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Análisis | Debate sobre la privatización de Kutxabank

Privatizar Kutxabank no es de derechas

La privatización de Kutxabank supone, a juicio de los autores, poner el núcleo central del sistema financiero vasco «al servicio de una élite financiera desconocida». Por ello, no dudan en afirmar que las fuerzas políticas que lo impulsan no son ni de derechas ni de izquierdas: «son de ultraderecha». Si el poder fáctico de Kutxabank cae en manos privadas, el análisis político de la Comunidad Autónoma Vasca, desde luego, se simplificará notablemente. El poder real sobre el conjunto del país se situará en el núcleo de control de Kutxabank.

Privatizar una caja de ahorros saneada no puede considerarse una opción de derechas. Las cajas de ahorros son defendidas en los países centrales europeos como un instrumento esencial para la defensa de los autónomos, de las pymes, de la economía real. Son defendidas por empresarios y por sindicatos. Por partidos políticos de izquierdas, de derechas y de centro.

Privatizar una caja de ahorros saneada no puede considerarse, por lo tanto, como una opción de derechas. Es una estrategia que no hay más remedio que calificar como de ultraderecha.

Porque si algo define a la ultraderecha es la apuesta descarnada a favor de los intereses de una minoría oligárquica en contra de los intereses generales. Y esto es precisamente, y no otra cosa, una barbaridad como sería la privatización de Kutxabank.

Esta apuesta descarnada se asienta, por un lado, en una extraordinaria transferencia de poder económico y político desde el conjunto de la sociedad vasca hacia una élite político-económica inicialmente y hacia una élite financiera desconocida a medio plazo.

Por otro lado, esa apuesta descarnada a favor de los intereses de una minoría oligárquica se asienta también en la transferencia de una fuente de recursos clave para el desarrollo económico y social del país a favor de una élite cuyos intereses podrán estar geográficamente situados en cualquier parte, pero serán siempre intereses de un pequeño núcleo de personas y empresas.

La entrada de accionistas privados en Kutxabank es iniciar una deriva, con distintos ritmos pero inevitable, hacia la transmisión del poder económico y político que solo corresponde al conjunto de la sociedad vasca a favor de la élite que en cada momento consiga enquistarse en el Consejo de Administración de Kutxabank.

Por supuesto, existirán prebendas inmediatas para quienes deban aceptar poner en marcha el proceso, en forma de puestos en el Consejo, reservas de cuotas de poder y créditos y subvenciones a partidos políticos y a medios de comunicación.

Sin embargo, el beneficiario último a medio plazo será el círculo de personas, empresas o grupos políticos que consigan hacerse con el núcleo de control. Y la gran perjudicada, la sociedad vasca en su conjunto.

Tampoco será importante quiénes sean los primeros inversores. Si fondos de inversión de otros países (americanos, nórdicos... poco importa) o empresas «de confianza». Esto no tiene demasiada trascendencia. Quiénes sean los primeros inversores puede ser una mera anécdota. Estos venderán sus acciones en cualquier momento a nuevos accionistas y así sucesivamente, sin que sea posible controlar quién o quiénes van a constituir finalmente el grupo de control de Kutxabank, quién o quiénes van a detentar finalmente el inmenso poder fáctico que este grupo dispondrá sobre el conjunto del País Vasco.

Ya con motivo del proyecto de fusión de las cajas vascas se comentaba en pequeños círculos el riesgo de que el presidente de la entidad resultante de la fusión se convirtiera en el «lehendakari fáctico» de la CAV. A la fusión se le ha añadido después un régimen orgánico destinado precisamente a blindar y aislar a este presidente de cualquier interferencia. Pero al menos aún se encuentra bajo un control y supervisión de entidades públicas responsables.

Si el poder fáctico de Kutxabank cae en manos privadas, el análisis político de la Comunidad Autónoma Vasca, desde luego, se simplificará notablemente. El poder real sobre el conjunto del país se situará en el núcleo de control de Kutxabank, sometiendo al mismo de forma progresiva e inevitable a medios de comunicación y partidos políticos.

Esto significa ni más ni menos que el fin de cualquier posibilidad de democracia avanzada en la Comunidad Autónoma Vasca. Poner el núcleo central de nuestro sistema financiero al servicio de una élite es una maniobra propia de oligarquías tercermundistas. O de países que se encaminan en esa dirección. Y las fuerzas políticas que impulsan este tipo de procesos, como hemos dicho, no son ni de derechas ni de izquierdas ni de centro. Se denominen a sí mismas como se denominen, a través de estas estrategias se convierten en fuerzas políticas de ultraderecha al servicio de la oligarquía financiera.