EDITORIALA
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Púnica, una tirita que no tapa la impunidad

La Operación Púnica realizada ayer puede sorprender por su dimensión (51 detenciones), extensión (varias comunidades e instituciones) y alcance (no solo políticos, sino también empresarios; no solo PP, sino también PSOE). Unida a otras actuaciones recientes, como el pequeño paso adelante en el «caso Bárcenas» con la imputación de Ángel Acebes o la investigación de las tarjetas black de Caja Madrid, parece querer lanzar un mensaje de regeneración. En la línea de lo que viene afirmando el presidente del Congreso, Jesús Posada, de que «la justicia es lenta pero, al final, el que la hace la paga».

Pero nada más lejos de la realidad. La corrupción campa a sus anchas en el Estado español hace mucho tiempo sin regeneración a la vista ni solución posible. Los casos que se van conociendo son en su mayor parte antiguos y nadie pondría la mano en el fuego porque dentro de un tiempo no vayan conociéndose otros que se estén perpetrando ahora mismo. La operación de ayer tiene que ver con el despilfarro en la gestión de las obras públicas y hoy día ese despilfarro sigue siendo evidente en múltiples infraestructuras. Por otro lado, no hay ninguna capacidad de emitir un mensaje moral diferente desde instancias incapaces de regenerarse a sí mismas, empezando por la Monarquía. Si esa regeneración fuera una realidad, dirigentes como Yolanda Barcina no podrían haber seguido en el cargo tras admitir la forma en que se llevaron al bolsillo dinero público en el caso de la CAN.

Probablemente, este tipo de actuaciones sean un señuelo para frenar el creciente hartazgo social y la posibilidad de que alimente opciones electorales alternativas como Podemos. Lo seguro es que la corrupción está insertada hasta el tuétano en el régimen español. Es el fruto de una impunidad de décadas. En este contexto, resulta casi una broma macabra que el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, manifestara que la actual legislación «está pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador». ¿Y entonces?