Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ

Macedonia

La estrategia de la opositora Organización Revolucionaria Macedonia del Interior (VMRO-DPMNE) ha funcionado: el boicot al referéndum para el cambio de nombre de la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM) resta legitimidad a la cita y, como advirtieron sus líderes, podrían bloquear en el Parlamento la implementación del acuerdo del cambio.

El 91% de los macedonios dijeron «sí» en el referéndum del cambio de nombre de la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM) para entrar en la OTAN y la Unión Europea. Sin embargo, de poco vale este resultado cuando el domingo solo votaron el 36% de los convocados.

Un boicot masivo, de 30 puntos comparado con las últimas elecciones, que resta legitimidad a la cita y complica la implementación del acuerdo entre Grecia y Macedonia: se necesitan dos tercios de los 120 diputados para modificar la Constitución y VMRO, partido paneslavo que suma 51 diputados, aseguró que respetaría el resultado siempre y cuando la participación fuera superior al 50%. Ahora, después de promover el boicot, la pelota está en el tejado de VMRO.

Al extrapolar los datos de participación de la pasadas elecciones parlamentarias en Macedonia, que fue de 1.200.000 personas, los 605.000 «síes» del domingo hubieran superado el 50%. Por poco, como casi siempre ocurre en estas citas populares, pero con una mayor legitimidad. Esta relación, además del complejo censo, es la baza a alegar por el primer ministro, Zoran Zaev, quien clamó victoria en una agridulce noche.

En los próximos días, Zaev decidirá si enviar o no al Parlamento para su aprobación un acuerdo que tendría que implementarse como tarde a finales de 2018. En su comparecencia ante los medios se mostró decidido a ello y aseguró que si VMRO ejercía su bloqueo tomaría el camino de las elecciones anticipadas.

Pero es improbable que VMRO baje de 40 diputados tras unos nuevos comicios. Entonces, para implementar el acuerdo, de nuevo la pelota estaría en su tejado.

 

Tras el referéndum, VMRO, partido a favor de la integración internacional pero en contra del acuerdo con Grecia, ha comenzado a apuntar a la Constitución macedonia, que invalida las consultas populares que no superan el 50%.

«El acuerdo del nombre no ha obtenido la luz verde de la sociedad», declaró el domingo su líder, Hristijan Mickoski.

Ahora toca ver la resistencia que plantean los paneslavos, que dependiendo de la estrategia en política interna podrían retrasar la implementación del acuerdo sometido a referéndum o simplemente rechazarlo: buscar nuevas elecciones para derrotar a Zaev o, como ha ocurrido durante la campaña del plebiscito, mostrar cierta independencia en sus miembros para desmarcarse de su exlíder Nikola Gruevski, quien gobernó entre 2006 y 2016.

Así, además de contentar a la comunidad internacional aprobando el acuerdo, se distanciarían de una herencia difícil de manejar: nepotismo, corrupción....

Más allá de las tensiones parlamentarias que se avecinan, la UE y la OTAN ya han aplaudido el «sí» y apremiado a implementar el acuerdo. Poco importa que apenas un puñado de municipalidades superara el 50% de participación: Saraj, un barrio de Skopje de mayoría albanesa, llegó al 67%, pero en el resto de localidades albanesas no se llegó ni al 40% y en las regiones de mayoría eslava la votación fue incluso peor.

La esperanza para la comunidad internacional es que el populismo político en Macedonia es amable con ella. Lo malo, que la sociedad ha dado una lección a quienes pensaban que las condiciones son capaces de forzar todo. Incluso este acuerdo, que plantea que el país rechace su origen histórico y cambie su nombre a Macedonia del Norte.

Aunque sea tarde, los políticos tienen que pensar qué respuesta hubiera generado una pregunta relacionada solo con el conflicto con Grecia. Más «noes», seguro, pero también más participación, incluida la de los jóvenes desafectados que veían la pregunta que se formuló como insultante.

Además, la injerencia internacional ya no es que exista, porque el país es rentista de dádivas desde la independencia, es que desde 2015 es descarada. Cuando el actual primer ministro liberó cientos de miles de grabaciones en las que se ponía de manifiesto las prácticas mafiosas de VMRO, que no quería convocar comicios, fue la Unión Europea quien tuvo que mediar para transferir el poder.

Casualidad. Luego ganó su candidato, Zoran Zaev, por el apoyo de los partidos albaneses. Pronto llegó el referéndum como una solución, y ahora es el problema: parece que la situación política podría bloquearse, afectando, cómo no, a los ciudadanos.

Tal vez puede que fuera el mejor momento para este referéndum, sobre todo porque en Grecia hay un Gobierno dispuesto a acometer un cambio en una impopular causa, pero todo ha quedado demasiado forzado para un Estado soberano.

En 2001, cuando la comunidad internacional intentaba cerrar un acuerdo de paz en el conflicto entre albaneses y macedonios eslavos, el diplomático de la OSCE Robert Frowick tuvo la osadía de anunciar un acuerdo con la guerrilla de la UÇK y los partidos albaneses. Un pacto que no negoció el Estado macedonio.

Por supuesto, Frowick tuvo que salir corriendo de Macedonia y, también por supuesto, fue repudiado por la comunidad internacional.

Meses después, el resultado final no distaría mucho de los Acuerdos de Paz de Ohrid. Pero al menos en apariencia los macedonios dirigieron la negociación y se mostraron soberanos de esta región.

17 años después, de nuevo muestran su orgullo en una causa vital como es la identidad. Aunque para ello haya que decir temporalmente «no» a la Unión Europea.