EDITORIALA
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Aberri Eguna, poco que celebrar y mucho por seguir haciendo

En un año trascendental para naciones europeas hermanas como Escocia y Catalunya, conviene calibrar primero en sus justos términos el Aberri Eguna de hoy. Siendo una fecha siempre especialmente emotiva para quienes se consideran abertzales, este 20 de abril no llega destinado a marcar ningún avance significativo ni punto de inflexión para revolucionar la situación del país. Por otro lado, resulta notorio que los cambios en las costumbres sociales han convertido estas fechas en poco propicias para movilizaciones políticas de masas. Todo ello dibuja un caldo de cultivo favorable para el pernicioso virus de la nostalgia. Nostalgia tanto de los Aberri Egunas de otros tiempos, muy diferentes en todo, como de la efervescencia que se siente hoy día en celebraciones similares de otros lares, como la Diada. En el otro extremo, igualmente equivocado, se sitúa la tendencia históricamente generalizada a adornar la jornada con valoraciones complacientes e hiperoptimistas sobre el hoy y el mañana de Euskal Herria. Objetivamente mirado, no se observa que de hace un año a esta parte haya habido gran cosa que celebrar en la causa de la soberanía. Y sí se observa que hay mucho, casi todo, por hacer.

Tomando como marco de referencia ese «ciclo vasco», de Aberri Eguna a Aberri Eguna, que se teorizó hace unos años, en estos doce meses Euskal Herria ha sido más noticia por los golpes recibidos de los estados que por los avances logrados. Más por las crisis evidentes día a día que por las indudables oportunidades de futuro. Crisis económica que sigue disparando el número de personas en paro, agudizando los niveles de pobreza, y se ha llevado por delante a un buque insignia como Fagor, con el añadido del pésimo uso o la pérdida de recursos para afrontarla (Kutxabank, CAN, TAV...) Incapacidad política para marcar un rumbo diferente en lo económico y abrir caminos a otro futuro en lo institucional. Individualismo creciente, que extiende la atonía social... Mientras tanto, la energía liberada por el fin de la lucha armada en 2011 no se ha extinguido pero tampoco acaba de activar nuevas palancas definitivas; no se ha destruido, pero tampoco ha transformado todo lo que debía por el momento. Una energía que puede considerarse almacenada o en «stand-by», pero que como tal va perdiendo un cierto porcentaje en la medida en que no se operativiza del todo.

Mirar hacia adentro

Siguiendo con el repaso, sería largo y plomizo enumerar la lista de ataques de los estados español y francés a las aspiraciones vascas en estos doce meses, ataques que también de lo económico a lo político pasando por lo cultural y por la guerra sicológica, porque obviamente sus «think tank» son conscientes de que la mejor defensa de sus intereses pasa por un ataque sostenido, que a los efectos prácticos les sume el de desencadenar frustración, desistimiento, angustia, miedo. Sin embargo, siendo lo más fácil, este es el ejercicio más estéril de todos; llámesele enemigo, adversario o simplemente rival, ninguna otra cosa se puede esperar de Madrid y París. Punto.

Resulta más práctico y eficaz utilizar este Aberri Eguna, como cita por excelencia de todo el pueblo abertzale, para mirar hacia dentro, valorar qué se está haciendo y qué no, por qué, cómo, dónde, para qué y con quién. Hacerlo con mentalidad autocrítica, pero también con capacidad de reconocer los aciertos. Y en ese balance relucen sin duda las iniciativas que van marcando nuevos suelos; la unidad de acción lograda en la manifestación de enero por los presos, la cuajada ya en Nafarroa contra los recortes y por el cambio de gobierno, la agrupada en torno a la Colectividad Vasca en Ipar Euskal Herria, la construida contra la Lomce... Y sobre todo, en estas semanas, la levantada por Gure Esku Dago para reivindicar el derecho a decidir, que convertirá el 8 de junio en otra fiesta nacional vasca con capacidad transformadora real.

Colaboración política, pasión social

Todas las citadas en el párrafo anterior son iniciativas que comparten dos características comunes. Por un lado, la colaboración entre distintos sectores políticos, algunos enfrentados durante años e incluso hoy mismo en otras cuestiones. Y por otro, la fuerte implicación ciudadana, en calidad y en cantidad. Son dos conceptos fáciles de definir, pero difíciles de practicar. La colaboración política entre diferentes requiere enterrar tabúes, abrirse a sí mismo, empatizar, dialogar, y luego acordar, desarrollar, cumplir... En cuanto a la implicación ciudadana, guste o no, es hoy día un fenómeno mucho más voluble de lo que fue en el pasado: la fidelidad a ultranza o la militancia a ciegas han perdido peso y se estila más la fórmula de red abierta que la de organización cerrada.

El orden de los factores no altera el producto en este caso: sirven igual las iniciativas políticas conjuntas que incluyan una oferta atractiva para la ciudadanía vasca de 2014 -con las preocupaciones y motivaciones de este tiempo y no otras- que las dinámicas populares nacidas desde la base pero capaces de hacer moverse a partidos e instituciones. Lo que resulta evidente es que esos son los únicos dos raíles por los que este país puede avanzar hacia un futuro soberano. Un futuro mejor en el que Aberri Eguna ya no sea jornada de exaltación-frustración, sino la fiesta normal de un Estado más.