Ramón SOLA

Una ordenanza inútil para un encierro más visto que nunca

Los encierros de 2014 llegan marcados por la conmoción que provocó el montón del 13 de julio de 2013, sin duda la imagen de la carrera más vista en todo el planeta en su larguísima historia. El lógico debate posterior se ha centrado en la masificación, pero al fin la montaña ha parido un ratón: una ordenanza que abunda en medidas anteriores, con el añadido de las multas, e impotente para regular un caos ingobernable y brutal... pero cada vez más televisado.

Las escasas modificaciones del encierro en el último siglo han sucedido a otros tantos percances. El doble vallado, por ejemplo, se implantó después de que un toro rompiera las tablas y se fugara corneando a una mujer en 1939. Las gateras que sirven de refugio en el callejón se construyeron tras los sucesivos montones de los años 70, que mataron a Gregorio Gorriz y José Joaquín Esparza. Los sistemas para ir acotando el recorrido por tramos aumentaron tras 1988, cuando un toro regresó desde el Ayuntamiento hasta los corrales de Santo Domingo. Con la muerte en 1995 de Matthew Peter Tassio por un error fruto del desconocimiento (levantarse al paso de la manada), proliferaron las campañas informativas. Y ya en 2005 se introdujo el antideslizante para evitar las caídas de los morlacos en la curva de Estafeta, que fracturaban la torada.

Nada en este siglo, ni siquiera las dos muertes producidas en la carrera (Fermin Etxeberria en 2003 y Daniel Jimeno en 2009) y desapercibidas para las cámaras, ha tenido tanto impacto como el montón del penúltimo encierro del pasado año, así que el amasijo de toros y mozos formado durante dos interminables minutos ha obligado a una reflexión. El suceso se desencadenó tras un error entre organizativo y humano que ya ha sido subsanado, porque el portón de acceso a la Plaza quedará abierto y fijado al suelo para evitar el riesgo de que se cierre. A partir de ahí, la discusión ha girado en torno a la masificación, que obviamente contribuyó a agravar el incidente pero no lo generó.

El proceso, liderado por el Gobierno municipal y la Mesa del Encierro, comenzó con una tormenta de ideas tan revolucionarias como polémicas, dado que iban en la línea de limitar la participación, algo que nunca ha ocurrido en el encierro. Se sugirieron fórmulas como colocar tornos o expedir un número limitado de pases. Al final no habrá revolución. Ni siquiera evolución. El único resultado de meses de debate ha sido una nueva Ordenanza del Encierro que busca, en palabras de UPN, «erradicar las actitudes de corredores que se ponen en riesgo a sí mismos y a los demás».

En realidad, se trata de insistir en los consejos básicos reiterados en las últimas dos décadas, pero con el elemento coercitivo de multas cuantiosas para quien, por ejemplo, agarre a algún toro, porte un objeto peligroso o se ubique en el recorrido en estado de embriaguez.

Nada nuevo bajo el sol, salvo la recaudación consiguiente en caso de que se logre atrapar e identificar al infractor (hasta 3.000 euros en caso de las faltas «muy graves»). Remitiéndonos a los tres ejemplos citados, la participación de corredores ebrios desapareció prácticamente hace ya un par de décadas, cuando se impidió acceder al recorrido en el último momento y los municipales y forales pasaron a disponer de media hora para repasar metro a metro. Que alguien entre intencionadamente con un objeto peligroso resulta improbable y no consta que haya motivado accidentes. Y en el caso -este sí habitual- de corredores que tocan e incluso agarran a los astados, siempre cabrá alegar que ha sido producto de las apreturas, de un empujón o del miedo.

El caso es que no hay motivos para pensar que la ordenanza vaya a traducirse en menos gente. Ni menos aún que vaya a ordenar lo que es simplemente inordenable, caótico: seis toros y unas 3.000 personas corriendo juntos por un túnel de apenas nueve metros de anchura media durante al menos dos minutos. Un recorrido en el que cabe cualquier contingencia, incluidas las más imprevisibles, como quedó claro con el montón del pasado año. Y también las más truculentas, tratándose de animales de 600 kilos con dos astas capaces de matar.

La aportación al debate de la Federación de Peñas incidió en una cuestión efectivamente clave: los medios de difusión. Si bien planteaba algunas medidas a todas luces inviables, como instarles a potenciar el anonimato entre los corredores o a evitar repetir imágenes de cornadas, indirectamente esta propuesta ponía el dedo en la llaga. Porque es la difusión alcanzada por el encierro (vía televisión, ahora con el factor multiplicador de las redes sociales) lo que pone en entredicho su futuro al presentarlo al mundo entero como lo que realmente es: una actividad brutal.

Y así, mientras la modificación vía ordenanza no constituye ninguna solución práctica, los encierros de 2014 van a ser los más vistos de la historia. La cadena estadounidense NBC ha adquirido los derechos y emitirá las ocho carreras a través del canal Esquire Network, que entra en 75 millones de hogares. Y Televisión Española anuncia la retransmisión más espectacular de su historia, con introducción de alta definición y 25 cámaras, una de ellas aérea que recorrerá Estafeta a través de una tirolina y promete imágenes espectacular (así, desde arriba, obtuvo un reportero la foto más terrible de la muerte de Tassio en 1995).

Son las paradojas de un ritual que espanta pero que, o quizás por eso, no deja de atraer. Y que se resiste a cualquier cambio sin percibir que su futuro depende del puro azar de un segundo y una cámara bien situada.