Dúo por el que de las doscientas diecinueve galerías presentes, sesenta han dedicado sus stands en exclusiva a la obra de uno o dos artistas, en aras de dotar a éstos de una mayor visibilidad y proyección.

Performances, erotismo

Sobre esta premisa también ha suscitado muchas adhesiones el programa Solo Projects, consagrado a ser un espacio de reflexión en torno a los trabajos de artistas procedentes de América Latina. En este programa y dentro del stand de la galería porteña Barro arte contemporáneo, el artista argentino Diego Bianchi presentó la performance «Suspensión de la incredulidad» donde la advertencia «Atención: desnudo parcial», suscitó una atención masiva entre el público generalista que se agolpaba en el estrecho espacio que daba acceso al recinto donde se mostraba la obra.

El desnudo y los juegos o performances de naturaleza sexual suelen ser un valor seguro de cara a atraer el morbo y concitar la curiosidad de quienes visitan ARCO con el íntimo deseo de ser epatados. De hecho la gran atracción de este año fue el proyecto «Congress Topless» del francés, afincado en el Estado español, Yann Leto. Si el año pasado este artista expuso en la galería murciana T20 una esvástica de neón verde que vinculaba a la industria farmacéutica con metodologías propias del régimen nazi, en esta edición de ARCO, Leto montó una suerte de performance-instalación donde, en un espacio de apenas cinco metros cuadrados denominado «Congreso», el espectador pudo asistir a pases privados de un espectáculo de striptease perpetrado por dos bailarinas en torno a una barra. Ni que decir tiene que el atractivo de esta instalación corrió de boca en boca hasta convertir en un imposible llegar al stand que la acogía.

Las instalaciones y performances son siempre las obras que más curiosidad despiertan entre los no iniciados, ese perfil de visitante que, al mismo tiempo que se deja fascinar por el impacto de las mismas, duda de su alcance como objeto artístico, lo que en sí mismo representa una paradoja. No obstante, como en cualquier otra disciplina, en las instalaciones también cabe diferenciar entre la superficialidad y el rigor. Empeñados en minimizar lo primero y apostar abiertamente por lo segundo, este año ARCO apenas ha ofrecido obras de impacto, de esas que copaban los titulares de las noticias en otras ediciones, desatando la natural polémica. Lo lúdico ha perdido presencia frente a la severidad incluso en aquellas obras que entran en diálogo directo con la realidad más inmediata.

La galería barcelonesa ADN ofreció un buen muestrario de este tipo de propuestas. En su stand, las fotografías del colectivo Democracia cuestionaban la esencia misma de un concepto tan difuso como el de seguridad ciudadana mediante el retrato de policías antidisturbios en el ejercicio de su labor. También en esta misma galería se pudo apreciar el trabajo de Carlos Aires, extraído de su exposición más reciente, «This is not just fucking business». En ARCO pudo verse una instalación en la que el artista empapeló la pared con retratos de personajes ilustres que aparecen en diferentes billetes del mundo asumidos como objeto de camuflaje que disimulan o esconden la presencia de algo. La obra resulta una declaración de intenciones sobre la esencia del mundo del arte, sus intrínsecas dinámicas y el capitalismo actual.

La edición de la mesura

De este modo las obras más epatantes lo han sido en virtud de su militancia ética antes que estética, pues en este sentido es de mérito reconocer las derivas de muchos jóvenes autores hacia formas de arte popular, buscando dotar a sus creaciones de una accesibilidad mayor. No obstante, pocas obras han llamado la atención por sí mismas en una edición donde la mesura ha terminado imponiéndose y donde los autores han sido más protagonistas que en ediciones pretéritas, como lo demuestra la presencia de muchos de ellos en los stands que acogían sus obras, bien trabajando cara al público (como la finlandesa Mia Hamari realizando sus esculturas de madera a la vista de todos en la galería Forum Box), bien dejándose ver y departiendo con los visitantes sobre sus procesos de creación y búsqueda.

De la vuelta a sus señas de identidad apostando por el descubrimiento de nuevos talentos, también habla el hecho de que este año en ARCO la obra de los consagrados, de artistas ya fallecidos como Miró, Saura, Chillida, Lichtenstein o Millares, o de otros que, aún en activo, atesoran tras de sí una carrera importante (como Genovés o Manolo Valdés), teniendo como ha tenido la visibilidad acostumbrada, no ha gozado, sin embargo, del protagonismo que se le solía reservar años atrás.