Ane Iparragirre

La Ruta de los tres templos: Basílica de Loiola, La Antigua y Arantzazu

De Azpeitia a Zumarraga y, después, a Oñati. Del santuario de Loiola a la ermita de La Antigua y, finalmente, a la basílica de Arantzazu. Son las tres etapas de la ‘Ruta de los tres templos’, tres escalas, tres monumentos, tres estilos artísticos diferentes.

Friso de Arantzazu, obra de Oteiza.
Friso de Arantzazu, obra de Oteiza.

Loiola, La Antigua y Arantzazu. Son los tres santuarios, las tres escalas, de la denominada ‘Ruta de los tres templos’, itinerario que forma parte del camino que San Ignacio de Loyola recorrió desde su casa natal, en Azpeitia, hasta la Cueva de San Ignacio en Manresa, en 1522; una peregrinación que se prolongó casi durante un mes.

Tres son los santuarios de esta propuesta, tres monumentos de estilos diferentes: el barroco en el Santuario de Loiola de Azpeitia, el románico en la ermita de La Antigua de Zumarraga y la vanguardia en el Santuario de Arantzazu.

El santuario de Loiola es el punto de partida de La Ruta de los tres templos. Uno de los paneles explicativos de esta ruta marca en ese punto el comienzo del itinerario. Se trata de un complejo monumental construido entre los siglos XVII y XVIII, al pie de Izarraitz, en torno a la casa natal del fundador de la Compañía de Jesús, conocida popularmente como los Jesuitas. Fue inaugurado el 31 de julio de 1738, festividad de San Ignacio.

El santuario destaca por varios motivos: por sus dimensiones, con una cúpula de 65 metros de altura y un diámetro de veinte metros y una fachada principal de 150 metros de longitud; por sus altares y por la escultura de San Ignacio de Loiola, realizada en plata; y también por el órgano que alberga en su interior, una impresionante pieza de 1889 que lleva la firma de la casa francesa Cavaillé-Coll y que consta de tres teclados y 2172 tubos.


Tras la visita a Loiola, espera en Zumarraga la segunda de las escalas de la ruta: la ermita de La Antigua, considerada «la catedral de las ermitas vascas». Levantada, posiblemente, sobre un antiguo fuerte defensivo del siglo XII, se cree que se comenzó a construir en 1366. Y, además, hay quien cree en la leyenda extendida sobre la ermita: los gentiles, al ver que los cristianos construían la iglesia, lanzaban desde Aizkorri piedras gigantes para destruirla, pero, finalmente, consguieron todo lo contrario: aquellas piedras sirvieron para terminar la iglesia.

Tiene una planta rectangular de 31 metros de largo y 19 de ancho, pero su ábside saliente trapezoidal en la parte posterior lo alarga 3,40 metros más. Destaca, además de su exterior austero, lo que conserva en su interior: la talla gótica de la Virgen de Arantzazu –patrona de Gipuzkoa–, tallada en piedra, y, sobre todo, su techo, un complejo entramado de vigas, tirantes, antepechos y tornapuntas de madera de roble cuya peculiar forma recuerda la de un barco invertido.

Cada 2 de julio, festividad de Santa Isabel, la ermita se convierte en escenario de la Ezpatadantza, tradicional baile representado por jóvenes dantzaris de la localidad durante la especial misa mayor que se celebra ese día.


Y, de Zumarraga, a Oñati, concretamente al santuario de Arantzazu, tercera y última escala de la Ruta de los tres templos. A los pies de Urbia, colgado sobre barrancos y edificado sobre roquedales en una zona agreste y natural, en 1553 se levantó el primero de sus edificios.

En el proyecto final de la nueva Basílica de Arantzazu (1950-1955) –tras varias reconstrucciones después de sufrir asoladores incendios en 1553, 1622 y 1834– participaron arquitectos y artistas de renombre: los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga, Jorge Oteiza –autor de los famosos 14 apóstoles de la fachada–, Eduardo Chillida –suyas son las puertas de hierro de acceso–, Nestor Basterretxea –el pintor de la cripta– y Lucio Muñoz y fray Javier María Álvarez de Eulate, encargados, respectivamente, de la decoración del ábside y de las vidrieras. 

También la basílica de Arantzazu está rodeada de una leyenda: a un pastor llamado Rodrigo de Balzategi se le apareció la Virgen sobre un espino y éste, asombrado, le preguntó: «Arantzan zu?». Desde entonces, Arantzazu se ha convertido en un lugar de devoción y peregrinación, y un exponente del arte y la cultura.