Iratxe Fresneda Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Toda la vida

Florentino Ariza escribía todas las noches sin piedad para consigo mismo, envenenándose letra por letra con el humo de las lámparas de aceite de corozo en la trastienda de la mercería, y sus cartas iban haciéndose más extensas y lunáticas cuanto más se esforzaba por imitar a su poetas preferidos de la Biblioteca Popular (...)». Es solamente un párrafo, escogido rigurosamente al azar entre todos sus escritos. Unas líneas que me llevan hacia una gran historia, a disfrutar recreando momentos en mi imaginación. Recrear(se) (en)lo vivido es uno de los placeres que nos regala la vida. Subirse sobre las historias que otros construyeron o revivir las nuestras propias. Las del escritor son palabras encontradas para crecer en la imaginación del que las lee, habitar escenarios, descubrir cartas de amores y secretos en cajones, oler el humo de los aceites, probarnos todo lo que esconde la mercería y, sobre todo, mirar al escritor, mirarlo con admiración, envidia, deseo, temor, mientras escribe. Desear habitar sus universos al leer sus letras, adorar su modo de hacer de este, otro mundo. Jugar con sus palabras a hacer malabares y magia. Seguirles la pista en su viaje a los héroes y odiarlos por su falta de valor, odiar al escritor por mostrarnos nuestra vulnerabilidad. O agradecérselo. Y el que escribe, creyéndose solo y, a su lado, otra vez el lector. «Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado». Hace tiempo que los libros de García Márquez y Monterroso se venden en los supermercados, pero dudo que todos los que se compren, se lean, se degusten, revivan en las imaginaciones de sus compradores. «¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?» Pues eso, toda la vida.