@zalduariz
Barcelona

Qatar, luces y sombras

En pocos años, los hidrocarburos y una ambiciosa política exterior han convertido al minúsculo emirato de Qatar en toda una potencia regional, con mucho que decir dentro de la política internacional. Pero el dinero del petróleo y el gas ocultan, a menudo, un sistema autoritario basado en la explotación del 85% extranjero del país.

El deporte es la carta de presentación de Qatar. En la imagen, Nadal y Ferrer juegan a tenis en el mar, ante el ‘skyline’ de Doha. (Julien CROSNER/AFP)
El deporte es la carta de presentación de Qatar. En la imagen, Nadal y Ferrer juegan a tenis en el mar, ante el ‘skyline’ de Doha. (Julien CROSNER/AFP)

Hace poco, el periodista John Carlin se preguntaba: «¿Qué tienen en común Lionel Messi, los Hermanos Musulmanes de Egipto, Tony Blair, Iberdrola, el almacén londinense Harrods, la marca de coches Porsche, David Beckham, el Banco Santander, el Fútbol Club Barcelona, Nicolas Sarkozy, la resistencia islamista en Siria y el duque de Palma, Iñaki Urdangarin?». Él mismo respondía: «Todos han sido comprados de una manera u otra por Qatar».

Botón de muestra del país más rico del mundo. Los yacimientos de petróleo y, sobre todo, gas han hecho que este minúsculo país –apenas es más grande que Nafarroa– se convierta en toda una potencia regional, con un claro protagonismo en la escena internacional. Los ingresos de los hidrocarburos y una hiperactividad internacional han permitido a Qatar situarse en el mapa y hacerse un hueco entre las dos principales potencias de la región, Arabia Saudí e Irán.

Lo han hecho a golpe de talonario, con una estrategia basada principalmente en dos ejes. El primero es el propagandístico, sobre todo a través del fútbol, comprando equipos y jugadores y consiguiendo la organización del mundial en 2022 –que se jugará a una temperatura ambiente de entre 40 y 50ºC–. El segundo es la compra de influencia, para lo que han utilizado diversas vías, desde el impulso de la televisión Al Jazeera a la financiación de las revueltas árabes, pasando por inversiones multimillonarias y la compra de deuda soberana de países de medio mundo.

Además de los ingresos de los hidrocarburos, todo esto ha sido posible gracias al ambicioso mandato de Hamad bin Khalifa Al Thani, emir desde 1995 hasta el pasado mes de junio. Aprovechando el poder absoluto del que goza, el emir Hamad ha impulsado, desde inicios del siglo XXI la modernización de un país desértico que en los años noventa apenas podía pagar a sus pocos funcionarios.

Una modernización cuyo futuro se ha previsto en el programa Qatar National Vision y que ahora desarrollará su cuarto hijo varón, el ahora emir Tamin bin Hamad Al Thani. Un nuevo gobernante que seguirá los pasos de su padre, pero con el que aumentará todavía más la influencia de su madre, la jequesa Mozah –la esposa favorita de las tres que tiene Hamad–, a quien muchos ven como el verdadero poder tras las bambalinas. Una mujer que lo mismo llena portadas de revistas deportivas, de moda y de geoestrategia global.

¿Quién construye los rascacielos?

La imagen que viene a la cabeza al pensar en Qatar es el de los espectaculares rascacielos de Doha, levantados como palmeras gigantes en medio del desierto arábigo. Teniendo en cuenta que la renta per cápita de los 250.000 ciudadanos cataríes es de 525.000 euros anuales, cabe preguntarse quién es el sacrificado paleta que ha construido estos rascacielos bajo una temperatura que en verano ronda los 50ºC.

La respuesta es sencilla. En Qatar viven 250.000 cataríes, pero la población total del país se sitúa entorno a los dos millones de personas. La inmensa mayoría de este 85% de población sin ciudadanía son trabajadores extranjeros, provenientes sobre todo de la India y el sudeste asiático y que viven en lo que podría catalogarse un régimen de esclavitud moderno. A los sueldos de miseria cabe añadir el marco de la llamada ley del ‘sponsor’, según la cual un extranjero solo puede trabajar bajo el patrocinio de una empresa o ciudadano catarí, que es quien le autoriza tanto a entrar al país como a salir. Una situación que el periodista Món Sanromà –autor de ‘Qatar, el país més ric del món’– vivió en primera persona y explica en la entrevista que acompaña a este texto.