Pello Guerra

El vallado del encierro regresa con corralillos renovados y el recuerdo del susto de 1939

Tres años después, este martes ha comenzado la instalación del vallado del encierro en Iruñea. La restauración del baluarte que alberga los corralillos y el parón por el covid han provocado una renovación de parte del tablado para evitar sustos como el registrado en 1939, tras la última suspensión.

Empleados de la Carpintería Hermanos Aldaz Remiro han comenzado a instalar el vallado del encierro.
Empleados de la Carpintería Hermanos Aldaz Remiro han comenzado a instalar el vallado del encierro. (Idoia ZABALETA | FOKU)

Con cierta antelación respecto a la fecha más tradicional del 1 de junio, este martes ha comenzado la instalación del vallado del encierro, uno de los indicadores de que ya falta menos para San Fermín y que este año se aguardaba con especial expectación en la ciudad tras dos años de parón festivo a causa de la pandemia del covid.

Las ganas de fiestas se palpan en Iruñea y tampoco faltan en la Carpintería Hermanos Aldaz Remiro, que desde 1992 se encarga de la instalación del vallado. Así lo explica para NAIZ Xabier Aldaz, quien comenta que «los sanfermines son especiales para todos, para nosotros por tema de trabajo también».

Tres años después, retoman este trabajo tan emblemático tras un parón forzado que han vivido «como todos. Dentro de lo que pasaba, que no hubiera fiestas y que no tuviéramos que poner el vallado era algo menor».

Afortunadamente, la pandemia va quedando atrás y la vuelta a la normalidad supone retomar las faenas propias de la instalación del vallado, que comenzaron con la revisión de los 2.700 tablones, 900 postes y 2.500 cuñas que integran un puzzle de madera que arranca desde los corrales del Gas para llegar hasta la misma Plaza de Toros.

La instalación del vallado ha causado una gran expectación mediática. (Idoia ZABALETA/FOKU)

Cada elemento tiene una ubicación concreta marcada con pintura por medio de combinaciones de números y letras, ya que cada madero encaja específicamente en su tramo y en su poste.

Además, en el recorrido hay unas 70 puertas de diversos tamaños que permiten el paso entre el recorrido del encierro y el exterior a personas, ambulancias, máquinas barredoras, etcétera.

Todos estos elementos que integran el particular Tetris del vallado han sido ya revisados «en los corrales y sí que está algo más deteriorado por el paso del tiempo, pero nada más. No parece que haya más daños que otros años. Está el envejecimiento natural de la madera y los golpes que se lleva por parte de los corredores y del montaje y desmontaje», explica Aldaz.

Habitualmente, cada año se suele renovar aproximadamente un 2% del vallado con otros tablones o postes que son realizados con pino silvestre autóctono con certificado PEFC.

En esta ocasión, la renovación se ha centrado especialmente en la zona de los corralillos de Santo Domingo por un doble motivo. Como detalla Xabier Aldaz, «había unos tramos que se habían dejado como recurso turístico en ese lugar y sí que se van a remozar». Además, en 2021 se acometió la restauración del Baluarte de Parma y la zona de corralillos, trabajos que están terminando y que también exigen una pequeña adaptación del vallado.

Además de la renovación de los tablones en mal estado, antes de comenzar la instalación, los empleados de limpieza se encargarán de vaciar los ‘dados’ del recorrido, es decir, los cajetines de hormigón con tapa de metal donde se encajan los postes.

Una vez que ha arrancado la colocación del vallado, habitualmente iniciada en la cuesta de Santo Domingo, aunque en 2019 se empezó en la bajada del callejón, como se hacía cuando se guardaba el vallado en la plaza, el montaje se prolongará durante aproximadamente un mes. Hasta que la estructura de seguridad quede cerrada definitivamente el 6 de julio con la instalación de los tramos de parte de la calle Amaia y Estafeta.

En el montaje participan aproximadamente entre cuatro y cinco operarios, mientras que durante los días de las fiestas, que exigen un rápido montaje y desmontaje parcial del doble vallado, intervienen diariamente entre 70 y 75 personas.

Tanto las revisiones del material previas a las fiestas como las que se realizan todas las mañanas antes del encierro buscan ofrecer el máximo posible de seguridad, ya que en la historia de los sanfermines no ha faltado algún susto en el encierro relacionado con el vallado.

