Alberto PRADILLA Periodista
Analisia | Campaña contra Podemos en la prensa española

Las recetas de siempre ante un fenómeno político nuevo

La interesada filtración de «El Mundo» sobre un encuentro mantenido por Pablo Iglesias con Herrira es el último capítulo de la campaña de acoso y derribo lanzada por los medios españoles contra Podemos. Una receta habitual que no parece ser tan eficaz ante un fenómeno nuevo. Al margen de los dos tótems argumentales, el despliegue ofensivo ha sido inusitado. El histriónico camarero Alberto Casillas constituye el elemento «outsider». A él se le han sumado artículos sobre relaciones de pareja o familiares que han convertido medios supuestamente serios en versiones políticas del «Hola».

Los furibundos ataques mediáticos contra Podemos son el reverso de la campaña cortesana ante la proclamación de Felipe de Borbón. Ambos casos, paralelos en el tiempo, han venido caracterizados por la absoluta unanimidad en el mensaje lanzado desde la prensa. Todos, desde las tertulias televisivas de la extrema derecha, hasta «El País», han coincidido en una visión sin grietas en la que la defensa del régimen de 1978 y el ataque a quien certifica su defunción son las dos caras de la misma moneda. Pocos discursos más cohesionados como las genuflexiones ante Juan Carlos de Borbón y la pleitesía hacia su vástago. La misma uniformidad se impone ante la irrupción de Pablo Iglesias, aunque en sentido inverso: todo vale para desprestigiar a Podemos. Como ocurre con todo lo importante en el Estado, aquí también ha funcionado la «gran coalición» propuesta en campaña por Miguel Arias Cañete, aunque en versión periodística.

El asedio combinado tiene varios elementos en común. El primero de ellos, la demonización, un recurso en el que los grandes medios no se ha dejado ni los cambios. Como indicaba recientemente el escritor Isaac Rosa, «chavista» y «etarra» se han convertido en las dos «acusaciones» imprescindibles. En el momento en el que una decena de asociaciones de víctimas de ETA censuraron a Iglesias por constatar el origen político de la organización armada se cerró el círculo. Ya estaban todos. Rápidamente, Esteban González Pons emitía un delirante comunicado en el que aseguraba que cada vez que el líder de Podemos interviniese en Europa para «defender a ETA», encontraría la réplica de un portavoz del PP. A todo esto se sumó ayer «El Mundo», filtrando un encuentro con Herrira que se englobaba dentro de una amplia ronda de contactos celebrada hace dos años. PSOE, IU o CiU aparecían en el documento, incautado por la Guardia Civil, pero la cabecera derechista solo citó a Podemos. En esta historia, la doble criminalización de la organización de por los derechos humanos merecería un capítulo aparte.

La utilización del «todo es ETA» para perseguir la protesta no es nuevo. Habituados a emplearlo en Euskal Herria, muchos medios han aplicado este mecanismo casi de forma automática. Ocurrió con Ada Colau y la PAH, con Gamonal y ahora con Iglesias. Claro, que esta retórica no es tan útil al sur del Ebro. Así que la «gran coalición» mediática tuvo que buscar alternativas: ahí apareció Venezuela, uno de los grandes demonios para la prensa española. Aquí, el recurso ha sido insinuar una inexistente relación económica entre Podemos, Caracas y CEPS (fundación a la que se falsamente se trata de vincular al partido de Iglesias como si se tratase de su FAES particular).

Al margen de los dos grandes tótems argumentales, el despliegue ofensivo ha sido inusitado. El histriónico camarero Alberto Casillas, que se pateó la semana pasada todos los platós, constituye el elemento «outsider». A él se le han añadido artículos sobre relaciones familiares o de pareja, que han convertido supuestos medios serios en versiones políticas del «Hola». Poco sabemos del padre de Elena Valenciano o de la pareja de Arias Cañete, por citar candidatos en las europeas. Sin embargo, las cabeceras españolas sí que consideraron relevantes escribir artículos, en esos términos, sobre Iglesias o Iñigo Errejón. Una diferencia de trato que pone de manifiesto en qué lugar, entre régimen y cambio, se encuentra cada uno.

A la caza criminalizadora también se le suma el intento de desacreditar el programa y los métodos de Podemos, colocándoles el sambenito de «irrealizable». En este ámbito, quedará para la posteridad la entrevista a Iglesias realizada por el diario de Prisa que incluía perlas como «el movimiento asambleario no sirve para hacer puentes». También, el reportaje de Telemadrid «Desmontando a Podemos», en el que Cake Minuesa utilizó la televisión pública madrileña (si es que queda algo de eso después del despido masivo de 900 trabajadores) contra la tercera fuerza en número de votos en la capital española el 25M.

Ningún gran medio español se olió lo que estaba ocurriendo delante de sus narices. Y eso que Iglesias era un habitual en las tertulias. Desde la noche de las europeas, «tengo un Pablo Iglesias en la sopa» es la frase que representa la sobreexposición mediática del presentador de La Tuerka. Sin embargo, el nivel del ataque también ha generado una ola de solidaridad. Nada como darse una vuelta ayer por las redes sociales para comprobar que si lo que buscaban los grandes medios era un desprestigio del eurodiputado ante sus votantes, el ataque desmedido ha logrado el efecto contrario. En un contexto de descrédito de las instituciones (y los medios son eso, una institución desacreditada), cada vez hay más personas que piensan «si estos le atacan es que es de los buenos». Recurrir a la respuesta de siempre ante un imprevisto en el guión político no parece una estrategia acertada. Aunque tampoco da la sensación de que la «gran coalición» mediática tenga un plan alternativo.