Ainara LERTXUNDI
OTRAS EXPERIENCIAS

Pasados que aún duelen pero que deben ser rescatados

Al Chile de Michelle Bachelet aún le duele y le atemoriza hablar de la dictadura y de hechos victimizantes concretos como la tortura. En Colombia, más de mil mujeres víctimas del conflicto han impulsado su propia comisión de la verdad. En el Estado español, las exhumaciones siguen rescatando las historias que quisieron ocultar junto a los cuerpos.

«El tema de la memoria en Chile genera mayor conflictividad que la reparación, que se ha dado a un nivel limitado. En las clase que imparto sobre derechos humanos en la universidad, lo primero que pregunto a mis alumnos es qué saben de la dictadura. Recuerdo lo que me dijo uno de ellos. `Tengo un abuelo militar y otro comunista, así que en las comidas familiares se impuso como norma no hablar de la dictadura de Pinochet para poder tener la fiesta en paz'. Esa consigna familiar no es muy distinta a la que hemos adoptado como sociedad. Por eso es tan importante enseñar el pasado, porque en las familias no se habla», afirma Elizabeth Lira, directora del Centro de Ética e integrante de la Comisión Valech sobre Prisión Política y Tortura. Destaca que la impunidad está enraizada en la cultura de Chile, cuya sociedad calificó de «extraordinariamente clasista y excluyente», desde tiempos de la Inquisición. Añadió que esa misma sociedad «justifica la aplicación de la tortura en determinados casos».

Considera que, aún hoy, «la resistencia a trabajar el pasado es más alta que nuestra voluntad de hacerlo».

Desde Colombia, Marina Gallego, coordinadora de la Ruta Pacífica de las Mujeres, expuso cómo dieron forma y vida a la comisión de la verdad de mujeres, en la que más de mil mujeres de entre 17 y 83 años narraron en primera persona las marcas físicas y sicológicas que el conflicto armado ha dejado en sus cuerpos, «el sinsentido de la guerra». Voces para construir sus «verdades», para romper el silencio y aportar a la paz.

Restos que hablan

Rescatar esas verdades ocultas es lo que también persiguen en el Estado español las exhumaciones de víctimas del franquismo, vistas todavía por algunos sectores y comunicadores como una forma de reabrir heridas.

El doctor en sicología social Carlos Martín Beristain, con amplia experiencia en comisiones de la verdad en Latinoamérica así como en procesos de construcción de la verdad y de reparación a las víctimas, recuerda el tenso debate que generó en Guatemala la primera exhumación de una fosa en 1991.

«Unos decían que no era el momento idóneo, que la población indígena buscaría venganza. Con la aparición de los restos afloró la verdad y el relato que siempre habían sostenido las víctimas, produciéndose cierto reequilibrio. Los perpetradores de aquella masacre, presentes en la exhumación, tuvieron que bajar la mirada, mientras que las víctimas, que hasta ese entonces habían mirado al suelo, alzaron su mirada». «La exhumación es un proceso de duelo, de identificación y de entender lo que pasó», confluye.

El antropólogo y miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Francisco Ferrándiz subraya refiriéndose específicamente al Estado español que «durante la guerra y la posguerra impusieron una comunidad de muertos legítimos y otra de muertos ilegítimos, de enemigos de la patria».

Destaca que estas exhumaciones que comenzaron en 2000 por impulso de los nietos de los desaparecidos se han convertido en «un elemento referencial de la memoria» y que la labor de los forenses «ha ido más allá de su papel científico, siendo productores de la verdad».

«Cuando a nivel académico y en un contexto referido a comisiones de la verdad, me preguntan cuántas confesiones ha habido en España, la respuesta es cero. Salvo alguna carta personal en la que, de manera indirecta, se habla de fusilamientos o de otro hecho victimizante, no ha habido confesiones», remarca. Lamenta la ausencia de un «debate sereno» y la «orfandad institucional» que persiste.