Liebrero rompe el vallado en la bajada del callejón en el encierro del 8 de julio de 1939. (José GALLE/FOTOTECA DE NAFARROA)

El susto tras el último parón

Así sucedió curiosamente cuando finalizó el último parón forzoso que sufrieron las fiestas y que tuvo que ver con la guerra del 36. La sublevación militar que desencadenó la conflagración armada se produjo pasados los sanfermines de 1936 y durante los dos años siguientes no se celebraron las fiestas.

Con el final de la guerra el 1 de abril de 1939, ese año se retomaron las fiestas. El día 8 de julio se celebró el segundo encierro de esos sanfermines, en el que corrían toros de Sánchez Cobaleda.

En el recorrido, la manada se fue disgregando, con dos astados especialmente rezagados. Al llegar a la bajada del callejón, uno de ellos, de nombre Liebrero, se volvió hacia el vallado al ser citado por un mozo y arremetió contra los tablones. El impacto fue tan fuerte, que uno de los maderos se partió. El morlaco vio un hueco y empujó con fuerza haciendo saltar otro de los tablones, consiguiendo colarse por la barrera y acceder al exterior del recorrido.

En ese lugar se encontraban viendo la carrera Clara Herrera en compañía de sus hijos, que, como el resto de espectadores, salieron corriendo del lugar para escapar del toro. Liebrero se fijó en Aurelia, una de las hijas de Clara y de unos 8 años de edad, que se puso a correr seguida por el morlaco.

Cuando la podía alcanzar, el astado se fijó en alguien que caía al suelo en medio de la confusión. Se trataba de Clara Herrera, a la que corneó.

Mientras la gente buscaba refugio encaramándose a donde podía por la zona de las cercanas taquillas, Liebrero siguió su carrera dirigiéndose hacia la puerta principal de la plaza, que estaba abierta para que entrara la gente a ver el encierro en el mismo coso.

Aunque se podía haber presentado en el interior de la plaza no por la arena, sino por la puerta grande, finalmente se giró y se dirigió de nuevo hacia las taquillas. Cerca de la posición del burel se encontraba el guardia civil Cipriano Huarte armado con su fusil y que decidió intervenir.

Según recoge José Joaquín Arazuri en su ‘Historia de los Sanfermines’, cuando Huarte preparaba su rifle, «se le cayó el cargador al suelo» estando a pocos metros del toro. Sin dejar de mirarle, «se agachó lentamente para no provocar la embestida, cogió el cargador, se incorporó también con lentitud, cargó el arma, apuntó y de un certero disparo el toro cayó muerto en el acto».

Finalmente, la particular escapada de Liebrero se había saldado con las dos cornadas que recibió Clara Herrera y de las que se recuperó al cabo de un mes.

Por aquel entonces, Carpintería Hermanos Aldaz Remiro todavía no se encargaba del vallado del encierro; de hecho, pasarían más de 50 años para que se ocupara de esa tarea. Pero al recordarle lo sucedido, Xabier señala que es mejor «no mentar la soga en casa del ahorcado. No quieres pensar que algo así pueda suceder y hay todas las precauciones del mundo».

Lo ocurrido en 1939 ya no se podría repetir tal cual, ya que a raíz del incidente se empezó a montar un doble vallado en el encierro. De esta manera, se duplicó la seguridad, ya que un nuevo Liebrero se encontraría con otra barrera en el caso de haber superado la primera.

Pero ese segundo vallado tiene «más funciones», como destaca Xabier Aldaz, ya que «separa al público de los corredores. Con un vallado simple, no sería posible la presencia de espectadores, ya que los corredores no tendrían escapatoria. No sería viable algo así con la cantidad de gente que hay ahora». Además, en ese pasillo que forman las dos barreras se sitúan las asistencias sanitarias que atienden de inmediato a los corredores que resultan heridos durante el encierro.

Un doble vallado supone el doble de trabajo para los operarios de la carpintería de Gares, pero la tarea parece más ligera al ser conscientes de lo que entraña, de que «empieza la cuenta atrás definitiva para las fiestas. A ver si lo podemos celebrar todos», concluye Aldaz.