Gotzon ARANBURU
OZAETA

Proyecto Plisti-Plasta

En una escuela infantil convencional, lo habitual es que los alumnos se despojen del anorak y lo cuelguen de la percha al llegar a la escuela a primera hora de la mañana. En Plisti-Plasta Heziketa Espazioa Naturan sucede justo al revés: los niños comienzan la jornada tras vestirse con ropa de abrigo impermeable para vivir una mañana en el bosque. Y es que el bosque, la naturaleza, el contacto con senderos, charcos y árboles, es el fundamento y la característica de este proyecto educativo que se desarrolla en el pueblo alavés de Ozaeta, en el municipio de Barrundia.

La hora del almuerto en Plisti-Plasta. (Gotzon ARANBURU)
La hora del almuerto en Plisti-Plasta. (Gotzon ARANBURU)

La jornada comienza con niños y bidelagunak (educadores) sentados en un círculo de troncos y decidiendo en qué bosque transcurrirá la mañana. Los niños votan a mano alzada qué sendero tomarán, si el que va al espacio pequeño de escalada o al grande. Hoy ha ganado la opción de la pared grande y hacia allí se dirige el colorido grupo, provisto de katiuskas, impermeables y gorros. Pronto llegamos a un charco; en vez de bordearlo, que es lo que los adultos consideraríamos conveniente, los niños de Plisti-Plasta hacen eso, plisti-plasta en el agua y el barro, bajo la mirada tranquila de los bidelagunak.

Andrea Lopez de Pariza es la responsable pedagógica de Plisti-Plasta. Nos cuenta que el proyecto se inició en noviembre de 2014, de la mano de la asociación de permacultura Kiribilore, con cuatro niños apuntados. Hoy son una veintena, de entre dos y medio y seis años. «Nuestro proyecto educativo –explica Andrea– se basa en tres principios pedagógicos: la naturaleza, el juego libre y el respeto a los procesos de desarrollo». En cuanto a los bidelagunak, su función es la de proporcionar a los niños y niñas un marco de seguridad –física y emocional– y confianza para que desarrollen sus juegos y sus actividades en el medio natural.

No existe ningún otro proyecto similar en marcha en Euskal Herria. Los hay en preparación, avanzada, como Bihotz Inguru, de Donostia, o Baso Eskola, de Orendain. Los promotores de esta última se basan en la metodología de Emmi Pikler y de varias escuelas de la región italiana de Reggio Calabria, que en lo fundamental no es otra que la ya expuesta por Andrea: juego libre y respeto al ritmo de desarrollo de los niños y niñas.

Adecuadamente protegidos

El contacto con la naturaleza es continuo en Plisti-Plasta. La jornada entera, que comprende de 10.00 a 13.30 horas, se desarrolla en el bosque, en todas las épocas del año. Se pueden contar con los dedos de una mano los días que no hay salida, pues las inclemencias meteorológicas deben ser verdaderamente extremas para que niños y educadores se queden a cubierto. «En el norte de Europa existen cientos de escuelas de este tipo, y allí el clima es más duro, como sabemos. Pero ellos dicen, y tienen razón, que no existe el mal tiempo, sino la equipación deficiente. Adecuadamente protegidos, con varias capas de ropa e impermeables, no tenemos ningún problema en pasar la jornada confortablemente en la naturaleza», indica Andrea, que añade un elemento sociológico que explica la diferencia entre el norte de Europa y nosotros en esta cuestión: «Allí están acostumbrados a seguir haciendo vida normal cuando llega el frío. Por ejemplo, siguen utilizando la bicicleta, mientras que aquí basta que caigan dos gotas o baje un poco el termómetro para que nos encerremos en casa».

Los educadores de Plisti-Plasta no entran a hacer comparaciones, a citar ventajas y desventajas de las escuelas en la naturaleza con respecto a las convencionales. Se reivindican como una opción alternativa. Sin embargo, tienen claro que la naturaleza proporciona unas condiciones más adecuadas para la educación de niños y niñas que la que ofrecen las aulas cerradas convencionales. Ni aun aquellas preparadas con los materiales adecuados de sicomotricidad igualan la calidad del bosque, del medio natural.

