Ramon Sola
Donostia

La victoria empieza en la derrota...y en la identidad

A su pesar, la final de Bucarest se ha convertido en la única lección que a Marcelo Bielsa le faltaba por inculcar a sus jugadores. Cualquier buen deportista sabe que el último peldaño hacia la victoria final es el más difícil de subir. Y saben también que para terminar de ganar normalmente hay que pasar el mal trago de perder.

Los jugadores del Athletic antes de empezar la final. (Monika DEL VALLE / ARGAZKI PRESS)
Los jugadores del Athletic antes de empezar la final. (Monika DEL VALLE / ARGAZKI PRESS)

Pero antes hay otro requisito, otro puente que superar hacia la estrecha pasarela de las finales. Es el de tener un estilo, una identidad, un modelo capaz de ser ganador. Ese Rubicón lo cruzó el Athletic en Old Trafford, tras haberlo construido a velocidad de vértigo, desde aquel mediodía de octubre en que venció en Anoeta y se sacudió todas las dudas de un plumazo. Desde entonces, el Athletic de Bielsa no solo se ha convertido en un deleite para los suyos, sino también en una referencia europea en la estela de los equipos que están marcando tendencia -y también ganando-. Por encima de todos, ese Barcelona sobre el que ya está todo dicho, pero también el jovencísimo Borussia Dortmund -ganador de las dos últimas Bundesligas-; la Juventus renacida de sus cenizas tras reiventarse desde el juego de toque; el Santos brasileño de la fantasía, subcampeón de la Intercontinental; España y Alemania en el espacio de las selecciones...

Por eso era importante que cuando todo el mundo futbolístico miraba hacia Bucarest, donde la estrella invitada era mucho más el Athletic que el Atlético, los bilbainos confirmaran su identidad, su estilo, su sello. En la grada no cabían grandes dudas: la afición vasca se ha mostrado a lo grande, mientras la BBC dedicaba su principal noticia deportiva del día a explicar por qué este equipo solo tiene jugadores vascos. En el campo, tampoco ha habido indecisiones estilísticas. El Athletic ha confirmado su propuesta, no se ha traicionado a sí mismo ni ha confundido a quienes le han admirado en este trayecto.

Ha sido el Athletic que se ha revelado estos meses: ávido de balón, intentando inventar triángulos que rompan líneas contrarias, limpio y claro, sin perderse por otros caminos. Las estadísticas de la Liga hablan por sí solas. El Athletic es el tercer equipo en número de pases buenos (15.470), solo por detrás del inalcanzable Barcelona (24.457) y del Real Madrid (17.999). Ocurre también que es el tercero en el ranking de pases erróneos (3.710). No debe entenderse como un defecto, sino más bien como la consecuencia colateral de un modelo basado en acaparar el balón y llevar la iniciativa.

Pasados los primeros diez minutos de despiste y nervios, que han traído el gol de Falcao que ha empezado a romper el partido, el Athletic se ha despertado a sí mismo. Para el minuto 28, acumulaba dos tercios de la posesión (67% frente a 33%), lo que reflejaba que entre el minuto 10 y la media hora el cuero no ha tenido más que un dueño. Lástima que no ha habido suerte con el rival. Pocos contrarios hay más incómodos que el Atlético de Simeone cuando toca derribar su muralla, y más aún si aparece un ariete en vena como Falcao, que se ha bastado para guerrear solo contra toda la defensa vasca.

Ha sido también la fidelidad a sí mismo la que hizo que Amorebieta perdiera el balón por quererlo jugar en la salida del área y el colombiano lo remachara (2-0). Visto el planteamiento del Atlético y el agobio lógico de ver escaparse la final, en el descanso había riesgo de que el Athletic perdiera la cabeza y el estilo, pero no ha sido así. La segunda parte también se ha traducido en un monólogo bilbaino acentuado, ciertamente, con ocasiones claras solo al final. No ha marcado, pero tampoco se ha desquiciado. Tras los tembleques iniciales ha aparecido un equipo maduro, que en la siguiente final seguro lo será aún más.

Pase lo que pase el día 25 en el Calderón, haya o no gabarra, se quede o se vaya Bielsa, el Athletic ya ha ganado mucho, y no solo por las alegrías dadas a su afición o por partidos tan rutilantes como los de Manchester o Gelsenkirchen. Es un triunfo rotundo que haya redescubierto otra identidad oculta debajo de la piel que ha llevado durante décadas, la que ejemplifican las ligas de Clemente o los ataques en tromba contra la Juve en la final de 1977 que tanto se han evocado estos últimos días. Se ha cosido a sí mismo un traje futbolístico moderno, original, imaginativo y con la virtud añadida de casar con los elementos esenciales de este juego, los más básicos: el esférico, el pase, la coordinación, el equipo...

El Athletic ha encontrado el camino del éxito en las antípodas de lo que ha sido futbolísticamente, pero sin dejar de ser lo que siempre ha supuesto socialmente: un equipo enraízado en un país. Lo ha hecho de la forma más insospechada -con un entrenador argentino-. Ha estado a punto de coronarlo en un escenario no menos inesperado -Rumanía-. Y todo eso lo ha hecho mostrando al mundo aquello a lo que nunca ha renunciado: a basarse en lo de casa.

Cuando tanto se teoriza sobre conceptos como lo local y lo global, el Athletic es el mejor ejemplo para enseñar en las cátedras. En la época dorada de la mercantilización del fútbol, ha llegado hasta ahí sin necesidad de quebrar sus reglas de mercado. En la era del acomodamiento y de la falta de riesgo, se ha reinventado a sí mismo de modo radical. ¿Caben mayores victorias todavía?