Oihane LARRETXEA
ZIENTZIA | LA CIENCIA EN LA PRENSA

Cuando hay curiosidad, los caminos del científico y la periodista se cruzan

La ciencia lo impregna todo y, sin embargo, no es sencillo encontrar un periódico que le dedique una sección; más bien «se acuerdan de ella» cuando llega un descubrimiento relevante o aparece un titular llamativo. Las revistas especializadas son las que cumplen con esa función pero, ¿quién debe narrar la historia, la periodista o el científico?

Una pieza valiosa del engranaje de la ciencia es la divulgación. Investigar, descubrir y enseñar. Esparcir esa sabiduría como lo hace la brisa con las esporas. De ahí surgen nuevos conocimientos que más adelante darán otros frutos. Se trata de avanzar en ese camino y mejorar. En ese compartir, los medios jugamos un papel importante, nos convertimos en un eslabón de la cadena que une el transmisor con el receptor. Hasta aquí nada nuevo, porque los medios de comunicación nos dedicamos a ello, a informar, o lo que viene a ser lo mismo, a compartir.

A compartir temas de todo tipo: políticos, deportivos, económicos, sociales, culturales... y científicos. Todos ellos tienen su intríngulis, sus dificultades y sus atractivos pero, en mayor o menor medida, también nos resultan familiares, cercanos. Generalmente no ocurre así con la ciencia, que se antoja un campo algo más extraño, lejano... sin percatarnos de que, en realidad, la ciencia está en todas partes. Incluso en la tinta con que están impresas estas letras.

En este punto se cruzan tres elementos: una noticia científica, la obligación de informar y la necesidad de hacerlo de una manera amena y sencilla.

En su reciente visita a Donostia, el historiador de la ciencia Peter Bowler, ofreció una charla sobre periodismo y ciencia, centrándose en el campo de la divulgación. Ha analizado las publicaciones de principios del siglo pasado, donde coexistieron revistas, fascículos y otro tipo de ediciones. La ambición era idéntica a la actual: hacer llegar a la sociedad los logros que se habían obtenido en el laboratorio, o en el espacio, y acaparar la atención del gran público.

Sacó a colación una contradicción con la que se topa a menudo: la afirmación de la mayoría de las personas de que, en términos generales, le interesan los temas relacionados con las investigaciones y la constatación posterior de que los reportajes no enganchan a los lectores o a los telespectadores lo suficiente como para crear afición. Al menos su experiencia le ha demostrado que ocurre así.

Por lo tanto, es evidente que las piezas no encajan. Una de dos: o bien la ciencia no interesa lo que se asegura que interesa -pero admitirlo no es políticamente correcto- o hay que cocinar y presentar los temas de otra manera. Preguntado sobre qué es lo que él cree que ocurre, Bowler aconsejó a los medios de comunicación que utilicen un lenguaje sencillo y atractivo, de tal manera que el lector se pare durante unos minutos en nuestras páginas. «No es fácil hacerlo», advirtió y, por ello, aconsejó, entre otros trucos, ayudarse de infografías e imágenes, que siempre resultan atractivas a la vista.

La divulgación como arte

El que fuera presidente de la Asociación Británica de Historia de la Ciencia, una de las entidades más prestigiosas del mundo, opina que «la divulgación científica es un arte» y que, como tal, hacerlo bien no es tarea sencilla. «¿Quién debe divulgarla?», inquirió. «Puede parecer una obviedad, pero no lo es», puntualizó.

Según expuso en su conferencia, décadas atrás los científicos consideraban que publicar reportajes en la prensa generalista era rebajar, en cierta medida, su prestigio. Por ello se limitaban a dar cuenta de sus avances en las revistas especializadas, con el inconveniente de llegar a un público reducido. Su lenguaje, técnico y profesional, era un obstáculo para el lector de a pie.

No obstante, las cosas han cambiado mucho. Bowler asegura que la clase científica es favorable a publicar al margen de las publicaciones especializadas; es más, lo valoran positivamente. También admite que a los investigadores, en ocasiones, les «cuesta bajar a la calle» pero cada vez son más quienes «sienten la necesidad de hacerlo».

Hay un punto donde, en su opinión, periodista y científico deben colaborar para «dar a luz» un reportaje apetecible que despierte el gusanillo que cada lector lleva dentro. ¿Cómo llegan a esos encuentros? Uno de ellos bajando un escalón, facilitando un vocabulario más simple y cercano, menos técnico; y el otro subiendo un peldaño, acercándose a temas que jamás pensó entender, ni mucho menos explicar.

En la actualidad las puertas de los laboratorios siempre están abiertas para las periodistas curiosas. Ahí dentro surgen relaciones muy fructíferas para ambas partes, contactos de los que echar mano la próxima vez que la Ciencia nos deje asombrados.

El bosón de Higgs, una casa con sensores para prevenir enfermedades neurodegenerativas, los millones de conexiones que existen en el cerebro humano, la gran barrera de coral, el autismo, el cambio climático o la píldora anticonceptiva para hombres son solo algunos de los temas que desde este diario, a través de sus páginas de Zientzia, que se publican cada quince días, hemos hecho llegar al lector.

«¿De qué trata esto?», primera pregunta que a una le viene a la cabeza nada más caerle un tema en sus manos. Buscar a las personas que puedan aclararlo es el segundo paso. Una vez fijada la cita, todo está listo para descubrir algo nuevo sobre nuestro propio cuerpo, nuestra mente, nuestro entorno... y en seguida tienes la sensación de que nada de lo que leíste previamente al respecto es tan complejo (ni aburrido) y que todo tiene una explicación, un porqué sorprendente.

Ese «factor sorpresa», precisamente, hace que la entrevista que tan pulcramente está preparada en las notas previas se vea sustituida por una conversación espontánea. El investigador acaba de bajar un peldaño; la periodista lo acaba de subir. Se han encontrado.

Desde la experiencia en estas páginas de Zientzia, afirmar que la ciencia es uno de los espacios más enriquecedores no es mentir, como tampoco lo es decir que la pasión, la curiosidad y la dedicación está en los laboratorios pero también en las redacciones, desde donde tratamos de levantar la brisa que esparcirá las esporas del conocimiento. El lector hace el resto.