La comitiva de niños y bidelagunak avanza por el sendero boscoso de Ozaeta. Varios de los chavales se han provisto de palos con los que separan las hierbas e investigan libremente entre el follaje, mientras otros se han tumbado en el suelo a disfrutar del suave sol otoñal y algunos conversan con los educadores, que les hablan siempre en euskara. No falta quien canta a todo pulmón ‘No te vayas de Navarra’ ni quien tiene un pequeño roce con una compañera. Andrea hace un aparte con ellos para para acompañarles en la comprensión del conflicto, siendo ellos mismos los que encuentran la llave para entenderse mutuamente.

Alemania es uno de los países en que la educación infantil en el bosque está más extendida. Tanto que ya es posible llevar a cabo estudios fiables sobre la diferencia entre los niños y niñas que han pasado por las bosque-escuelas y los de las aulas convencionales. Una investigación llevada a cabo en 2002 concluyó que los primeros mostraban mayor capacidad de concentración, de mantener la atención, una mayor creatividad y más facilidad para resolver conflictos. Además, eran más respetuosos con las normas de convivencia y se manejaban mejor a la hora de argumentar.

Aprender de dentro hacia fuera

El medio natural ofrece, en palabras de Andrea, ventajas evidentes en materia de motricidad, creatividad y valoración de riesgos, así como en desarrollo de los sentidos corporales y en aptitud para buscar alternativas, todo ello gracias a estar continuamente en contacto con un medio que es cambiante per se. «Además –señala Andrea– desarrollan una fuerte empatía y sentido de pertenencia al grupo, además de la lógica atracción por la naturaleza». Sobra decir que el bosque, como laboratorio natural privilegiado que es, permite a niños y niñas observar en directo los ciclos vida de los árboles, las semillas, los animales, las plantas o el agua. No es lo mismo, por ejemplo, aprender en un libro el ciclo de desarrollo de las ranas que comprobar en una charca cómo aparecen los huevos y cómo nacen los renacuajos poco después.

El juego es en Plisti-Plasta una herramienta educativa, no simplemente un rato de ocio. Ya lo decía la gran humanista y pedagoga italiana María Montessori: «El trabajo del niño consiste en jugar». Todo se aprende mediante el juego libre, sea a distinguir especies vegetales o sea a sumar y restar. Es el propio niño o niña quien va haciendo preguntas, mostrando inquietudes, que los bidelagunak responden y ayudan a comprender. Aprender de dentro hacia fuera, promover la curiosidad en un entorno dinámico y que invita a ello, esta es una de las claves de Plisti-Plasta.

El hecho de educarse en la naturaleza a tan temprana edad imprime carácter a estos niños y niñas, pues es sabido que es en la fase infantil cuando las personas adquirimos las características principales y definitorias de nuestra personalidad. Rebeca Wild, pionera alemana de la educación en naturaleza y una de las principales teóricas de esta escuela alternativa, defendía que para una formación integral de la persona es imprescindible el contacto directo con la naturaleza en la edad infantil.

Como centro pionero en Euskal Herria, los promotores de Plisti-Plasta tuvieron que recibir formación y ayuda de grupos que ya poseían experiencia en la cuestión, caso del Grupo de Juego en la Naturaleza El Saltamontes, de Madrid, a lo que han añadido cursos de bosque-escuela. El autoaprendizaje y la reflexión permanente completan el bagaje con el que echaron a andar hace ya dos años y con el que siguen andando… por el bosque de Ozaeta.

Ha llegado la hora del almuerzo. Bidelagunak y niños extienden un gran toldo azul en el sendero –ahora nos explicamos el porqué de esas grandes mochilas que portan los educadores– y cada uno saca su hamaiketako de la mochila, no sin antes haberse limpiado las manos con jabón. Pronto empiezan a cantar. El sol calienta ya un poco más, las vacas pastan en el prado cercano y los collados de la sierra de Elgea lucen ocres y luminosos. Hacemos como que no vemos las torres eólicas y todo es armonía en este rincón de Euskal Herria.