Eguzki Agirrezabalaga

Arequipa, «la ciudad blanca»

Dicen que el inca Mayta Capac se quedó tan impactado por su belleza que, cuando sus guerreros le pidieron que se quedara, respondió: «Ari, quipay». Algo así como «Sí, quedarse». Se refería a Arequipa, «La ciudad blanca». 

Las dos torres de la catedral, con el volcán Misti al fondo.
Las dos torres de la catedral, con el volcán Misti al fondo.

Quien se acerque a Arequipa podrá contemplar tres volcanes al mismo tiempo –Chachani, Misti y Pichu Pichu–, estremecerse con el vuelo de los cóndores de los Andes desde el Cañón del Colca, degustar la tradicional cocina peruana en una auténtica picantería regentada por mujeres, activar sus sentidos en el Mercado de San Camilo y callejear por el curioso convento de Santa Catalina, una auténtica ciudadela dentro de una ciudad. «La ciudad blanca», por lo tanto, ofrece variedad donde elegir.

Su centro histórico y, concretamente la Plaza de Armas, es un buen punto de partida para adentrarse por primera vez en la ciudad peruana de Arequipa. Considerada el punto neurálgico de la ciudad, alrededor de esta plaza el viajero puede diseñar su propia agenda, tanto cultural como gastronómica. Por ejemplo, puede comenzar con una visita a la catedral –que se alinea en la zona norte de la plaza– y terminar sentado relajadamente en una de las ochenta picanterías de la zona que, probablemente, estará regentada por mujeres. Es una tradición.

Aunque sí merece la pena entrar en la Catedral para admirar su arquitectura –construida con ignimbrita y con bóvedas de ladrillo– o su órgano –uno de los más grandes de América del Sur–, el visitante disfrutará más, si cabe, en el exterior. Su fachada exhibe setenta columnas con capiteles corintios, tres portales y dos grandes arcos laterales rematados con dos altas torres renacentistas y estilizadas entre las que el viajero –si se coloca estratégicamente–, podrá disfrutar de una panorámica increíble del Misti, volcán activo y referencial de la ciudad que se eleva hasta los 5.000 metros de altura.

Picanterías, regentadas por mujeres

Tras visitar la catedral y callejear bajo los pórticos de la plaza y por los alrededores, entre las centenares de casonas con bóvedas y arcos de color blanco –construidas con sillar de ese color–, probablemente agradecerá retomar fuerzas en una picantería. Podrá pedir rocoto relleno, chupe de camarones y, sobre todo, ocopa, incluidos entre los cinco mejores platos típicos de la ciudad peruana. El que mayor éxito tiene, sin duda, es el ocupa, una salsa picante a base de huacatay, maní y ají mirasol servido sobre papas cocidas.

Tras degustar la cocina tradicional, casera, andina y popular que perivive en las picanterías como un auténtico banco de sabores frente a las tendencias más modernas, la siguiente parada puede ser el Monasterio de Santa Catalina. Se trata de una ciudadela de 20.000 metros conformada por callejuelas, pequeñas plazas llenas de árboles frutales, escaleras ocultas y patios en los que predominan dos colores: el rojo ocre y el azul celestial. Quienes la visitan sin informarse previamente se sorprenden al descubrir que ciertas calles llevan el nombre de ciudades españolas, entre ellas Sevilla y Toledo.

Mercados y miradores

Una vez en ese punto, una opción podría ser acercarse al Mercado de San Camilo, una auténtica explosión de colores y sabores, pero hay quienes prefieren subir hasta el Mirador Carmen Alto, que compensa el esfuerzo con unas fascinantes panorámicas de los tres volcanes que arropan la ciudad desde las alturas: Chachani, Misti y Pichu Pichu. Al parecer, según cuentan los lugareños, Pichu Pichu estaba enamorado de Chachani, pero nunca fue correspondido porque Chachani amaba a Misti y Misti a Chachani; y con sus lágrimas se creó la laguna que se ubica hoy a sus espaldas.

Tras estos desérticos volcanes, se extiende el Valle del Colca, otro de los puntos de interés de cualquier viaje a Arequipa. Muchos se acercan al Cañón del Colca, uno de los más profundos del mundo (4.160 metros). Rebosante de vegetación andina, es el lugar ideal tanto para soltar adrenalina como para descansar, pues se pueden practicar deportes extremos o, simplemente, caminar y disfrutar de la belleza paisajística e incluso de las aguas termales que proliferan en los alrededores.

El cóndor de los Andes

En el valle del Colca, de privilegiado clima, se pueden ver llamas, alpacas, pumas, vizcachas, vicuñas y otros animales típicos de la sierra en su hábitat natural, pero hay uno en concreto que atrae especialmente la atención: el cóndor de los Andes, el protagonista absoluto de esos cielos increíblemente azules. Precisamente, se organizan salidas de avistamiento desde primera hora de la mañana. A veces, como es muy esquivo, hay que tener paciencia, pero dicen que merece la pena, sobre todo cuando vuelan a tan solo un palmo de las cabezas de quienes están estratégicamente situados para verlos.

Sin embargo, hay quienes no quieren acercarse a los cóndores y optan por la Ruta del Sillar, la piedra volcánica de color blanco convertida en característica principal de la arquitectura arequipeña. Los visitantes pueden acceder a las canteras de sillar a través de una ruta que parte de Cerro Colorado y muestra, entre límpidos paisajes naturales, el proceso de extracción, labrado y megatallado de esta piedra.

También queda cerca el Mirador Yanahuara, una despedida de altura con vistas al Misti.