Iñaki Egaña
DONOSTIA

Gernika hacia el futuro

Año tras año, el recuerdo del bombardeo de Gernika vuelve a nuestra retina colectiva a través de los aniversarios que se suceden uno tras otro. Gernika ha sido el icono del horror, de uno de los primeros ataques indiscriminados a la población civil (no combatientes), de la construcción de la mentira y, también, de la resistencia.

Imagen de la villa, bombardeada. (CENTRO DE DOCUMENTACIÓN SOBRE EL BOMBARDEO DE GERNIKA))
Imagen de la villa, bombardeada. (CENTRO DE DOCUMENTACIÓN SOBRE EL BOMBARDEO DE GERNIKA))

En Harlem, en Palestina, en Falluja… el despliegue del cuadro que dejó Picasso, en referencia a Gernika, es probablemente el símbolo más asociado a Euskal Herria. Lo han usado profusamente grupos pacifistas en Tel Aviv, manifestantes contra la guerra en Madrid y antinucleares en Tokyo.

De aquel bombardeo ejecutado por la aviación alemana y ordenado por el director del golpe de Estado de 1936, Emilio Mola, por cierto gobernador militar de Nafarroa, nos ha quedado la disputa permanente por la búsqueda de la verdad. Ni siquiera el Estado español, al contrario de lo que hizo el alemán, ha pedido perdón (tampoco disculpas), a pesar del cambio de marco y régimen.

Una verdad ligada, en la misma medida, al tamaño de la mentira. Gernika fue quemada, en palabras de los franquistas, por los «rojo-separatistas». Nadie la bombardeó. Gracias al testimonio del redactor del ‘Times’ el mundo conoció la mentira, y los verdugos cambiaron su versión: Gernika fue «ligeramente» bombardeada pero la destrucción fue producto de los independentistas y de los comunistas.

Durante décadas, la resistencia vasca tuvo como objetivo denunciar aquella gigantesca farsa. ETA utilizó la inscripción ‘Gernika’ junto al clásico ‘Gora Euskadi’, para hacerse mostrar en muros y paredes. Gernika era la palabra clave para abrir un mundo prohibido, una reivindicación de libertad cercenada, una lucha por una causa que se pagaba con la cárcel, el destierro e incluso la muerte.

Pero no hay que olvidar que Gernika fue, asimismo, el icono del franquismo, de su construcción. Desde el inicio. El poeta Lauaxeta fue detenido precisamente en Gernika por intentar enseñar el bombardeo a un grupo de periodistas europeo. Luego sería fusilado. Franco fue nombrado hijo predilecto de Gernika en 1946 y en 1964 España celebró en la villa su día de la Hispanidad, con la presencia del entonces pretendiente Juan Carlos de Borbón.

En 1966, el alcalde Augusto Unceta entregó a Franco la medalla de oro y brillantes de Gernika. Por cierto, con motivo de esa villanía, ETA convocó una concentración de repulsa frente al Ayuntamiento a la que asistieron siete personas, entre ellas Txabi Etxebarrieta, ideólogo y animador. La Guardia Civil lo mató en 1968.

La fijación española con Gernika fue de tal magnitud, que en 1961 los americanos inauguraron en Torrejón de Ardoz, la joya de la corona de sus bases militares en el sur de Europa, una banda de música. La inauguración de su actividad pública sería, precisamente, en Gernika, donde la corporación franquista entregó una txapela a cada uno de los integrantes de la banda.

El pasado quedó atrás, pero su recuerdo abrasa, como diría Miguel Bonasso. Nada más propio para recordar la efeméride. En el presente, los iconos de ese pasado siguen vigentes. España mantiene una construcción del enemigo a su medida, plagada de mentiras, difamaciones y manipulaciones. Tal y como los rojos y los separatistas destruyeron Gernika, los vascos siguen (seguimos) siendo los malos de esta película política construida sobre la base de un diseño uniformador.

En esta línea, Gernika sigue siendo símbolo de una forma de hacer, la española, con varias líneas inamovibles a lo largo de su historia. No merece la pena profundizar en ellas pero sí recordar que quien puso entonces el cascabel al gato, es decir, quien construyó la monumental mentira, fue Alfonso Merry del Val. ¿Por qué fue el elegido? Porque era experto en tema vasco. Acaba de editar el Londres (1938), el trabajo ‘Spanish basques and separatism’.

Por contra, y desde la misma óptica de siempre, pero al otro lado del río, se encuentra la iniciativa de un país que quiere manifestarse en libertad, hablar de igual a igual en el contexto internacional y construir su comunidad en términos de justicia y de equidad. El mensaje de Gernika es el resistente, el de una denuncia, pero también y sobre todo, debería ser el de la determinación por alcanzar unos objetivos que tanto hoy como hace 75, con algunos matices, eran muy similares.

Gernika no es un símbolo cualquiera. Es el símbolo por excelencia de un pueblo, el vasco, y de una nación, Euskal Herria, para reafirmar su existencia. Y aunque esté construido sobre las bases de una tragedia, su entonación no deja de ser, precisamente, una esperanza para el futuro que, sin duda, más pronto que tarde llegará. Y, entonces, habremos hecho justicia a quienes nos precedieron.