Beñat ZALDUA

Portugal

Tras tres años con una inédita fórmula de gobierno a la que la derecha apenas daba unas semanas, Portugal ha conseguido reactivar su economía dejando atrás las recetas de la austeridad. Es, sin embargo, un crecimiento vulnerable con algún nubarrón a la vista.

Portugal vive un momento dulce en el tablero global. Es el país más estable del sur de Europa. Con solo 10 millones de habitantes, tiene a un ex primer ministro como António Guterres al frente de la ONU, a un ministro de Finanzas como Mario Centeno de presidente del Eurogrupo, y además acoge el festival de Eurovisión. Súmenle un crecimiento económico inédito en dos décadas, una tasa del paro en mínimos históricos, el cumplimiento del déficit impuesto por Bruselas y el fin de la austeridad. Y todo bajo el mandato de un Gobierno formado en 2015 y bautizado por la derecha como Geringonça, un artefacto o armatoste que no está hecho para funcionar.

Pero la fórmula, que se concreta en un Gobierno del Partido Socialista con apoyo parlamentario del Bloco de Esquerda (BE), del Partido Comunista (PCP) y del Partido Ecologista “Los Verdes” (PEV), lleva tres años funcionando. Con altibajos –los abordaremos mañana–, pero funcionando al fin y al cabo. Y con unos resultados que, sin ocultar tareas pendientes y taras endémicas, solo pueden calificarse de positivos. Aunque como todo en la vida, todo depende de las expectativas creadas. Quien piense que hay una revolución en marcha o que, tal y como se sugiere en Bruselas, estamos ante un «milagro económico portugués», se llevará un chasco. Lo que ha hecho el país luso es más simple, es demostrar que las políticas de austeridad son contraproducentes a la hora de hacer frente a una crisis, derrumbando el mantra de la derecha asumido generalmente por la socialdemocracia. No es un logro menor.

La evolución de Portugal no difiere de la del resto del sur de Europa. Tras el fracaso de los primeros planes de ajuste, Lisboa se vio obligada a recurrir a un rescate de 78.000 millones de euros en 2011, con el que vino un endurecimiento de los recortes. Se congelaron salarios, se recortaron pensiones, se subió el IVA hasta el 23% y se eliminaron ayudas al desempleo mientras el país era literalmente puesto en venta mediante procesos de privatización dictados por los hombres de negro. No sirvió para nada. La deuda pública ascendió de un 100% del PIB en 2010 a un 138% en 2013. El objetivo de déficit, la obsesión que justificaba los recortes, siguió sin cumplirse, mientras el desempleo oficial, que en 2008 estaba en 7,5%, escaló en cinco años hasta el 17,5%. Incluyendo a los parados de larga duración y a otros colectivos ignorados por las estadísticas oficiales, la cifra real se calculaba en un 28,1%.

Confianza y demanda interna

«La presión social sobre la izquierda para que impidiese otro gobierno de derechas era tremenda», explica el economista José Castro Caldas, investigador del Centro de Estudos Sociais de la Universidad de Coimbra, que califica «de mínimos» el acuerdo alcanzado por los partidos, al dejar fuera de las negociaciones elementos capitales como la relación con el euro y con Europa. Con todo, este economista que rechaza de plano hablar de milagro subraya la importancia de muchas de las medidas tomadas por el nuevo Gobierno, entre las que destacan la reversión de los recortes de las pensiones, la descongelación de los salarios de los funcionarios, la progresiva subida de casi un 20% del salario mínimo (de unos 480 euros en 2011 a cerca de los 600 para el año que viene), el fin de las privatizaciones y una mayor progresividad fiscal.

Con la inestimable ayuda de un contexto internacional favorable –desde el precio del petróleo a la política del BCE–, la mejora de los grandes indicadores habla por si sola del acierto del cambio de rumbo operado en Portugal: la economía ha crecido un 3,9% en 2015, un 3,2% en 2016 y un 4% en 2017, lo que le ha permitido reducir ligeramente la deuda pública (hasta un 125%). El desempleo, siempre según las cifras oficiales que minusvaloran el paro real, se ha situado este año en mínimos históricos del 7,8%.

