Unai Aranzadi
BOGOTÁ

Documentar la Colombia invisible

Hacer cine, literatura o periodismo en Colombia puede ser cómodo siempre y cuando se haga del lado de la versión oficial. Esa versión reduce el conflicto a un simple problema de orden público, en el que un grupo de malhechores pretende subvertir la paz de un sistema democrático.

Unai Aranzadi, durante el rodaje del documental.
Unai Aranzadi, durante el rodaje del documental.

Esa verdad revelada por el bipartidismo que desde la mal llamada independencia se turna el poder, encuentra confirmación -sino eco- en una esfera mediática que aún siendo propiedad privada se dice plural (la familia del presidente y del exvicepersidente son dueños, junto al grupo español PLANETA, del mayor conglomerado mediático del país). Desde esas tribunas, el discurso de los urbanitas privilegiados converge con el resto de medios occidentales en su estrecha forma de ver el mundo. Juntos, fabrican la opinión pública global y articulan el discurso de un neoliberalismo, que sirviéndose del Palacio de Nariño presta servicio a su verdadero dueño: el capital transnacional.

Por el contrario, informar acerca de la desigualdad, o sobre las violaciones a los derechos humanos que de forma probada comete el Estado contra el pueblo colombiano, es considerado por dicha elite como un desafío al buen funcionamiento democrático. En ejemplares gestas a favor del discurso oculto de esas masas sin voz, muchos autores y periodistas han terminado amenazados, exiliados o asesinados. Sin embargo (y aunque con loables excepciones) la ética aportación de testimonios o evidencias que demuestran los más amargos síntomas de la guerra, no son suficientes para ahondar en lo mas importante: las causas de esta y las salidas propuestas por todos los actores implicados, reflexión fundamental para aquel que quiera comprometerse con la verdadera resolución de todo conflicto armado.

‘Colombia Invisible’ trata precisamente de eso, de mostrar las causalidades, las soluciones y el sufrimiento de un lado, que aún siendo mayoría, es silenciado. Para Piedad Córdoba, valiente mediadora entre guerrilla y Estado, «esta película es una pedrada contra un ventanal polarizado, que creíamos no poder romper, para ver la crudeza de una realidad injusta. Ese cristal de aparente democracia está quebrado. Ya podemos mirar. Un gran documental para no solo ver qué pasa, sino para saber qué debe ser cambiado para que haya futuro de verdadera paz y dignidad».

Sí, rompiendo  ese cristal polarizado,  hemos sorteado la imagen del Poder y nos hemos entregado al poder de la imagen. Asomándonos al abismo de la más cruda realidad, hemos documentado al presidente Santos inaugurando con champagne un megaproyecto español mientras los niños desplazados por sus efectos morían a pocos metros. Al general Reyes asegurándonos que habían ejecutado a un jefe guerrillero a pocas horas de verse forzado a reconocer que en realidad era un líder indígena. A la jueza que investigaba a un grupo de militares por la violación y el asesinato de tres niños, ser mortalmente tiroteada, y a los trabajadores de las bananeras arriesgar la vida por crear un sindicato. Por último, nos hemos encontrado con esa oposición, mil veces aniquilada, en aras de escuchar sus propuestas, propuestas de paz criminalizadas frente a un negacionismo absurdo, en el que los mismos que hoy claman victoria, ayer, negaban la guerra.