J.VIVANCO
Euskal Selekzioa | En plena Guerra Civil, una potente selección vasca deslumbró en la Europa del este

La gira que cambió el fútbol soviético

Ante estadios repletos de miles de personas, cosecharon siete victorias, un empate y una sola derrota, y visitaron a los niños vascos huídos de la Guerra.

«El sistema de los vascos fue desarrollado luego por nuestros entrenadores. Pienso que nuestro fútbol nació realmente el año 1937». Son palabras de Starostin, capitán del Spartak de Moscú, a Guiorgui Majaradze, autor de una historia sobre la inolvidable gira que una selección vasca llevó a cabo por tierras de la antigua URSS mientras la guerra desangraba su lugar de origen. Es más, allí conocieron la caída de Bilbo a manos de los franquistas.

Fue la Euskadi futbolística de los Blasco, Areso, Ahedo, Pablito, Cilaurren, Zubieta, Muguerza, Echevarría, Gorostiza, Luis y Pedro Regueiro, Lángara, Larrínaga, Iraragorri o Emilín, un equipazo con todas las letras que asombró con su fútbol durante los nueve partidos disputados en su gira de mes y medio por las lejanas Rusia, Ucrania, Georgia y Bielorrusia.

El 1-5 endosado al Lokomotiv de Moscú, el 4-7 con que hincó la rodilla el Dynamo moscovita, el 1-3 encajado por la selección georgiana, hicieron mella en aquel anquilosado fútbol soviético. La llegada de aquel combinado con tientes propagandísticos a mediados de junio de 1937, tras exhibir su juego por Francia, Checoslovaquia y Polonia, fue todo un acontecimiento. Se les presentó como representantes de una República popular, hermana de la Unión Soviética. En la misma estación de tren de Moscú hubo música, discursos, fueron alojados en el hotel Metropol e invitados al espectáculo «El lago de los cisnes», interpretado por la compañía Bolsoi, y hasta tuvieron oportunidad de acudir a misa, eso sí, en la embajada finlandesa.

Agasajos que no desviaron la atención de los futbolistas vascos, que sembraron de admiración en cada partido. Los dos primeros encuentros se disputaron los días 24 y 27 de junio en el Stadium Dynamo de Moscú, que contaba con una capacidad para 15.000 personas sentadas y que, en los días de grandes acontecimientos, se habilitaba para casi 100.000. La expectación para el partido fue enorme, dándose el caso que nada más abrir las taquillas, las entradas quedaron, en un solo día, agotadas. Fue el buen preludio de una existosa gira sellada con siete victorias, un empate y una derrota. Tras su último encuentro, el 9 de agosto en Minsk, retornaron a Moscú y de ahí pusieron rumbo a Noruega para seguir con sus partidos.

Aquellos niños de la guerra

Pero antes de emprender viaje, aquel combinado de grandes jugadores dejó la mayor huella de su periplo por aquellas frías tierras que les acogieron con tanto calor. El 15 de agosto estuvieron en un sanatorio situado a 110 kilómetros de Moscú, en el que estaban acogidos cerca de 500 niños vascos de la Guerra. Se trataba de un edificio nuevo, inaugurado por los refugiados.

Como todo lo relacionado con el exilio infantil, la visita debió ser muy emocionante, porque «nadie pudimos sustraernos a la emoción de hallarnos entre los pequeños compatriotas muchos de ellos hijos de amigos», según la revista del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE). Los niños gozaron también un rato agradabilísimo con los jugadores. La expedición, por su parte, llevó más de doscientas fotografías de los jugadores, que entregaron a los encargados para que fueran distribuidas entre los niños que destacaran por su buen comportamiento. Los pequeños, además, perfectamente equipados, jugaron un partido de fútbol, que fue arbitrado por Regueiro.

Fue testigo privilegiado cierto crío que tiempo después, tras cursar en la Universidad moscovita estudios de Medicina, convertido en Dr. Francisco Angulo, que ejercería como médico del Athletic entre 1973 y 1982, año en el que falleció. No fue el único. De entre aquellos muchachos habría de surgir una estrella internacional del fútbol ruso, que llegó a ser director de todas las escuelas rusas de fútbol: Ruperto Sagasti.

La prensa soviética siguió recordando el modo en que concebían el fútbol aquellos vascos, clamando por una modernización de esquemas. Y alguien debió pensar que si las estrellas autóctonas no habían podido con los vascos en aquel deporte, a lo mejor sí lo lograba una selección infantil, enfrentándose a otra de acogidos. También fracasaron en la tentativa, porque el 11 de setiembre de 1937 la selección de niños vascos derrotaba a la de niños de Tbilisi por 2-1.

De vuelta, tras dos `bolos' en Noruega y otro en Dinamarca, la expedición fijó su residencia en Barbizón, a 35 kilómetros de París, a salvo de Franco.

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Según el socialista Juan Gracia, integrante del Gobierno de Aguirre, aquel equipo iba a la URSS «en representación del Ejército Antifascista de Euzkadi».