EDITORIALA
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Guía de un «marxista errático» al rescate del capitalismo europeo

A la espera de la cumbre europea de la semana próxima a la que asistirá el nuevo primer ministro griego, Alexis Tsipras, su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, ha recorrido esta semana el continente reuniéndose con sus pares y con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Y su figura, desde el principio, tanto a nivel europeo como doméstico, ha personificado una nueva realidad: Syriza en el poder emerge con fuerza. Su gobierno será novato, pero que nadie crea que es un grupo de agitadores y políticos neófitos dispuesto a hacer una guerra sin sentido, contra propios y extraños. Su posición es clara y la ha marcado con eficacia: Grecia no considera ya que la Troika tenga un estatus institucional válido para negociar y no capitulará ante su fórmula de más austeridad a cambio de mayores préstamos. Con Syriza, el juego ha cambiado: ahora se trata de terminar con la austeridad (que no con la eurozona y sus instituciones) si se quiere cobrar la deuda. Y con esa nueva ecuación, la tragedia griega se transforma: ya no es la Troika el caballo de Troya que asola el país, al contrario, es Grecia quien amenaza con el final de la larga pesadilla austericida impulsada por el núcleo duro de la eurozona.

Paralelamente, a nivel doméstico, el nuevo gobierno griego ha tomado medidas rápidas para paliar los efectos de una crisis humanitaria que cinco años de austeridad y depresión económica han dejado en el país. Con la subida del salario mínimo y de la jubilación, la paralización de las privatizaciones en sectores estratégicos como el de la energía o el de los puertos marítimos, la readmisión de miles de trabajadores públicos despedidos siguiendo el dictado de la Troika o, dado el peso del turismo ruso en la república helena, su distanciamiento de la política de sanciones de la Unión Europea contra Rusia, ha demostrado que aliviar el extremo sufrimiento de los griegos no es negociable. Que paso a paso, semana a semana, el gobierno de Syriza tendrá que ir adoptando nuevas medidas, afrontando nuevos problemas para mejorar estructuralmente la situación social y fortalecer la economía.

El programa de gobierno y las primeras decisiones distan mucho de ser revolucionarias en un sentido clásico del término. En palabras de Varoufakis, la izquierda radical europea tiene una misión contradictoria: detener la caída libre del capitalismo europeo con el fin de «comprar» el tiempo necesario para formular su alternativa. Defendee la estabilización de Europa y poner fin a su espiral descendente, pues lo contrario refuerza a los neofascistas e incuba el huevo de su serpiente. Y apuesta por dar otro enfoque a la eurozona, a Bruselas, al Banco Central Europeo, no por amor o aprecio al capitalismo, sino para minimizar las incontables vidas cuyas perspectivas serían aplastadas sin beneficio alguno para las futuras generaciones. Para ello, si hay que forjar alianzas con el diablo, que así sea. Ironías de la vida, quienes más han sufrido y más motivos tienen para detestar la eurozona, se ven en la obligación moral de «salvarla».

Sin intimidaciones ni matonismo financiero

Incluso antes de la victoria electoral de Syriza, las amenazas de la Troika era muy evidentes: olvidarse de toda demanda de renegociar la astronómica deuda de 317 billones de euros que tiene Grecia y no salirse del guión de la estructura de pago de esa deuda acordada con el anterior gobierno. Ahora la Troika está desesperada. Los inversores, los titulares de los eurobonos, la banca privada y sus burócratas tienen en frente un desafío democrático de primer orden que, si no afrontan con realismo y diplomacia (sin intimidaciones ni matonismo finaciero), potencialmente puede precipitar una reacción en cadena. Y más en un continente cuya economía sigue debilitándose, que tiene la deflación servida en el menú, su moneda es inestable, las sanciones a Rusia golpean los beneficios o la guerra de Ucrania se intensifica.

Syriza no plantea que se perdone toda la deuda. Sabe que ese planteamiento negociador abriría la caja de Pandora. Pero no aceptará jamás unos términos -insostenibles, incluso para Obama- para pagar la deuda que supongan una condena a la depresión económica perpetua para el Estado y los griegos. La renegociación de la deuda (que se acaba de acordar para Croacia mientras se le quiere negar a Grecia) es inevitable. Alemania, cuya deuda ha sido tantas veces perdonada en su propia historia por los vencedores de la guerras, debería ser capaz de perdonar a los demás. No lo hará. Pero tiene una gran responsabilidad: ahora es el momento del compromiso, de la realpolitik, de los pasos pequeños en una dirección muy concreta: Grecia solo podrá efectuar pagos de deuda si su economía se dinamiza y despega. En tiempos de mayor impulso, podrá pagar más. En épocas más bajas, pagará menos, o nada.

Esa es básicamente la fórmula que defiende Varoufakis. Reemplaza a la impuesta por la Troika, es asumible y sensata, simple y con posibilidades de desarrollo y adecuación a las circunstancias concretas.

El desafío de un nuevo sentido común

Grecia puede ser pequeña económicamente y en tamaño, pero ahora mismo es el eje donde se juega el futuro económico y la dirección que tomará Europa. Syriza está en una buena posición negociadora. Falta saber cómo jugará sus cartas. Se verá en las próximas semanas.

En definitiva, Syriza ha expuesto unas ideas económicas que reflejan un nuevo sentido común. Por eso son tan agresivos contra las mismas. Porque, además, amplía un diálogo entre lo que debe ser una posición de izquierda radical y conceptos referidos a qué política elegir para evitar el sufrimiento a la mayoría de la población. Es un desafiante debate conceptual y de gestión política que excede las fronteras griegas.