Un total de 135 cardenales encerrados bajo llave eligen al portador del anillo del pescador
En la primera semana de mayo, un total de 135 cardenales menores de 80 años encerrados bajo llave en la Capilla Sixtina decidirán quién es el sucesor del papa Francisco I, quién será el nuevo portador del anillo del pescador, en una reunión repleta de rituales.

Una historia de 2.000 años da para mucho y la Iglesia católica ha ido puliendo a lo largo de esos dos milenios un complejo ritual cargado de simbolismo para elegir a su líder, al heredero de San Pedro. Un total de 135 cardenales encerrados bajo llave elegirán a partir del 5 o 6 de mayo al nuevo portador del anillo del pescador.
Desde el fallecimiento del papa Francisco I el pasado día 21 de abril, el Vaticano se encuentra en el periodo conocido como Sede Vacante, que va entre la muerte o renuncia del papa hasta la elección de su sucesor. Durante el mismo, el máximo responsable del Vaticano es el camarlengo, cargo ostentado en este momento por Kevin Farrell.
Bajo su batuta y la del actual decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re, se organiza y se celebrará la elección del sucesor de Francisco en el llamado cónclave, término que viene del latín ‘cum clavis’, bajo llave.
Se celebra nueve días después del entierro del papa, es decir, entre quince y veinte días después de su muerte. Aunque Benedicto XVI hizo un cambio y puede empezar cuando todos los cardenales que participan en la votación se encuentren en Roma.
Una edad media de 70 años
En esa reunión, que tiene como incomparable escenario la Capilla Sixtina, participarán 135 cardenales, en concreto los purpurados menores de 80 años, que son quienes pueden participar en la elección, ya que otros 117 no pueden hacerlo por superar ese límite.
Con una edad media de 70 años, la mayoría de los cardenales que participarán en el cónclave han sido nombrados por Bergoglio y predominan los originarios de Europa, aunque son menos que en la última elección, ya que han pasado de ser el 52% al 39%, con un total de 53. Le siguen en representación Asia (23), América del Sur y Central (21), África (18), América del Norte (16) y Oceanía (4).
Durante la elección, los cardenales se alojan en la residencia de Santa Marta, en el Vaticano, desde donde son trasladados directamente cada día a la Capilla Sixtina para regresar una vez terminadas las votaciones con el objetivo de que estén aislados del mundo exterior.
El primer día tiene su propio ritual, ya que los purpurados participan en una misa en la basílica de San Pedro por la mañana y por la tarde, se reúnen en la Capilla Paulina del Palacio Apostólico para dirigirse a continuación en procesión hacia la Capilla Sixtina. Una vez allí, prestan juramento con la mano sobre el Evangelio.
«Extra omnes»
A continuación, el maestro de ceremonias dice en voz alta «Extra omnes» (Todos fuera) para que solo permanezcan en el lugar los cardenales, entre quienes, por sorteo, se elige a los tres ‘escrutadores’, el trío de ‘infirmarii’ (recogen el voto de los purpurados enfermos) y los tres ‘revisores’, que comprueban el recuento.
Los electores reciben una papeleta en la que pone ‘Eligo in Súmmum Pontificem’, con un espacio debajo en blanco para que escriban el nombre de su candidato a mano. A continuación, doblan la papeleta y por turnos, los cardenales se dirigen al altar con la papeleta bien visible en la mano.
Tras jurar ante Dios que se ha decantado por el que considera el mejor candidato, el purpurado correspondiente la deposita en un plato y la desliza en la urna situada frente a los escrutadores.
Tras recoger todos los votos, un escrutador agita la urna y pasa las papeletas a otro recipiente para, a continuación, realizar el recuento. Dos escrutadores anotan los nombres, mientras un tercero los lee en voz alta y perfora las papeletas con una aguja. Posteriormente, los revisores verifican que el recuento es correcto.
Cuatro votaciones diarias
Si ningún cardenal obtiene dos tercios de los sufragios, se celebra otra votación. Salvo el primer día, se prevén dos votaciones por la mañana y otras dos por la tarde. Cada dos rondas, las papeletas y las notas tomadas en la votación se queman en una estufa. Si el humo que sale por la chimenea, y que es visible desde la plaza de San Pedro, es de color negro, no se ha elegido papa. Pero si las papeletas se queman con un producto químico, se consigue que la fumata sea blanca para indicar que hay elección.
Si en tres días no se ha logrado nombrar pontífice, se suspende la votación una jornada para dedicar ese día a la oración.
Cuando por fin un candidato consigue la mayoría necesaria, el decano del colegio cardenalicio le pregunta: «¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice». Si responde afirmativamente, le dice: «¿Cómo quieres ser llamado». Una vez que da un nombre, automáticamente se convierte en papa y obispo de Roma.
A continuación, los cardenales le muestran su obediencia y le felicitan, y el nuevo papa se aísla en una habitación aledaña a la Capilla Sixtina denominada la Sala de las Lágrimas para prepararse antes de salir ante el público congregado en la plaza de San Pedro. Entonces se viste de blanco y el decano del colegio cardenalicio le entrega el anillo del pescador, uno de sus símbolos como nuevo pontífice.
Unos 45 minutos después de la fumata blanca, el cardenal protodiácono se asoma al balcón de la basílica para proclamar al mundo que «annuntio vobis gaudium magnum: habemus papam!». Acto seguido, aparece el nuevo pontífice, que imparte su bendición ‘urbi et orbi’ para iniciar su mandato como líder de la Iglesia católica.

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