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Chile ante las urnas: la ultraderecha amenaza ante una solitaria izquierda

Mientras la candidata comunista Jeannette Jara intenta mantener el poder, figuras como José Antonio Kast y Johannes Kaiser capitalizan el descontento ciudadano con un discurso centrado en seguridad y orden. Las elecciones están caracterizadas por la obligatoriedad del voto.

Seguidores del candidato ultraderechista Johannes Kaiser en un acto de su campaña electoral el 12 de noviembre de 2025. (Marvin RECINOS | AFP)

Amenazas de cárcel contra migrantes, recortes fiscales, militarización y defensa policial, o incluso simpatía y apoyo hacia regímenes autoritarios. Estas podrían ser —y de hecho son— las líneas estratégicas de cualquier movimiento de ultraderecha, sin importar la latitud o la longitud. Chile no es la excepción. Este domingo se celebra la primera vuelta de unas elecciones presidenciales en las que se prevé un avance significativo del bloque ultraderechista.

Aunque las encuestas sitúan en primer lugar a Jeannete Jara, candidata del Partido Comunista y actual ministra de Trabajo bajo el Gobierno de Gabriel Boric, con un 28,5% de los votos, pocos esperan que la izquierda logre superar el 50% necesario en la segunda vuelta. Con un Gobierno que no ha superado el 30% de aprobación en toda la legislatura, Jara enfrenta el reto de continuar en el poder. Para ello, ha buscado distanciarse parcialmente del Ejecutivo, haciendo de la consigna «continuidad con cambio» uno de sus lemas de campaña.

En la derecha –y especialmente en la ultraderecha–, esta primera ronda se plantea como unas primarias internas. Tras Jara, el republicano José Antonio Kast aparece con un 19,9%, seguido por Johannes Kaiser con un 15,6%, apenas por encima de la exalcaldesa Evelyn Matthei, que alcanza un 14,1%.

Miembro del Partido Comunista y consciente del amplio respaldo que necesitará para la segunda vuelta, Jara ha moderado su discurso y centrado su agenda en sanidad, educación y vivienda. Sin embargo, lejos del ideal de un Estado de bienestar, el eje dominante de la campaña ha sido la seguridad. Durante el debate electoral nacional, la candidata más moderada de la derecha, Evelyn Matthei, propuso frente al narcotráfico una política de «cárcel o muerte». Más radicales aún, Kast y Kaiser compitieron por presentar las medidas más duras y excluyentes.

El pasado acecha

La votación del día 16, y especialmente la campaña electoral, ha tenido un ojo puesto en el futuro y otro en el pasado. Aunque Kaiser no haya tenido ningún tapujo en declarar a los cuatro vientos su connivencia con la dictadura de Pinochet y el teórico apoyo que ahora mismo le brindaría, Matthei y Kast no se quedan atrás en su conexión con el régimen autoritario impuesto por Estados Unidos y sus Chicago Boys.

Por una parte, Kast, de 59 años y hermano de Miguel Kast, uno de los Chicago Boys y figura clave del régimen, ha optado esta vez por un discurso silencioso respecto a Pinochet, pese a su larga historia de defensa del dictador.

Expertos como Simon Escoffier y Stephanie Alenda ven en él la continuidad del ideario de Jaime Guzmán y del pinochetismo clásico.

En el caso de Matthei, su padre fue el general Fernando Matthei, acusado de ser cómplice de torturas durante la dictadura. Aunque intentara distanciarse en años recientes de estos hechos, durante esta campaña ha vuelto a justificar el golpe de Estado como una decisión inevitable y relativizó las violaciones de derechos humanos, lo que ha generado cuestionamientos sobre su coherencia.

Aun así, es Kaiser sin duda alguna el que más claramente ha manifestado su apoyo al régimen que dejó más de 3.200 asesinados y 1.162 desaparecidos: propone indultos, homenajes y estatuas a Pinochet, buscando movilizar al electorado más duro. Su estrategia se sostiene en un clima donde, según encuestas, Pinochet figura entre las personalidades más admiradas del país.
Para diversos analistas, esta «nostalgia autoritaria» refleja la reactivación de sectores que antes permanecían en silencio y que hoy encuentran en Kaiser —como él mismo sugiere— una «garantía de autenticidad».

El espectro del que una vez fue dictador acecha el futuro de Chile pero, sobre todo, de la memoria de aquellos que sufrieron la dictadura en su propia piel.

Disfrazada desafección

La cita del domingo tiene una relevancia especial: será la primera elección desde el fin de la dictadura de Pinochet en 1990 en la que el voto es obligatorio y la inscripción automática. Se espera que la participación casi duplique los 7 millones de votos registrados en la primera vuelta de 2022. Pese a ello, el desencanto ciudadano sigue siendo evidente: según el último sondeo ICSO UDP, un 55% de los chilenos afirma que «da lo mismo quién gobierne, igual tengo que salir a trabajar».

De cara a la segunda vuelta, Kast parece el candidato mejor posicionado para aglutinar el voto de la derecha, aunque Kaiser lo sigue de cerca. Así, y en vista de las encuestas, aunque la mayoría del empresariado chileno haya depositado su apoyo en Matthei, la opción de Kast se concibe menos polarizadora que la de Kaiser, y por tanto más tendente a conservar el status quo, condición prioritaria del empresariado.

Con más de tres millones de nuevos votantes entre 18 y 29 años, los principales candidatos han recurrido incluso a jingles y campañas musicales para captar el voto joven. Sin embargo, más allá del marketing y los eslóganes, el trasfondo político es claro: Chile se juega mucho más que una presidencia.