Martín Garitano

Hoy toca hablar de Xabier Arzalluz

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Ha  muerto Xabier Arzalluz, el hombre que ha marcado a una generación de jelkides y también a quienes nunca participaron del jelkidismo. Hombre de oratoria brillante. Áspera en ocasiones y embaucadora cuando interesaba, tomó el testigo de la generación que sufrió la guerra y sus padecimientos de la mano de Carlos Garaikoetxea.

Los dos procedían del carlismo mamado en la infancia y ambos hicieron juntos un tramo del trayecto hasta que, como en 1931, Comunión y Aberri, rompieron el Partido en dos. Arzalluz se quedó en el pragmatismo ignaciano que dieron en llamar el “Espíritu del Arriaga” y las alianzas y trueques con Felipe Gonzalez, primero, y Aznar, después.

Pero Arzalluz ha sido mucho más eso. Con botas chirucas encendía a sus bases en las campas de Salburua y con traje y corbata cortejaba a gobernantes y banqueros. Lo hacía en beneficio del proyecto político que rehizo tras la escisión de Eusko Alkartasuna.

La ruptura entre el presidente del EBB y el Lehendakari supuso un trauma que no dejó indiferente a nadie, ni jelkides ni ajenos. Pero no menos traumática fue la ruptura del propio Arzalluz con quienes habían alardeado de fieles escuderos y terminaron en detractores. Léase los que ahora mismo cortan el bacalao en Sabin Etxea o Ajuria Enea.

Xabier Arzalluz se ha ido por razones biológicas, pero ya se había ido de la política por otras razones. Las que corresponden a la última reescritura de su forma de ver las cosas: los de ahora no le gustaban. ¡Para qué engañarnos!