Más allá de las grandes cifras, lo ocurrido es fácil de entender: las medidas tuvieron un impacto inmediato en el poder adquisitivo de la gente, que perdió el miedo a perder lo poco que todavía tenía. Si el Producto Interior Bruto aumentó en Portugal un 7,36% entre 2015 y 2017, un 6,88% correspondió al incremento de la demanda interna, según recoge la economista Anabel Vigil. «Las políticas aplicadas y la recuperación han creado un clima de distensión que ha cambiado el estado psicológico colectivo», añade Caldas.

Las lecciones griegas –tanto las del Pasok como las de Syriza– son indispensables para entender la solución portuguesa encabezada por el socialista António Costa, a la que Europa miró en un principio con recelo. Sin embargo, el escrupuloso compromiso de Portugal con los objetivos de déficit ayudó a disipar tensiones. La prueba es que el ministro de Economía, Mario Centeno –el Cristiano Ronado de las finanzas según Wolfang Schäuble–, fue entronizado como presidente del Eurogrupo en detrimento del español Luis de Guindos.

«El nuevo Gobierno portugués ha probado con relativo éxito la efectividad de emprender políticas alternativas a la austeridad a pesar del estrecho margen de maniobra resultante de la consolidación fiscal exigida desde Bruselas», resume Vigil en un estudio sobre la economía portuguesa. Se trata de un punto clave: todo se ha hecho respetando las directrices de Bruselas y Berlín. Eso explica, por un lado, la tranquilidad con la que la UE se ha tomado el rechazo a las políticas de austeridad, pero marca también un importante punto de fricción entre el Gobierno y las fuerzas de izquierda que le dan apoyo. Estas últimas insisten en que urge aumentar la inversión pública, mientras el Ejecutivo insiste en cumplir con el déficit.

Nubarrones a la vista

«El país continua teniendo graves problemas, seguimos siendo uno de los países más desiguales de Europa, la inmensa mayoría de empleo que se crea es precario, la movilidad social está completamente congelada y los perjuicios de la austeridad a los servicios públicos como salud y educación no se han arreglado». Renato Miguel do Carmo, director del Observatório das Desigualdades, aplaude todos los pasos dados, pero mete la euforia en el congelador: «Estamos en peligro de una nueva crisis».

El profesor Caldas comparte la opinión y apunta a las limitaciones del acuerdo de gobierno: «Han quedado fuera todas las políticas de regulación del trabajo, y el euro sigue siendo el elefante en la habitación que nadie quiere ver». Este economista es poco dado a concesiones y subraya que «el crecimiento es muy vulnerable», dado que se está dando sobre todo en los sectores como el turismo –«se explota como si fuese oro», apunta– y la construcción. No hay más que darse un breve paseo por Lisboa para comprobar el dinamismo de estos dos sectores.

Caldas añade dos factores más de preocupación: la emigración y la deuda. «La crisis puso en movimiento el engranaje de la emigración, tenemos una pirámide demográfica que da miedo», explica, añadiendo que han sido cerca de 300.000 los portugueses que han abandonado el país durante la crisis, sin que ahora estén regresando. «¿Para qué volver si seguramente aguarda un trabajo precario?», se pregunta Do Carmo. Es la deuda pública lo que a medio y largo plazo, sin embargo, quita el sueño a Caldas. «Me preocupa además porque a nivel político parece imposible tener un debate sereno sobre el tema, lo cual es una gran irresponsabilidad», explica este veterano economista, que no duda en advertir sobre los nubarrones que pueden venir: «Cuando el BCE cambie los tipos de interés estaremos expuestos a una nueva crisis, y no estamos preparados».

El tiempo dirá si estos augurios se cumplen. De momento, Portugal ha demostrado que se podía dejar atrás lo peor de la crisis sin austeridad, y no es poco. La paradoja es que lo ha hecho respetando el control de gasto impuesto por Bruselas, lo cual frena la inversión pública requerida para que haya nuevos avances, tal y como reclaman tanto el Bloco como el PCP. Esto lleva a constatar que el marco en el que se ha desarrollado esta primera Geringonça se ha agotado, y que una reedición en 2019 solo podría darse bajo otros parámetros, algo que no está ni mucho menos garantizado.