EDITORIALA
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Viejo régimen o nueva democracia en Nafarroa

De todas las circunstancias extrañas que han rodeado el intempestivo anuncio de Yolanda Barcina el lunes, una de las más curiosas y a la vez significativas ha sido la reacción de los suyos (no solo su partido, UPN, sino todo el entorno político, sindical, mediático que lidera o lideraba). El día después de que diera a conocer que no será candidata a la reelección, todos sin excepción han coincidido en que su retirada es lo mejor para quienes quieren que nada cambie en Nafarroa. Por eso llama especialmente la atención que ni antes de la cita de Cadreita ni antes de este pasado lunes ninguna de esas voces se hubiera alzado para plantearle que tras haberse llenado los bolsillos descaradamente en la CAN o la UPNA, tras haber depauperado la sanidad pública o tras haber permitido los constantes golpes de Estado del Constitucional contra decisiones parlamentarias navarras, simplemente tenía que irse, irse cuanto antes, y cuanto más lejos, mejor.

Efectivamente, como en el cuento, la reina estaba desnuda, pero nadie de su entorno próximo ni lejano se lo ha hecho ver. Igual que se autonominó, se ha autoapartado. Y tanto ese caudillismo de Barcina como esa parálisis de su entorno son un síntoma más, uno entre muchos, de un régimen viejo, caduco, autoritario hacia el exterior e incapaz de regenerarse internamente.

El pecado original

A UPN no le gusta la denominación de régimen que se ha generalizado en los últimos años para definir al poder establecido en Nafarroa. ¿Lo es? Conviene empezar por el principio, aunque sea sobradamente conocido. UPN nació con el único objetivo de mantener la partición territorial vasca, uno de los motivos que llevó cuatro décadas antes, en 1936, a regar de sangre y dolor las cunetas navarras. Y lo logró, con algunos aciertos propios y ciertos desaciertos ajenos que sería largo enumerar. Pero lo logró sobre todo a costa de asumir muchos peajes antidemocráticos, que en el contexto posfranquista «colaron» mal que bien, pero que luego han quedado para siempre como pecados originales imposibles de lavar.

Así, el Amejoramiento es el único Estatuto que nunca ha sido sometido al refrendo popular por si acaso. Nafarroa es el único punto del Estado en que los pactos entre las dos grandes formaciones estatales son normales, mejor dicho, son la norma. La persecución a la lengua y la identidad propia se ha hecho sistemática en una peculiar autofobia. Los historiadores tendrán trabajo algún día para describir todo esto y encontrarán muchos detalles en que detenerse estupefactos, como la resolución aprobada en el Parlamento por la derecha navarra a mediados de la década pasada en la que se rechazaba que en el futuro una formación abertzale pudiera gobernar Nafarroa, votara lo que votara la ciudadanía. No cabe una confesión antidemocrática más expresa.

Por qué es un régimen

Políticamente, todo ello ha convertido a UPN en un gigante con pies de barro, hegemónico electoralmente pero muy débil en el terreno de los argumentos. Además, esa necesidad de blindaje permanente le ha llevado ineludiblemente a rodearse de lo que hace un par de décadas en Nafarroa se llamó «búnker». El aparato de poder se ha construido con las peores compañías posibles en términos democráticos: las más ultras en lo político, las más retrógadas en lo ideológico, las más avariciosas en lo económico, las más manejables en lo sindical... Los gobiernos navarros han batido récords de corrupción: hasta cinco presidentes de esta era han pasado por los tribunales. El clientelismo y el despilfarro han sido una constante, desde Itoitz al TAV, el Navarra Arena o el circuito de Los Arcos. La represión política y social han tenido que cerrar el círculo, con leyes y prácticas tan inverosímiles en cualquier país del entorno como la que veta la exhibición de la ikurriña más allá incluso de los edificios oficiales, la que trocea el territorio otorgando derechos lingüísticos diferentes, la que veta a la televisión más cercana e implicada en el territorio... El 28 de diciembre de hace no muchos años, GARA publicó una «inocentada» consistente en que el Gobierno de UPN iba a dar dinero a aquellos padres y madres que cambiaran el nombre euskaldun de sus hijos por el equivalente en castellano. Aquella broma fue entendida como noticia real por muchísimos lectores. Y es que en Nafarroa cualquier cosa ha resultado creíble, debido a un entramado político, legal, económico, mediático... dispuesto a todo por mantener ese estatus. Un régimen.

El derrumbe

Ciertamente, este régimen ha ganado muchas elecciones en estas tres décadas. La explicación es básica pero clara: en Nafarroa se ha vivido bien, incluso para las personas convertidas por el sectarismo inherente al régimen en ciudadanos de segunda. Había para todo y para todos. La crisis económica global cambió las reglas. Barcina y los suyos se vieron obligados a elegir y los intereses del régimen se impusieron: el adelanto del dinero del TAV frente a la renta básica u Osasunbidea; la oposición a la fusión con las cajas vascas y sus millonarias dietas frente a la viabilidad de la CAN; la sumisión a Madrid frente a la capacidad de autogobierno propia...

El derrumbe está ahí, pero falta por ver si ese búnker aún aguantará el próximo embate electoral. Por todo lo anterior, Nafarroa se juega ahí más que un cambio político al uso. Se juega recuperar el poder para todos, enterrar un viejo régimen, ganar una nueva democracia.