EDITORIALA
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La sociedad vasca, extraña en su tierra

Bilbo asistió ayer a un desembarco de líderes internacionales y mandatarios españoles que asistieron a un acto organizado a mayor gloria del Gobierno del PP y de su política económica, que no es otra que la dictada por algunos de los participantes en el evento, como la directora del FMI, Christine Lagarde. Se trataba de ensalzar el camino andado por el Gobierno Rajoy en materia económica y de darle impulso para que lo siga recorriendo, y en esa tarea se esmeraron la mayoría de los ponentes. En esa tesitura, la intervención de Iñigo Urkullu y su apelación a la vocación humanista de la política económica europea fue como un verso suelto, una rareza rápidamente acallada por el discurso dominante.

El lehendakari no pareció sentirse cómodo en el acto del Guggenheim, no tanto por oposición a las recetas que allí se expusieron, que no difieren de las que se están aplicando desde su Ejecutivo, sino por la constatación de que solo era un actor secundario en una función organizada por otros. El mandatario autonómico probablemente se sintió como extraño en su tierra, aunque esa sensación sin duda fue más acusada entre las miles de personas que se manifestaron, o intentaron hacerlo, por las calles de la capital vizcaina en contra de la Troika y que se toparon con un impresionante despliegue policial. Si dentro fue el servicio de seguridad de la Casa Real española quien hizo y deshizo a su antojo, fuera, la Policía autóctona cerró a cal y canto los accesos al museo. Los bilbainos y bilbainas, y el conjunto de la sociedad vasca, vivieron ayer su particular «maldición de Malinche», aunque los invasores no llegaron por mar, sino en avión, y no iban montados en bestias, sino que estuvieron protegidos por ellas.

Ahora que vuelve a cobrar fuerza el debate sobre el estatus, lo ocurrido con el GFS14 debería suponer un toque de atención para quienes se sintieron molestos, agredidos o humillados. ¿Qué estatus puede evitar que vuelvan a sentirse igual cuando Madrid así lo decida?